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1818 Words
4 Malek Al Naimi. “Yo, Youssef Al Naimi, declaro que esta es mi última voluntad y testamento. Bajo mis plenas facultades dejo mis bienes y acciones en su totalidad a mi hijo mayor, Malek Al Naimi. Hijo al que confío, se encargará de administrar con inteligencia, estrategia y áspera examinación los cargos, deberes y derechos de sus hermanos Omar, Ali y Khaled con la certeza de que será justo en consecuencia de sus acciones. Mi única y exclusiva regla impuesta es la siguiente: Malek deberá contraer matrimonio y tener un heredero o una heredera con un plazo de tiempo máximo de doce meses. Esto, con único objetivo a que nuestro linaje continúe. Sé que mis hijos me detestarán por mi decisión. Mis últimas palabras son: Así como me detestaban en vida, que lo hagan en muerte. De no cumplirse mi única y exclusiva regla, absolutamente todos mis bienes serán transferidos en partes iguales a mis accionistas.” Las palabras del albacea encargado del testamento de mi difunto padre retruenan en mi cabeza a diario. El hielo del trago suda por mi mano al mismo tiempo que sobo mi frente buscando aliviar el molesto dolor de cabeza inoportuno mientras vuelvo al recuerdo del día en que todo cambió. —¡¿Qué?! ¡Eso no puede ser posible, le exijo que lea bien el documento que tiene en manos! —el primero en reaccionar fue Omar enrojecido de ira, soltando saliva al abrir su boca en reclamo. El mismo hijo que se había esmerado en ser la sombra de mi padre. Logró llegar a ser vicepresidente de la empresa, hasta me daba pena ajena verlo arrastrándose a sus pies, doblegado, sin personalidad ni carácter impuesto. —¡¿Qué fue lo que hiciste para que papá te dejara todo a ti?! —el segundo fue Ali, casi rio de ironía. Estaban reaccionando al mismo orden de nacimiento, de mayor a menor. Ali, que había malgastado el valioso tiempo en adicciones, fiestas y mujeres. —Ya lo escucharon, fue la última voluntad de… Padre. Tenemos que respetarla —musitó Khaled restando importancia a los dos hermanos que me observaban como si hubiesen estado dispuestos a quitarme la cabeza ahí, justo en esa sala alejada del funeral que se celebraba afuera. Si, en medio del maldito funeral. Mis hermanos exigieron a que el testamento fuera leído lo más pronto posible, no pudieron esperar a que el cuerpo se enfriara ni al otro día, ni siquiera se esmeraron en ejecutar una mala actuación de falso cariño ante la gente que también estaba fingiendo guardar afecto a mi padre en su último adiós. En lo que el albacea se presentó lo abordaron con apuro. Yo no soy mejor que ellos, estoy lejos de serlo. La diferencia entre ellos y yo es que esa herencia… Esa puta herencia me importa una mierda. Vi a mis hermanos como vería a unos insectos pegados al piso, con soltura e indiferencia. Yo me encargué de crear y obtener lo mío, no estaba esperando nada de… Mi padre. —Tú siempre de lamebotas con Malek, Khaled —vociferó Omar enfurecido—, ¡Exijo en este instante que esa herencia sea analizada! ¡Ahora mismo! Mi sonrisa de medio lado fue imposible de controlar, Omar dio un puño a la mesa en un arrebato y pataleta infantil que hubiese grabado teniendo la oportunidad. —Eres el último con derecho a hablar de lamebotas, Omar. Te recuerdo que te has dedicado a replicar los pasos de nuestro padre tan cerca de sus talones que algún día temí que te pisara como a una cucaracha. —¡Repite lo que acabas de decir! —Me has escuchado bien la primera vez, no me hagas malgastar más saliva. —¡Si, eso que dijo Omar! —le siguió Ali perdido y sin ideas, queriendo seguir los pasos de Omar. —Señores Al Naimi lamento informarles que eso no será posible, puesto a que su padre estaba en sus cinco sentidos, sano tanto física como mentalmente cuando el testamento fue escrito y sellado con los correspondientes dos testigos. No hay nada que pueda hacer por ustedes, lo siento mucho al igual que lamento su perdida. —¡Y una mierda! Todos nosotros estamos involucrados en el negocio familiar menos Malek, todos tenemos familia, hijos y hemos seguido con cada una de las reglas que demanda nuestra familia. ¡Y el muy desconsiderado le deja todo al único que no tiene ni esposa, ni herederos! ¡El que no ha seguido las reglas, ni un solo día de su mísera vida! —¡Omar, respeta la memoria de tu padre! —impuso nuestra madre consternada. Todas las miradas se enfocaron hacia mí, que estaba analizando la trillada situación en la que me había metido nuestro padre, que desde el más allá, se encargaba de poner de cabeza a la familia. Lo último que deseaba, una gigantesca carga sobre mis hombros. Así que hice lo único inteligente para hacer. —Llama a los accionistas e informales sobre la buena noticia, la herencia es suya, que se la repartan. Yo no la quiero. Eso fue lo que dije, para levantarme del incomodo asiento. De inmediato, se escucharon los gritos exasperados de mi familia en respuesta, sintiendo como jalaron del borde de mi traje evitando a que saliera de las cuatro paredes que me mantenían encerrado con... Mi familia. —¿Estás loco, has perdido la cabeza? ¿Cómo piensas repartir billones como si fueran centavos y todos los bienes familiares a unos desconocidos? —me persiguió un Omar desesperado. —No pienso casarme y tener un hijo por obligación. —Así que, ¿De eso se trata esto, no? De la estúpida rencilla entre papá y tú. —Te equivocas. Se trata de mí controlándolos a ustedes, como sabrás, hermano, tengo asuntos de mayor relevancia que atender. Mi último deseo es ser tu jodida niñera. La furia creció en el rostro de Omar hasta explotar, mamá se interpuso entre los dos evitando que él lanzara el primer golpe y con ello, el puñetazo que iba a responder con gusto. —Hablemos, por favor, Malek. Tienes que escucharnos —casi rogó. —No tengo nada que hablar. No me haré cargo, no cuenten conmigo. —Salgan de aquí, tengo que hablar con su hermano en privado —pidió nuestra madre con intrigante calma. A lo que se resistieron unos cortos segundos hasta que se marcharon—. ¿Escuchaste bien la última voluntad de tu padre? —Lamentablemente, hasta la última sílaba. —No se exige que sea un legítimo hijo, puedes encontrar un matrimonio por conveniencia. —¿Y qué saco yo de eso? —no iba a fingir ser desinteresado, me crucé de brazos esperando una justificación lógica. —Una vez tengas el control en su totalidad podrás quedarte con el cincuenta por ciento del dinero, las acciones y los bienes. Lo demás me lo dejarás a mi con… Nuestro control. Nos lo dejarás a nuestro control. —No necesito ese dinero. No moveré ni un dedo para casarme, menos para tener un hijo. —Yo lo necesito, Malek. A lo largo de mi existencia no tenido más rol que el de ser la esposa de tu padre. —Puedo proveerte, mamá, no te faltará nada. —No. ¿Es que no lo entiendes? He sido reducida en ser la esposa de… No quiero pasar de ser la esposa de para ser la madre de… Yo quiero un espacio en el negocio. Me merezco un asiento en esas sillas. Una vez te cases y consigas un heredero, ya sea tuyo o no, puedes hacerte con el cincuenta por ciento de todo y vivir tu vida a tu manera. —Ya vivo la vida a mi manera. —Ya lo sé, pero piénsalo bien, hijito. —Su suave voz fingida me causa mala espina, jamás ha sido cariñosa, o algo parecido a eso. Nunca me ha demostrado un gesto de amor, me da lo mismo. Sin embargo, me extraña esa repentina actitud—. No es sólo el dinero, es un boleto de salida a lo que tanto odias. ¿No te gusta ser parte de este imperio, no es así? Eres el único que no sigue las reglas, ignora las exigencias, el que se sale del molde… Es tu oportunidad para desligarte por completo. Puedes tomar tu posición como CEO durante unos cortos meses antes de casarte y hacer lo correspondiente… —No. —Piensa en tus hermanos, los vas a dejar en la calle. Tendrán dos o tres cosas como máximo a su nombre, antes, estaban atados a tu papá y ahora, a ti… Piensa en ellos. ¡¿Es que no te importa dejarlos sin dinero, sin trabajo?! Tomo una bocanada de aire pensando en mis sobrinos, los únicos que son capaces de conmover mi impenetrable corazón de piedra. —Quiero el sesenta por ciento —aclaré, no estaba dispuesto a hacer tal sacrificio por menos—, no soy mejor que ninguno de mis hermanos. A fin de cuentas, sigo siendo un Al Naimi. Dejo salir mi ironía antes de salir yo también. Me detengo en seco frente a la puerta probando el trago amargo del mal presentimiento. —A mi “Futura esposa” la elegiré yo —me adelanté en advertir, mamá no hizo mayor gesto en contradicción—. Inflaré tanto el negocio que ninguno de ustedes tendrá que trabajar hasta sus terceras vidas. En especial, tú, mamá. —Confío en ti en que harás lo correcto y lo que resulte mejor para… —Su pausa resultó casi eterna, como si hubiese pensando una y mil veces lo que iba a decir—. Todos. —Por primera y última vez, haré caso a la exigencia mi padre. Eso fue lo que dije antes de salir, esa fue mi despedida. No me quedé mucho en el funeral, no soportaba tanta hipocresía junta. Conseguiré un matrimonio por contrato con la mujer más indicada, una mujer que no anhele el amor, que no quiera un romance, que no espere amor de mi parte, porque yo no esperaré eso de la suya. Será un explícito contrato en el que expondré las reglas y normas que deberemos de cumplir mientras se cumple el lapso de tiempo que dicte el enlace que nos atará. No conseguiré amor, jamás lo he sentido y tampoco lo sentiré. Yo no nací para amar, tampoco para ser amado. Eso fue lo que pensé. Tenía todo metódicamente planeado. Todo, hasta que las letras pequeñas de las condiciones en la herencia de mi padre fueron develadas. Aquí, con el vaso con apenas gotas de whisky las diminutas palabras se ven amplias y claras. Mi matrimonio no tenía lapso de tiempo estipulado porque debía ser para y por siempre, como el mismísimo juramento… Hasta que la muerte nos separe.
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