Shana.
No pude conciliar el sueño en toda la noche. El recuerdo de aquel beso se reproducía en bucle, implacable, en mi mente. Ahora, ese momento, tan breve como significativo, no era un dulce recuerdo, sino una tortura que amenazaba con doblegarme. Me forzaría a desear más, a rogar por más.
Y ese era el problema: quería más. Anhelaba algo que iba mucho más allá de un simple beso robado; los quería a ellos, a los tres. ¿Era tanto pedir? Solo quería que me permitieran ser su mujer, sentirme plenamente viva a su lado.
¿Qué estaba haciendo mal para no merecer ese amor?
—¿Sucede algo, cariño? —La voz de mi padre me sacó de mi ensimismamiento. Estábamos en el desayuno. Levanté la mirada de mi plato. —Tienes un rostro de extremo cansancio. ¿No lograste dormir anoche?
Desvié mi vista de Jame
