Cambia las — por —
Dios, qué bien daba besarla. Labios suaves. Una especie de brillo de labios con sabor que, milagrosamente, se había mantenido intacto todo el día. Sus ojos se abrieron de par en par por un segundo, luego me abrazó y me devolvió el beso. Duró unos quince segundos hasta que oí a unas personas reírse suavemente de nosotros. Me aparté. Me miró con una expresión ligeramente vidriosa.
—Recoge tus cosas y quédate conmigo en el hotel. Crisis evitada.—
—¿En serio?— dijo ella luciendo sorprendida.
—De verdad—, dije. Y luego añadí: —No tengo ninguna expectativa de que pase nada. Hablaré con el conserje y pediré que suban una cuna a la habitación. Me sentiré mejor sabiendo que estás sano y salvo que durmiendo en un andén del metro.—
Ella me abrazó de nuevo, más fuerte esta vez.
—Gracias. Eres el mejor papá.—
Mientras mi duendecillo me aplastaba suavemente, saqué mi billetera del bolsillo trasero, metí la mano y le di unos billetes de 20 dólares. Parecía confundida.
—No quiero que arrastres tu equipaje por la ciudad. Es una forma segura de arruinar tu día. Ya casi no queda tiempo para que cierren las puertas. Ve a cambiarte y regresa a tu habitación a buscar tus cosas antes de que lleguen los dramatismo. Luego, toma un taxi y regresa al hotel. Avísame cuando llegues y a tu llegada—, le dije.
Ella asintió y me quitó el dinero lentamente. Luego se dirigió al guardarropa a recoger sus cosas, desapareciendo entre la multitud. Unos minutos después, mi teléfono vibró en el bolsillo. Lo saqué y vi un mensaje suyo.
—Papá, no necesitas pedirle la cuna al conserje. Soy bastante pequeña y no ocupo mucho espacio en la cama.—
Cristo todopoderoso.
***
Antes de venir a esta convención, mis amigos y familiares estaban preocupados por si hacía alguna locura. Pensaba que temían que gastara todo mi dinero o que me metiera en una pelea sin motivo. Durante los últimos dos años tuve... arrebatos de comportamiento irracional. Una furia rabiosa que podía desencadenarse con el más mínimo insulto. No era imprudente con el dinero; no es que comprara coches deportivos ridículos. Pero no me importaba tanto el dinero. Había trabajado duro y ahorrado, y aun así perdí lo más preciado del mundo. El dinero no podía recuperarlo, así que ¿qué importaba?
Había mejorado en los últimos seis meses. La medicación me ayudó. Por fin, hablar con profesionales y escuchar lo que tenían que decir en lugar de simplemente ignorarlos estaba funcionando. La razón principal por la que estaba en esta convención era que todos creían que era seguro para mí ir y hacer algo por mi cuenta.
—Habría elegido una playa y me habría ido a nadar al mar. Ya te digo que vayas a un lugar frío y lleno de gente con hábitos de higiene dudosos—, me dijo mi madre. Dudó si era una decisión racional. Insistí en que sí.
Mientras regresaba al hotel, se me ocurrió que acostarme con un joven de 19 años con fetiche por los papás y un campo del teatro probablemente también calificaría como una decisión no del todo sensata.
No me importaba. Los últimos dos años habían sido de dolor y angustia, y ahora tenía a Ashley, que al menos quería hacerme feliz ahora mismo. Ya vería el resto después.
Regresé a mi habitación y ordené un poco. Tenía ropa, libros y regalos de la Comic Con esparcidos por toda la habitación. No tardé en recibir el primer mensaje diciéndome que estaba en un taxi. Veinte minutos después, recibí otro mensaje diciéndome que estaba llegando al hotel. Le di mi número de habitación. Y entonces llamaron a la puerta con cautela. Abrí y había un montón de maletas con una pequeña pelirroja en el medio.
Los cosplayers no viajan ligeros, pero Ashley, arrastrando una maleta con ruedas, una mochila de senderismo y una más pequeña, de tamaño escolar, en el brazo, es un milagro que haya llegado en taxi. Me imagino cómo habría sido subir todo esto al metro.
—Dios mío, Ashley—dije, tomando su equipaje y su pequeña mochila y llevándolas a la habitación—. ¿Has volado hasta aquí con todo esto?—
—En autobús, en realidad—, dijo. —Son un poco más flexibles en cuanto a la cantidad de equipaje que se puede llevar a bordo.—
Entró en la habitación, encogiéndose de hombros y dejando caer la mochila al suelo. Luego miró a su alrededor. Era una habitación de hotel bastante estándar. Cama king-size, un televisor grande sobre la cómoda, un pequeño escritorio por si querías trabajar un poco y un par de sillas cómodas junto a la ventana. El baño tenía una ducha y una bañera decentes. El hotel tenía menos de cinco años, así que el desgaste habitual aún no se había notado.
Me di el lujo de alojarme en una habitación en uno de los pisos más altos, lo que me daba una buena vista de la ciudad.
—¡Dios mío, este lugar es increíble! El lugar donde nos alojábamos era un desastre. Dos camas individuales, alfombra desgastada y las paredes tan finas que podía oír al tipo de la habitación de al lado tirarse un pedo—, dijo. Se acercó a la cama, se dejó caer en ella y emitió un gemido bajo y agradable.
—Eres el mejor papá—, dijo con los ojos cerrados, disfrutando del momento. Estaba mucho más feliz que hacía menos de dos horas. Claro, ahora que la tenía aquí, no estaba del todo seguro de qué hacer.
Ella se sentó en la cama y me miró con una sonrisa.
—Papá—, dijo con voz cantarina. —¿Dijiste que este lugar tiene piscina?—
***
Así fue como terminamos cerca de la azotea del hotel, donde tenían la piscina y el jacuzzi. Era viernes por la noche y casi todos estaban de fiesta, así que la piscina y el jacuzzi estaban prácticamente vacíos. Resulta que el disfraz de Bruja Escarlata de Ashley del día anterior también podía servir de bañador de una pieza. Me conformé con sentarme en el jacuzzi, apretar los chorros de agua caliente contra mi rodilla y verla nadar. Claramente había estado en un equipo de natación o algo así. Su forma física era impecable.
Finalmente, se acercó a mí. Se quitó el gorro de baño y rápidamente hizo un gesto con las gomas para que su cabello quedara recogido en lo alto de la cabeza y se deslizó en el jacuzzi con un pequeño gemido de placer. Sorprendentemente, no se acurrucó a mi lado, sino que se sentó frente a mí. Quería que la viera en traje de baño. De alguna manera, se le veía más el escote ahora que estaba en el jacuzzi.
—Eres buena nadadora—, le dije. —¿Equipo de natación del instituto?—
Ella asintió, hundiéndose aún más en el jacuzzi. Ahora solo sobresalían la parte superior de sus pechos y su rostro. Los dedos de sus pies salieron a la superficie, fuera de mi alcance. Una expresión de felicidad relajante cruzó su rostro.
—Yo era bueno y me encantaba, pero la genética me hizo muy pequeño. Nunca pude competir con los altos y de enorme envergadura.—
—¿Gimnasia?—
Arrugó la cara. —Todas las gimnastas y bailarinas que he conocido están fatal. Las adolescentes ya tienen suficientes problemas físicos como para meterse en esas cosas.—
Se metió un poco los dedos de los pies en el agua y se hundió aún más en el jacuzzi. Sus pies quedaron a mi alcance y agarré uno con cuidado y comencé a masajearlo. Dejó escapar un gemido de sorpresa.
—Ay, qué buen papá—, dijo. —Me encantan esas Doc Martens amarillas, pero después de usarlas durante 10 horas en una Comic Con, además de los tacones de ayer, me están matando los pies. ¡Qué buena racha de puntos estás acumulando!—. Sonreí y seguí masajeándole los pies un rato, antes de que se incorporara y se acercara a mí, apoyando la cabeza en mi hombro.
—Entonces, ¿qué quiere hacer mi pequeña el resto de la noche?—
Me miró y me di cuenta de lo que acababa de decir. Sonrió, como si se alegrara de que me estuviera metiendo en el papel adecuado.
—Lo he pensado mucho—, dijo. —Quiero pedir pizza a domicilio, y la voy a pagar yo porque me estás salvando el pellejo y hasta ahora no te he ayudado en nada.—
—Has hecho más por mí de lo que crees—, dije. —No todo son dólares y centavos.—
—Lo sé, papi, pero aun así quiero hacer esto, ¿de acuerdo?—
—Bueno, ¿qué más?—
—Quiero comer pizza en esa cama enorme, acurrucada a tu lado, y luego quiero ver dibujos animados en esa ridícula tele y luego quedarme dormida acurrucada contra ti. ¿Te parece bien?—
—Suena como la mejor idea del mundo—.
—Ya me lo imaginaba—, dijo, y salió del jacuzzi, enseñándome un culito precioso. Sabía que la miraba. —¿Vienes?—