Suspender un sueño por salvar mi vida

2777 Words
Quien iba a pensar que por luchar por mis sueños, o mejor dicho, por mi sueño más anhelado, la vida se me viraría de tal forma que todo lo que había considerado tranquilidad, por no decir aburrido, se me convertiría en un caos bastante interesante en comparación con la vida rutinaria que había llevado. Soy Altair Sánchez Rangel, despreocupada de la vida, sin mayor responsabilidad que conmigo misma, nada pido, nada me falta, todo lo tengo, a excepción de mi sueño más amado, ese aun no lo he logrado, todo lo tuve hasta que la vida me ubicó en un lugar distinto donde jamás había imaginado me tocaría transitar para poder cumplir mi sueño. Nunca pensé que tomar la decisión de apartame de mi familia en busca de mi felicidad me haría tan consciente de la verdad que me ha rodeado desde el comienzo de mi existir. Crecí en una aparente burbuja. Los primeros años de mi vida que, no transcurrieron tan apartados de la cruda realidad que me rodeaba y que mis padres intentaron disimular al ponernos a mis hermanos y a mí un velo que difícilmente pudo ocultarnos esa verdad, todo de nuestro origen, sin querer terminaron moldeando parte de lo que soy en este presente. Curiosa y bajo la creencia de que debía conocer y saber de todo un poco, aprendí los principios básicos de la vida del que proviene de una familia de mafiosos, lo hice de manera solapada, tanto que que en mi interior por años he ocultado un sin fin de conocimiento, habilidades y destrezas de las que todos, incluso mis padres, parecen ignorar hasta el día de hoy. Hasta eso aprendí de verlos y analizarlos, a engañar para no sentir la incertidumbre del engaño. De todo lo que sé tengo perfecto dominio, me encargué de memorizar los detalles más mínimos. Soy una soñadora empedernida. Mi lema de vida es que si te esfuerzas por ellos, los sueños tarde o temprano se hacen realidad, así como también que las limitaciones solo están en la cabeza. ¿Mi mayor anhelo? Convertirme en la mejor bailarina de ballet clásico de mi país. Pero el mundo es tan estúpidamente cuadrado que, como si la mayoría de las personas que se me acercan estuvieran destinadas a convertirse en un obstáculo, o como diría mi tia Ingrid, un grano en el ano, no hacen sino torcer, y hasta truncar los sueños cuando no eres una más del montón. Eso es lo que me ha venido sucediendo desde ese primer día que le manifesté a mis padres mi deseo de pertenecer a la mejor compañía de ballet del mundo, al Ballet de la Ópera de París. Recuerdo que con expresión de espanto se miraron fijamente. Ya sabía la razón de su reacción, no me importó porque era mi sueño, aún es mi sueño, no el de ellos. Tanto lo defendí que mi padre no le quedó más opción que apoyarme, fue él quien me llevó a las pruebas, después de las cuales finalmente quedé seleccionada para prepararme como bailarina de esa prestigiosa escuela. No sé si por destino o un desvio en el camino, pero me vi sorprendida cuando luego de cuatro años de estarme preparando sin cansancio, pese a mi condición, después de haber superado todas las pruebas que me propusieron, y, desgraciadamente debo reconocerlo, los obstáculos que eran parte de mi día a día, porque en este medio del arte la envidia está a la orden del día, al subestimarme por mi apariencia física, era muy común que me exigieran hacer cosas que no esperaban que superara, y como tampoco quería un trato especial por ser de talla baja, accedía a todas las pruebas que me habían impuesto, en muchas de ellas al principio terminaba lesionada, con dolores musculares tremendos, pero mi deseo de superarlos era superior a cualquier posibilidad de rendirme. El caso es que superadas tantas trabas, ya entrado el quinto año de la carrera, como balde de agua, recuerdo con mediana tristeza la crudeza y la maldad en las palabras de quien “supuestamente” era mi mentora y mi dizque apoyo fiel en mi crecimiento profesional. Recuerdo que frente a mi padre me alabó y juró llevarme a la cima. Solo que en ese entonces no pude distinguir a cuál de tantas cimas de todas las que se puede llegar al escalar se estaba refiriendo la desgraciada de Meriam Biscuit. —¿Para dónde vas? —Escuché su voz detrás de mí. Meriam también era la secretaria de la Directora de la Compañía de la Escuela Ballet de la Ópera de París. Llegué decidida a pedir un permiso extraordinario para viajar a mi país de origen para estar con mi familia, los gemelos cumplirían años en ese entonces y era la excusa perfecta para reunir a toda la familia, entre ellos, mi persona. —A hablar con la señora Dupont —Respondí con naturalidad volteando a verla. —Pues no podrás ingresar a esa área —Me dijo la rubia con cierto desprecio en el tono de su voz. —¿Y por qué no? —Quise saber mirándola confundida. No entendía su actitud, tampoco esa negatividad en ese preciso momento, porque el día anterior estuve reunida con la ella, la señora Dupont y otras grandes personalidades de la Escuela para planificar un proyecto donde fui incluida y me movilicé en el espacio sin mayor problema. De hecho, llevaba cuatro largos años transitando esos pasillos como si fueran los de la casa de mis padres. —Esa área solo es transitada por la directiva y estudiantes autorizados —Respondió acentuando el desprecio en el tono de su voz. —Sí, eso lo sé —Afirmé dándole la razón y al no ver ningún otro problema sino el obstáculo que en ese momento ella estaba representando a mi necesidad de ir a solicitar el permiso y después de eso me tocaría correr a mi primera clase del día, pasé a su lado. —Cuando dije que solo entran estudiantes, no me refería a tí —Me dijo en un tono de voz bajo pero contundente. Extrañada, giré el cuerpo para verla. —No entiendo, ¿Qué le sucede hoy conmigo señora Biscuit? —Le pregunté a Meriam haciendo a un lado la familiaridad que se había desarrollado entre nosotras, creía que era en cierto modo mi amiga, pues venía apoyándome y dándome consejos que estimaba desinteresados. —Te recomiendo que salgas del edificio por tus propios medios si no quieres que llame a los funcionarios de seguridad para que se deshagan de un ser tan despreciable y escandalosa y físicamente vergonzoso para esta compañía, como tú —Me dijo dejándome atónita y petrificada en el mismo lugar. Jamás en la vida había sido ofendida. Este fue mi primer contacto con la cruda realidad, con la maldad del ser humano, del tipo que no acepta la diversidad entre sus semejantes. Sabía que existían pero nunca me había topado con uno. —¿Perdón? —Cuestioné sorprendida. —Como escuchaste, saca tu deforme y mal trabajado cuerpo de estas instalaciones, ni se te ocurra volver a este lugar, no sé quien le dijo a tu padre que podrías convertirte en una de nosotras, en una bailarina de la talla de la señora Dupont, o de Grace, ni se diga de Jazmine, esas si son verdaderas representantes de un arte tan delicado y exigente en quienes lo representemos, tú estás lejos de ser su viva representación —Agregó Meriam destilando un veneno que no conocía que corría por sus venas sino hasta ahora. Lo supo solapar muy bien. Hasta ahí me llegó la pasividad y la poca diplomacia que había aprendido desde que llegué a este lugar. Quise gritarle todo lo que me vino a la cabeza. Al ser de carácter un tanto rebelde y acostumbrada a decir y hacer lo que pensaba y me viniera en antojo, seguí los consejos de mi madre y de mi tia Ingrid, me costó mucho amoldarme a las etiquetas y normas de conductas necesarios para estar en lugares como este, y más para relacionarme con personas que creía eran mi mayor ejemplo a seguir. Mantener cerrada la boca cuando en mi ser todo me pedía gritar e imponer mi opinión sin cuidar las palabras y la cortesia, fue un gran reto, pero lo logré, me mordí el labio inferior, solo la miré con ojos puntiagudos. Hasta ese día fue que vi al mundo que me rodeaba en esas paredes como algo perfecto. Ese día, gracias a Meriam comencé a ver el mundo de manera distinta, me contuve, y casi podría decir que nada puedo envidiarle a ese mundo si solo tiene personas como Meriam, arropada de pura falsedad. En ese momento caí en cuenta que mi gente no tienen nada que envidiar a los de este lado del mundo. Los miembros de la hermandad, aunque ordinarios, y con escasa educación son nobles, transparentes, y realmente justos, están acostumbrados a dar a cada quien el trato que se merecen, no disfrazan el cariño ni el respeto. —No te acepto que hables de mi padre, cuida tus palabras… —Comencé a decirle amenazante. —O sino ¿Qué? ¿Qué me vas a hacer? ¿Qué puede hacerme la primogénita del principal líder de la mafia de Latam? —Cuestionó desafiante e interrumpiéndome de manera abrupta—. Ya va —Dijo acompañando las palabras con un movimiento de sus dedos que indicaba que me daba una orden—, no me digas, dejame ver si adivino —Hizo una pausa con arrogancia al tiempo que tiró detrás de su oreja una buena cantidad de su espléndida maraña de cabello rubio ondulado—. ¿Me vas a sobornar como lo hizo tu padre con Dupont y la alta directiva? ¿Cuánto me vas a ofrecer para que interceda con la señora Dupont para que reconsidere mantener a un espécimen tan aborrecible como parte de esta prestigiosa escuela? Dime, a ver si me enamoro del dinero mal habido, o ¿Me vas a amenazar con asesinar a algún familiar mío para que te deje permanecer entre nosotros? —Cuestionó con malicia. Una a una sus palabras fueron calando en mi mente. Respiraba con dificultad pero lo disimulé muy bien. No soy fácil de manipular, sacarme de mi centro le ha costado un montón a quienes lo han intentado; y en ese instante, en frente de esa venenosa mujer, me propuse que no iba a ser esa estúpida la que en su afán de querer hacerme sentir ofendida, y porqué no reconocerlo, hasta humillada, lo iba a lograr. Respiré profundo y con elegancia, aceptando que no valía la pena discutir, la miré fijamente, y luego desvié la mirada alrededor para ver si alguna de las personas que estaban allí hacían o decían algo en mi defensa. No sucedió nada, nada se movió, todos parecían no ver ni escuchar absolutamente nada. Supuestamente permanecieron concentrados en sus actividades. Como si todo marchara en tranquilidad, en la perfección que desde afuera demuestran todos los que hacen vida en la compañía. Las personas que estaban alrededor si escucharon la sarta de ofensas y acusaciones que Meriam profirió en mi contra, nadie se inmutó. Eso me dio a entender que en ese momento no lograría pasar de esa sala para ir a hablar con la señora Dupont y así lograr, ya no el permiso sino que fuera ella quien me dijera que ya no formaba parte de la compañía y que me aclarara la acusación tremenda de Meriam al insinuar de que solo estuve allí por esos cuatro años gracias a la influencia de mi padre, Aleskey Sánchez. Con postura totalmente erguida, me di la vuelta para buscar los ascensores que me llevarían a la planta baja y a la salida del edificio monumental que por cuatro años albergó todos mis sueños e ilusiones. Con la firme decisión de regresar al día siguiente a hablar con la directora, sin hacer escándalo ni mostrar actitud de derrota, salí del edificio. Como mi sueño no es de los que le da cabida a la derrota, estimé que ese solo fue un mal día, y como tal, debía ser sacudido recreando la mente en otras actividades. Eso hice y volví al departamento ubicado en el edificio Enfants-Rouges, ubicado en el barrio de Le Marais, Calle Mouffetard de París que venía ocupando gracias a que mi padre lo compró para mí. Ya sabía que Meriam intentaba hacerme sentir mal por ser de talla baja, porque sí, soy una mujer pequeña, como mi madre, y como mi abuela, así me contó mi padre. No por eso me he sentido menos que cualquier mujer que mida uno setenta centímetros de estatura, no va a ser ahora que he probado que puedo llegar más lejos que cualquier otra mujer de figura perfecta, voy a dudar de mí ante la opinión de cualquier persona malhumorada. Rápidamente, al ingresar en mi departamento pensé que el problema es de ella, no mío, yo estaba y sigo con claridad de lo qué deseo y qué debo hacer para lograrlo.. Al día después de haber recibido metafóricamente el cierre estruendoso en la cara de la primera puerta que me conduciría hacía el éxito, ya más tranquila, decidida a no dejarme decaer con ese primer obstáculo, a unas cuadras del lugar donde vivía desde que decidí apartarme de mis padres y hacer una vida en la ciudad del amor y los sueños, en París, como el imán que estoy destinada a ser pues los problemas cuando me han llegado lo hacen en un combo especial, para hacer más dramático mi existir, me tocó presenciar un hecho abominable que terminó de darle un giro radical a mis planes. —Te dije que no llamaras a tu hermano —Escuché al pasar al frente de lo parecía una calle ciega. Curiosa, no por las palabras que llegaron a mis oídos provenientes de una voz masculina bastante gruesa, sino por la contundencia al emitir la voz que las gesticuló de manera tosca y atropellada, giré el rostro para ver hacía mi lado izquierdo que es desde donde provenía el sonido. Al hacerlo, no esperaba que como si de una película se tratara, la vida me obligara a ver la caída de un hombre rubio, bastante joven, según vi desde mi distancia, caer de manera dramática sobre el pavimento luego de que el hombre que creo fue el que habló, detonara un arma plateada con silenciador en el medio de sus ojos. El chico rubio lo último que vio fueron mis ojos y yo los de él. Olvidar esa escena, ha sido el mayor de mis traumas. Un trauma que me estaría costando la vida, e incluso mi más grande sueño y se convertiría en la razón de ocultar a mi padre la verdad de lo que tiempo después ante las decepciones de la vida estimé fue un fracaso, y que además terminó de moldear mi carácter rebelde. Si bien sentí temor, ver esto no me amilanó; más bien, decidida a salvar mi vida huí de ese lugar sorteando los automóviles en medio de las calles parisinas que apenas comenzaban a reflejar la belleza de sus mañanas y que en ese diecinueve de mayo marcó el primero de los muchos días de vivir al límite que ahora son parte de mi existir. Mientras corría sentía a los hombres del asesino respirarme en las orejas susurrándome que yo sería la próxima. «Solo si me matan desde la distancia lo lograrían», Me decía en la mente mientras corría y sintiendo el corazón palpitarme a mil, tanto que pensaba que se escaparía por mi boca del susto y la adrenalina que estoy inyectaba en mi sangre me hacía sentir caliente, casi enferma. Jamás consideré darme el lujo de sentir cansancio mientras buscaba salvarme en mi barrida por la calle La Rue Saint-Rustique hasta que llegué a un edificio de lujo, y dado que iba vestida de acuerdo al lugar, me colé entre varios turistas que ingresaron a el hasta que logré perder a los sujetos. No sé cuántos kilómetros corrí, lo único que sé es que agradecí las horas de entrenamiento como acto previo antes de cada clase que exigían en la escuela. La resistencia jugó a mi favor en esta ocasión. Solo cuando dos horas después salí del edificio y abordé el primer taxi que estaba en la entrada principal de la edificación, entendí que debía salir huyendo de esa ciudad. Por ello me vi obligada a huir dejando todo atrás, incluso a poner en suspenso ese sueño que había motivado toda mi vida.
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