(Continuación)
Ivy Cross
Llegamos al comedor exterior del yate. Una mesa larga está dispuesta bajo un toldo blanco que deja filtrar la luz justa. Hay frutas frescas, quesos, jugos naturales, café humeante y panecillos aún calientes. Todo perfectamente dispuesto. Aún no hemos llegado y ya puedo oler la canela y el jengibre.
Dimitris y Christos se están sirviendo. Kallista y Thalia están sentadas, cada una con una copa de jugo y sus gafas de sol que parecen sacadas de una revista de alta costura. Al vernos, todos nos saludan con sonrisas cálidas.
—Buenos días, por fin, los recién casados —dice Thalia con su tono juguetón.
—Dormimos demasiado bien —responde Alejandro con naturalidad, como si eso no fuera una declaración de guerra directa a mi sistema nervioso.
Me siento junto a él, fingiendo una sonrisa diplomática. Y mientras ellos comienzan a hablar de negocios, de movimientos estratégicos, de mercados emergentes, noto algo.
Alejandro no me deja servir.En silencio, toma un plato.Coloca una rebanada de pan artesanal.Acomoda dos rodajas de queso, una pequeña porción de frutas —mango, fresa y kiwi, mis favoritas— y luego me pasa el plato sin mirarme siquiera, como si eso fuera… normal.
Como si llevara años haciéndolo.Como si supiera.
—¿Cómo sabes lo que me gusta desayunar? —susurro, en voz muy baja, solo para él.
—Me fijo en lo que comes. Siempre lo he hecho.Y luego, como si no acabara de dejarme sin aire, vuelve a mirar a Dimitris y retoma la conversación sobre rutas comerciales.
Yo, mientras tanto, solo puedo ver mi plato.Y pensar que el infierno tiene sabor a mango y pan recién hecho.
Me limpio la garganta, tomo el tenedor, y trato de fingir que no estoy sintiendo cosas que no debería. No después de todo lo que nos separa.
Pero entonces él deja caer una frase al aire, sin mirarme, que me desarma.
—Si no comes, vas a tener náuseas y luego dirás que es mi culpa. Otra vez.
¿Otra vez?
Trago saliva.¿Cuántas veces se ha preocupado por mí y yo ni lo noté?O peor… ¿Cuántas veces lo noté y preferí ignorarlo?
Respiro hondo.Me obligo a comer.Porque tengo que estar lúcida. Porque este juego que empezamos anoche, ya no se trata solo de orgullo, ni de deseo. Hay algo más.Y temo que ese algo ya no sea del todo reversible.
***
Los hombres se han dispersado para revisar algo con la tripulación. Thalia fue llamada por Christos para revisar sus correos. Y así, sin planearlo, me quedo a solas con Kallista en la cubierta.
Está sentada bajo la sombra de una sombrilla blanca, con una copa de agua con limón y hojas de menta. Sus gafas de sol le cubren media cara, pero aun así, siento su mirada sobre mí.
Me siento frente a ella. La brisa marina nos acaricia como si supiera que el silencio se siente menos incómodo con ella. No dice nada durante varios segundos, y de alguna manera, eso me resulta reconfortante.Nadie me está interrogando. Nadie espera que sea encantadora.
—¿Cuánto llevas con Alejandro? —pregunta, finalmente, con esa voz suave que tiene alguien que ha aprendido a leer los silencios.
—Eso depende —respondo, bajando la vista a mi taza de café—. ¿Quieres la versión oficial o la real?
Kallista se ríe muy despacio.
—La que no sale en los titulares.—sonrió brevemente. —El matrimonio en el mundo del narcotráfico, nunca es de un cuento de hadas. Sé qué si estás a lado de Alejandro, es por qué él lo ha querido, quizás no de forma convencional, ¿Te tomaron en un matrimonio de conveniencia con cuerpos desangrados sobre el suelo y alrededor mientras dabas el «sí, acepto»?, o ¿Te secuestró y decidió quedarse contigo por una deuda familiar?
Levanto los ojos. Me está sonriendo. No con compasión. Sino como alguien que también ha estado allí. En medio del caos. De lo no dicho. De lo que se espera de ti cuando te casas con un hombre poderoso.
—No es fácil —digo al fin.
—Nada es fácil en este mundo. En mi caso, a veces siento que estoy conviviendo con un extraño... uno que también sabe todo sobre mí. Que me toca sin tocarme. Que me rompe sin levantar un dedo.
Como si comprendiera sin que tener que explicarlo.
—¿Y aun así te quedaste?
—¿Crees que fue una elección?
—No. —respondo.
Hace una pausa.
—Pero sí, creo que lo estás eligiendo ahora. Al menos, en este instante. Podrías hacer esto mucho más difícil para él… y no lo haces. Lo estás intentando.
—¿Y eso es bueno o estúpido?
Kallista deja su copa sobre la mesa y se inclina hacia mí, con una expresión que me sorprende.
—Eso es valiente. Solo tú sabes cuánto estás dispuesta a dar. Y hasta dónde estás dispuesta a perdonar.
—No he perdonado nada.
—No aún —responde ella con tranquilidad—. Pero lo estás contemplando. Y ese es el principio más peligroso.
No sé qué contestar. Porque, por un momento, sus palabras suenan como una profecía.
—Tú y Dimitris… —pregunto bajando la voz—. ¿También fue así al principio?
Ella sonríe, pero hay algo melancólico en su sonrisa.
—Dimitris fue un terremoto en mi vida. Al principio, solo quería sobrevivir a sus tormentas. Luego descubrí que tenía las mías propias.
—¿Y ahora?
—Ahora bailamos entre ruinas. Pero hemos aprendido a hacerlo con gracia.
—No suena muy esperanzador.
—No lo es. Pero es real. Y a veces, eso basta.
Nos quedamos en silencio. El mar frente a nosotras parece calmo, pero sabemos —ella, yo, todas las esposas en este tipo de mundos— que las tormentas siempre están a punto de volver.
—Ivy —dice entonces, quitándose las gafas y mirándome con una claridad casi incómoda—. No necesitas convertirte en otra para estar a su altura. Solo asegúrate de que, si ardes, sea por ti… no por él.
No sé si fue una advertencia o un consejo. Pero lo guardaré como si fuera lo segundo.
—Por cierto, las malas lenguas dicen que la mujer de su pasado, está buscándolo. —escuchar aquellas palabras, me hace levantar la mirada de mi taza de café.
—¿Q-qué? ¿Qué mujer del pasado?—algo caliente y amargo crece en el centro de mi estómago.
—Oh, mierda, he hablado de más. —puedo notar su nerviosismo.
—Tranquila, no diré nada, ¿De qué mujer hablas?—mi insistencia la hace dudar. Mira a nuestro alrededor, luego en mi dirección, como no quedándole de otra que darme información.
—Sienna. Sienna Laurent. Es francesa. Hija de un mafioso. Tuvo su historia con Alejandro. Una bastante intensa por lo que se escuchó. Era tóxica. Incluso sangrienta. —alcé mis cejas al escuchar la última palabra.
—¿Y sabes que es lo que pasó?—no entendí el hambre de información que empezó a crecer en mí.
—Las malas lenguas dicen que ella quería casarse. Cross no quería. Estuvo presionando mucho, hasta hartarlo. Dicen que ella fue quien mando a matarlo por negarse a cumplir a casarse con ella.
—¿Hace cuanto fue eso?—estaba impactada con todo lo que estaba escuchando.
—Hace más de un año. Tengo entendido que Cross tenía una situación con su contador de confianza—me tensé y el corazón comenzó a latir tan rápido, que pensé que podría tener un infarto aquí mismo. —Sienna se había liado con él, lo sedujo y se juntó con el hombre para quitarle todo el dinero a Cross, contratos de armas y drogas, pero alguien se dio cuenta y le informó, Sienna se dio cuenta que Alejandro se había enterado, y como si nada, regresó a Francia, pero dejó al hombre con todo el problema, sé por Dimitris que le llegó el rumor que lo había aniquilado frente a un familiar, no sé si era su esposa o su hija...
—Era su hija, lo mató delante de ella. En su despacho. Y la obligó a casarse con ella sin más. La arrebató de su mundo para introducirla al suyo. —ella jadeó con sorpresa al escuchar mis palabras, y se llevó una mano a su boca para callar su gemido de terror.
—Eres la hija del contador.
—...y soy la esposa de Alejandro Cross.