Primero me miró sorprendida. La verdad es que desde que estaba con ella no hubo noche en la que le negué mi v***a, por lo que mi respuesta no podía más que descolocarla. Pero inmediatamente después, ese gesto de sorpresa fue reemplazado, al menos por un instante, por unos ceños fruncidos que evidenciaban su fastidio, para finalmente mostrarme una sonrisa comprensiva, a todas luces falsa. —Ah, bueno —dijo, metiéndose en la cama. ¿Cuántas veces había fingido de esa manera, y no me había dado cuenta?, me pregunté, indignado. Había estado viviendo una mentira desde que la conocí. —¿Y las chicas cómo se portaron? —preguntó Daniela. ¿Cómo se portaron?, me pregunté yo mismo, rememorando todas las locuras ocurridas ese fin de semana. Desde la mamada de Mimi, por la madrugada, cuando ni siquier

