En verdad tenía todo planeado, una isla paradisiaca se veía por la ventana, el señor Anderson me sostenía de la mano, no quiso soltarla en todo el viaje, no fue mucho lo que hablamos, al principio fue mi reproche por traerme a la fuerza pero después fue mi alegría por ver tan bello paisaje. Llegamos a la isla, el avión hizo su aterrizaje, una caravana de autos nos esperaba para llevarnos a nuestro destino el cual diré que era irreal, al parecer es una isla privada, solo una casa frente al mar, pocas personas al servicio que se sabían ocultar muy bien. -¿Te gusta?- preguntó el señor Anderson, creo que sobraba mi respuesta, mis ojos hablaban por mi.- -Es bellísimo.- mencioné quitándome los zapatos, deseaba sentir la arena en mis pies.- -Vamos te muestro primero la casa y después iremos

