Capítulo 14: Sostenerse

815 Words
El aire de la tarde era más frío de lo habitual, pero a Antonella no le importaba. Estaba sentada en el banco del patio, rodeada de sus amigos y con Ignacio y las mellizas cerca. Se sentía extrañamente tranquila, como si la tensión de la mañana la hubiera vaciado de todo menos de determinación. —¿Te dijo algo más? —preguntó Ernesto, dándole una patada a una piedrita en el piso. —Lo mismo —dijo Anto—. Siempre lo mismo: provocaciones. Simón, que estaba con los brazos cruzados, la miró con el ceño fruncido. —¿Y vos? ¿Cómo estás? —Mejor —dijo ella, con una media sonrisa—. Estoy cansada, pero no pienso dejar que me afecte. Jazmín se acercó y le puso una mano en la rodilla. —¿Querés que lo enfrentemos juntos? Sabés que podemos. —Gracias, pero no —dijo Anto, con la voz firme—. Quiero manejarlo sola. Por primera vez, siento que puedo hacerlo. Ignacio la miró con un respeto nuevo en sus ojos. —Eso es lo que más le molesta a Sebastián —dijo él—. Que no estás dispuesta a dejarte arrastrar por su juego. —Exacto —dijo Anto—. No quiero que piense que me tiene donde él quiere. Matías suspiró. —Pero vos sabés que él no va a parar, ¿no? Siempre va a buscar la forma de pincharte. —Lo sé —admitió Anto—. Pero no importa. Ahora sé que no tiene poder sobre mí si no le doy ese poder. Las mellizas, que la habían escuchado en silencio, sonrieron. —¡Esa es nuestra prima! —exclamó Constanza con entusiasmo—. Te juro, Anto, que nunca te vi tan segura. —Es que me cansé —dijo Anto—. Estoy harta de que me hagan sentir como si no valiera nada. Se miraron todos, y por un momento, hubo un silencio lleno de orgullo. Porque todos sabían que Antonella siempre había tenido carácter, pero ahora había encontrado algo más: la decisión de no dejarse vencer. Pero aunque ella se sentía más fuerte, no podía ignorar lo que pasaba con Sebastián. Esa sonrisa torcida que la perseguía, ese tono burlón que no terminaba de irse. Y había algo nuevo en sus ojos, algo que Antonella no terminaba de descifrar. Al día siguiente, mientras caminaba por el pasillo, lo vio otra vez. Sebastián estaba apoyado en su casillero, con los brazos cruzados y los ojos clavados en ella. Cuando sus miradas se encontraron, sonrió como siempre... pero esta vez, parecía que había algo más detrás de esa sonrisa. —Buenos días, Antonella —dijo con voz tranquila, casi suave. —¿Qué querés ahora? —respondió ella, deteniéndose apenas. —Nada —dijo él, encogiéndose de hombros—. Solo ver cómo estás. Antonella lo miró con desconfianza. —No me creo tu preocupación. —No espero que lo hagas —dijo Sebastián, sin perder la sonrisa—. Pero no podés negar que te gusta que te preste atención. —¿Eso pensás? —dijo ella, alzando una ceja—. Lo único que pienso es que te encanta sentirte superior. Él la miró con curiosidad, como si analizara cada palabra. —Te subestimé, Antonella —dijo finalmente—. Pensé que eras solo otra chica más. Pero tenés algo... algo diferente. Ella sintió un escalofrío, pero lo mantuvo todo en su lugar. —No me interesa lo que pienses de mí, Sebastián. —Tal vez no —dijo él—. Pero a mí sí me interesa lo que pienso de vos. Antonella giró sobre sus talones y se alejó, sintiendo su corazón latir rápido. Sabía que Sebastián no iba a rendirse, que iba a seguir intentando provocarla. Pero por primera vez, no sentía miedo. Sentía rabia, sí, y un poco de incertidumbre, pero también fuerza. Cuando se reunió con sus amigos en el patio, les contó lo que había pasado. —¿Te dijo que te subestimó? —preguntó Martina, indignada—. ¡Qué tarado! —Sí —dijo Anto—. Pero no pienso darle el gusto de seguir con sus jueguitos. —Hacés bien —dijo Simón—. Él no sabe con quién se está metiendo. —¿Y vos cómo estás con todo esto? —preguntó Ignacio, mirándola serio. —Estoy bien —dijo Anto, y esta vez lo dijo con convicción—. Voy a demostrarle que no soy su juego. Ni de él, ni de nadie. Ignacio sonrió y le dio un golpecito en el hombro. —Así se habla, prima. Ese día, Antonella entendió que no podía cambiar a Sebastián ni lo que él intentara hacer. Pero sí podía cambiar su reacción, su forma de plantarse. Y eso, se dijo a sí misma, era lo más importante.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD