3: La Decisión del Desierto

1855 Words
Shana. Han pasado tres años desde que conocí al Príncipe Zaki. Tres años de asedio cortés. Cada día, los obsequios y detalles para cortejarme, enviados desde el extranjero, llegaban puntualmente a la mansión. Los recibía con la debida cortesía, por supuesto, pero el hecho de que el hombre no se rindiera, aun estudiando en el extranjero, ya era una historia cansina. —Ay, mi amor, el chico quiere algo más que amistad contigo —comentó Mamá durante la cena familiar. —Mamá, es obvio. Y si acepto su cortejo, significará que en dos meses o menos estaremos casados —respondí con una exasperación apenas contenida. —Pero el chico es lindo y es un excelente partido —intervino Maiza, la primera esposa de Papá y madre de Jameel—. El mejor que has tenido. —Claro, un Príncipe. ¿Qué mejor partido? —dije con ironía, mirándola con molestia. Estaba harta de las intromisiones de las Madrastras en mi vida. Papá Hakam, quien se había mantenido en silencio, nos observó con una sonrisa ladina. —No deberías entrometerte, Maiza —le dijo a su primera esposa, su tono firme. —¿En serio permitirás que me hable de esa manera? —inquirió Maiza, elevando la voz con indignación. —Umm, no eres su madre, así que no tengo por qué reprenderla. Y te sugiero, con toda seriedad, que no te entrometas en los asuntos de Shana. Maiza se levantó de la mesa, echando humo. —¡Por eso esta niña es tan malcriada y caprichosa! —exclamó antes de salir furiosa. Las otras dos esposas la siguieron, tan ofendidas como ella. —Las reinas del drama —bromeó Ikram, llevando un trozo de comida a su boca. Mamá rodó los ojos, agotada. —Son realmente difíciles de manejar. —No te preocupes, cariño —Papá tomó su mano y depositó un beso en su dorso—. Bueno, cambiemos de tema. No me gusta cuando hablan de pretendientes y esas cosas. —Papá, nunca he tenido novio —recordé, aunque sabía que mi vida amorosa era el menor de sus conflictos. —Lo sé, pero igual no me gusta —Me sonrió. Luego, su expresión se tornó seria—. ¿Qué tal si hablamos de tu viaje a la universidad? Tu madre y yo hemos estado discutiendo llevarte a París o Milán, los dos grandes centros de la moda. Dejé caer mi cubierto sobre el plato de porcelana con un estruendo. —¿Irme de Dubái? Ambos asintieron con la cabeza. —Cariño, es una oportunidad increíble para que estudies en esas ciudades. Obtendrás mejores conocimientos y una visión global. —No quiero. Me niego a irme. Solo porque mis hermanos estudiaron en Estados Unidos, no quiere decir que yo quiera hacerlo en otro país —Elevé la voz, sintiendo que el pánico me invadía. —Nena —advirtió Jameel, su tono grave—. Baja la voz. —¡No es justo! ¡No me quiero ir! —Mi lado más caprichoso y desesperado salió a flote. —Cariño, es una buena oportunidad —intervino Mamá, con esa voz tranquila que sabe lo que oculta mi resistencia—. Cambiar de aires no te vendrá mal. Podrás hacer nuevos amigos como tus hermanos y tener experiencias propias. Apreté mis manos en puños. —No quiero irme, y no me obligarán —dije antes de salir corriendo del comedor, directo a la habitación de Jameel. No suelo desobedecerlos. Me han dado todo como para ser rebelde, pero esta decisión no la tomarían ellos. Es mi vida. Es mi decisión elegir dónde iré a estudiar. No quiero alejarme de ellos. Son las únicas personas con las que tengo una conexión real; no me juzgan ni me critican. —Nena —Jameel entró en la habitación minutos después—. No pienses que es el fin del mundo solo porque nuestros padres quieren enviarte a un país donde obtendrás más conocimiento para la carrera que quieres tomar. —Pasó su enorme mano por mi espalda, ofreciéndome ese consuelo tan familiar. —Pero es mi decisión —Me levanté de la cama para mirar a los tres, que ahora me rodeaban—. Esperé mucho a que ustedes terminaran sus estudios para que... —Mordí mi labio inferior—. Para que por fin volviéramos a estar juntos como familia. —Pequeña —Saalim se acercó, depositando un beso tierno en mi frente—. Siempre seremos una familia, aunque alguno de nosotros se aleje por un tiempo. Iremos a visitarte, y tú vendrás en días libres y vacaciones. Esto no nos hará dejar de ser una familia. Respiré hondo, tratando de asimilar el consuelo. —Lo comprendo. —Solo piénsalo. Verás las enormes ventajas que tendrás si aceptas ir a esos países —Ikram me animó con esa sonrisa de ensueño que siempre me desarma. —Bien. Creo que me hará bien ir a mi clase de danza. Y tal vez pueda tomar una decisión sobre esto —Me recosté de nuevo en la cama—. Tampoco quiero decepcionar a mis padres, así que lo pensaré y les diré mi decisión. —Genial, nena. Después de todo, eres la consentida de todos, y tu decisión no decepcionará a nadie —Jameel palmeó mi muslo, un toque que aceleró mi pulso. •:•.•:•.•:•:•:•:•:•:•:•☾☼☽•:•.•:•.•:•:•:•:•:•:•:• Llegamos a la academia. —Llegamos, Shana —anunció Amin, mi guardaespaldas principal. Miré por la ventana. Estábamos frente a la academia donde practicaba mis bailes tradicionales y extranjeros. —Gracias, Amin. Nos vemos en unas horas —Tomé mi mochila y salí del auto. Mi padre sugirió que tomara las clases en casa, pero me negué. Quería, al menos, hacer esto como un ser humano "normal". Ya tomaba mis estudios en casa; al menos quería ir a una academia, a tratar de ser alguien que no fuera aclamada como "Princesa de Dubái". —¡Señorita Shana! —Las recepcionistas se levantaron de inmediato. —Hola —Las saludé con una sonrisa. Mi celular vibró. Era un mensaje: mi maestra de baile estaba enferma. —Señorita —Una de ellas levantó la mirada—. Su maestra no podrá venir hoy. Acaba de informarnos. —Sí, ya vi su mensaje —Suspiré. El destino se confabulaba contra mí—. Bueno, manténganme informada de su recuperación. —Asintieron rápidamente. Llamé a Amin para que regresara. Practicaría en casa para pensar mejor qué decisión tomar. —¿Sucedió algo? —Amin abrió la puerta del auto. —Mi profesora enfermó. No habrá clases hasta que se recupere —Entré en el vehículo—. Así que, a casa. —¿No te gustaría ir a otro lugar? —No, mejor a casa. Creo que me hará bien estar en mi cuarto —Solo asintió y condujo de regreso. En el camino, me dediqué a mirar por la ventana. Aunque no tengo amigos, si decido irme, extrañaré mucho este país y su belleza única. —Te llamaré si necesito salir nuevamente —Me despedí de Amin y entré a la mansión. Los empleados me saludaron con la habitual educación. Era increíble el trabajo que hacían para mantener la casa siempre intacta y reluciente. Justo antes de abrir la puerta de mi habitación, escuché gritos y sonidos extraños. Era inusual; nadie de la familia estaba aquí, ni siquiera mis Madrastras. Seguí el ruido, que me llevó a la puerta de la suite de Ikram. Tomé la manilla y abrí la puerta, queriendo comprobar si él estaba dentro o si solo era una empleada limpiando el lugar. Pero jamás debí haber hecho eso. —¡Shana! Ikram, Jameel y Saalim estaban adentro. Pero no estaban solos. Una mujer, completamente desnuda, se encontraba en el medio de ellos, tan desnuda como mis hermanos. Náuseas. Una ola de náuseas me golpeó al ver la escena. —¡Shana...! —Saalim trató de cubrirse, sus ojos desorbitados. —Lo... Lo siento —No dudé en dar media vuelta y salir corriendo, lejos de aquella visión. Yo sabía que, algún día, vería a mis hermanos con mujeres, novias y hasta esposas. Pero nunca imaginé ver esto. Los tres, compartiendo el sexo con una mujer que jamás había visto. Me sentí enferma, me sentí triste, me sentí completamente derrotada. Esa era la prueba irrefutable: ellos nunca me verían como una mujer. Solo como su pequeña hermana. —Llévame al desierto —le ordené a Amin, subiendo de nuevo al auto—. ¡Ahora! Sin responder, él obedeció la orden, su rostro era una máscara de preocupación. Minutos más tarde, estábamos muy lejos de casa, de ellos. Me encontraba en el vasto desierto, solo Amin y el auto nos acompañaban. Yo era un mar de lágrimas. No había dejado de llorar desde que toqué la arena, permitiendo que todo el dolor saliera. Sentí unas manos tocar mis hombros. —Es hora de regresar, amor —Era mi madre, su voz era suave y llena de compasión—. Has estado muchas horas aquí. —No quiero volver —dije, sintiéndome infantil, pero incapaz de mentir. Ella se sentó a mi lado. —Lo entiendo. —Hija —Papá se sentó a mi otro lado—. Volvamos a casa. Podemos hablar allí. —No quiero, Papá. No quiero volver a verlos —Limpié mis lágrimas con rabia—. Toda la esperanza que tuve se fue a la basura al verlos. Los tres... teniendo sexo con una mujer. —No puedes decaer. Eres una mujer fuerte, y esto es solo un mal momento. Una costumbre, hija. —No me importa, Papá. No quiero volver —Me puse de pie, limpiándome las lágrimas—. Me iré. —Mis padres me miraron, sorprendidos—. Tomaré su oferta. Me iré del país. Pero no volveré hasta que yo lo decida, y no quiero que ellos tres sepan a qué país fui. —Nena, pero ellos... —empezó Mamá, su voz rota por la preocupación. —No, Mamá. No quiero que sepan nada de mí, y tampoco quiero que vayan a visitarme. Me han lastimado. Mi corazón tiene que sanar y olvidarse de ellos. Nunca me verán como una mujer para ellos. Solo como su pequeña hermana. —Bien, amor —Papá se levantó y besó mi frente con ternura, sellando la promesa—. Respetaremos tu decisión. Si así lo quieres, lo entendemos. —Quiero irme ahora mismo. —¿Nena? —dijo mi madre, completamente impactada. —Quiero irme hoy mismo. No esperaré ni un solo día. —Caminé hacia el auto con una resolución helada. Ya tomé mi decisión. Es momento de olvidarme de ellos y hacer mi vida, aunque tenga que ir a otro país y no verlos. La traición del harén era el empujón que necesitaba para huir de mi propia prisión dorada.
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