Ahora estoy divorciada

1717 Words
Apenas puedo contener el nudo que crece en mi garganta, mis manos están temblando, y solo puedo sentir como mi corazón se desmorona. Tengo entre mis dedos el resultado de mis exámenes de laboratorio que encargué al hospital, pensaba hablarlo con mi esposo, pero en lugar de eso decido doblarlo y guardarlo en mi bolso, mientras mis ojos contemplan como él acaricia y besa el vientre de su ex. La puerta entreabierta me permite presenciar todo sin ser descubierta. Acababa de recibir una noticia que prácticamente condenaba mi vida y ahora recibía esto en mi propia casa. —Yo amándote… Y tu revolcandote con ella… —dije para mis propios oídos, mientras negaba con la cabeza y limpiaba con total indignación mis mejillas. —Tengo miedo, Belial —fueron las palabras de ella, posando sus manos en su pecho—. Estás casado, pero seré yo quien tendrá a tu hijo, por favor no me dejes. Él la abrazó y besó con delicadeza su frente, se notaba claramente quien era prioridad en la vida de él. —Te juro por mi vida que voy a proteger a este bebé y a ti. Tengo listo el papel del divorcio, si es preciso la obligaré a firmar, y me casaré contigo. —¿Harás eso por mí? —Lo que sea necesario para verte feliz, Ratja. Me cubrí los labios para no soltar un sollozo, mientras cierro mis ojos con fuerza y las lágrimas vuelven a traicionarme, pero esto ya ha sido demasiado. No voy a quedarme a llorar como una Magdalena. Decidida, empujo la puerta y miro como ellos se despegan abruptamente. —Ana, querida… —dice ella, intentando acercarse. —¡Tú cállate que no quiero oírte! —dije, levantando mi dedo. —Cuida tus palabras, Ana —me dice Belial, poniéndose delante de Ratja—. No vas a levantarle la voz a ella. —Entonces es verdad… ¡Tú! ¡Maldito! —exclamé con dolor, lanzándole una bofetada que resonó en nuestra casa, pero ni eso lo intimidó y siguió serio. —Ella está embarazada, me va a dar algo que tú en tres años matrimonio no has podido, creo que ambos sabemos quien sale sobrando. —Yo no quería que esto sucediera, Ana. Yo hasta te tengo aprecio —dijo con total descaro la otra. Las ganas de tirarle mi bolso en la cara me hicieron apretar mis puños con rabia. No había duda que ellos eran tal para cual. Hipócritas, doble cara y traidores. —Te quiero fuera de mi vida, Ana. Los papeles del divorcio están en esa mesa —señaló—. Firmarlos y hazme el favor de largarte. —Belial, creo que mejor los dejaré a solas. Tu abuela me pidió que fuera a verla, quiere comprar cosas para el bebé. —¿Abuela? —dije incrédula—. De modo que los demás lo sabían —mordí mis labios para no sollozar. —Sí, es mejor que vayas. Le pediré al empleado que arregle tu habitación. Yo ya no sabía que era peor, si el diagnóstico en el papel que guardo en mi bolso o esto. Ratja se fue, y yo solo sentí que me mareaba, que la respiración me faltaba. —¿Cuánto tiempo? —logré decir respirando por la boca—. ¿¡Cuánto tiempo me has visto la cara, Belial!? Muy tranquilo, él metió sus manos en los bolsillos y me dio la espalda. —¿Qué quieres oír? Que te responda no cambiará las cosas. —¡Dijiste que me amabas! —exclamé con total indignación—. ¡Incluso nos fuimos de vacaciones a la cabaña que tu abuelo nos regaló! ¿¡Todo eso fue mentira!? De repente, él guardó total silencio, exhaló y apoyó su mano en el marco de la ventana. Él también lo recordaba. Aquellos días habían sido los más hermosos. Tan solo un mes atrás él decía amarme, mientras me hacía el amor cada noche en medio de la naturaleza. Se había vuelto increíblemente más romántico y atento. Me miraba a los ojos y me sonreía con esa mirada tan azul como el cielo, era como un sueño, y al parecer solo fue eso. Un sueño fugaz. —Confié en ti… Entonces, él volvió a verme, y soltó una risa burlona. —¿En verdad creíste cada una esas palabras? —dijo sin tener una pizca de remordimiento, dando pasos para acercarse a mí, mientras que mi cuerpo no me obedecía y se quedaba paralizado—. ¿Pensabas que yo podría amar a un fenómeno como tú? Mírate, tienes un ojo verde y el otro azul, no eres normal —cada palabra me dolía, como si me estuvieran matando lentamente—. ¿Tanto placer te di que ruegas mi amor? ¡YO NUNCA VOY A AMARTE, ANA! Y con esas palabras rompió por completo mi corazón. En el fondo quizás lo necesitaba para abrir los ojos y entender que jamás debí amarlo más que a mi misma. Que equivocada he vivido durante estos tres años. Me había llenado de ilusión cuando me casé con él. Lo había amado en silencio desde que yo tenía trece años, por lo que ser su esposa fue como un sueño hecho realidad, pero…que estúpida fui… Logrando que al fin mi cuerpo reaccionara, me dije que no perdería la educación ante alguien como él. Un ser humano despreciable y que solo se burló de mí. —Muy bien —dije, levantando mi mano frente a sus ojos, para quitarme el anillo de nuestro matrimonio—. Aquí tienes el símbolo de tu mentira —afirmé, tirando el anillo en su pecho—. Nunca debí fallarme a mi misma, pero eso se acabó. Hasta aquí llegó el amor que te tuve. Sin darle oportunidad de contestar, me aparté y caminé directo a la mesa de la sala, tomé los papeles del divorcio, saqué un bolígrafo de mi bolso, y sin dudar los firmé. —Aquí lo tienes, ya nada nos mantiene unidos. Desde hoy eres un desconocido para mí, y si me ves, finge que no me conoces, porque eso haré yo. Belial no dijo nada, su mirada estaba desconcertada. Probablemente creyó que yo haría un escándalo y que me negaría a firmar los papeles, pero no. Me di cuenta que de nada servía quedarse donde no se es querido. Me erguí completamente y limpiando la última gota que resbaló por mi mejilla, caminé a la salida. —Si deseas puedes quemar mis cosas. No pienso volver por algo que tiene tu recuerdo. Te borraré de mi mente y haré de cuenta que jamás exististe. Salí de la casa Bercelli y sin mirar atrás, caminé sin rumbo aparente hasta llegar a un paradero, donde tomé un taxi. No tenía a donde ir, así que me hospedaría en un hotel, mientras analizaba qué hacer con mi vida. Sin casa, sin vida, sin nada aparente que me sacara de esta profunda depresión. No permití que Belial me viera romper en llanto, pero tan pronto me encerré en esa fría habitación de un hotel barato, resbalé con la espalda pegada a la puerta, recordando el momento en que mi médico me dio la noticia. *Flashback* —Lo siento, Ana, pero es peligroso continuar con una enfermedad. Acababa de enterarme que después de tantos intentos, al fin estaba embarazada, luego de pensar que tal vez no podía tener hijos, me enteraba que había vida en mi vientre. La alegría en mi corazón inundó mi cuerpo, mi anhelo de ser madre se hacía realidad, sin embargo, la felicidad duró poco, pues no fue el único diagnóstico que recibí. —¿Qué trata de decirme? —pregunté con las rodillas temblando en aquel consultorio. —La leucemia es un tipo de cáncer a los tejidos que conforman la sangre, el tratamiento es complicado, Ana. No es recomendable que tengas al bebé —dijo, con una mirada cargada de lástima —. Soy consciente de que querías ser madre, pero primero tienes que tratarte. Estás a tiempo, y en tu caso hay grandes posibilidades de superarlo. —¿Quiere que me deshaga de mi bebé? —mi voz se quebró—. ¿Sabe lo que está pidiéndome? ¡Llevo tres años deseando esto! —Ana, no hay otra manera. Llevo dieciocho años en este trabajo, es difícil que puedas salir bien con una enfermedad y embarazo. —¡Difícil, pero no imposible!—respondí firme, enterrando mis uñas en mis rodillas—. Belial va a apoyarme. Cuando sepa del bebé será quien me de fuerzas para superar esta enfermedad. —Ana… —¡No! No voy a perder a mi bebé. Yo lucharé para llevar mi embarazo y superaré esa enfermedad —me levanté del asiento y con los ojos aguados miré al médico—. ¡Juro que saldré de esto! *Fin flashback* Abrazando mis rodillas, por fin rompí en llanto. Estaba deshecha y más que rota. Ahí en esa oscura y fría habitación liberé mi alma desgarrada. —¡Ahhh! ¡AHHH! ¡¡¡Dios!!!—grité, golpeando el suelo con mis puños. No pronuncié una sola palabra más, solo dejé que mi dolor se expresara, necesitaba sacar lo que tenía dentro. Grité tanto, hasta que mi garganta se secó y el dolor se transformó en ardor. ¿Qué habían significado estos tres años? ¿Qué habían sido de mis sentimientos? ¿Quién soy? ¿Y a dónde voy? No sé cuantos minutos me quedé en ese estado. Pienso que fueron horas, preguntándome: ¿Qué pasó? ¿Por qué sucedió? Hasta que un dolor punzante en mis músculos, me hizo ver que estoy viva. Me llevé las manos a mi vientre y sollocé, mi cuerpo temblaba y no pude evitar pensar en que sería de mi bebé. Estoy sola y sin nadie que me de una mano. Si yo moría, ¿qué sería de mi hijo? Entonces, me miré en el espejo que estaba colgado en la pared, observé mi estado; esa no podía ser yo. Esa mujer no podía ser la madre de mi hijo. Sí, dolía, pero decidí que lo superaría. Mi bebé merece a una madre fuerte, no a una destrozada. Este no era el fin, solo un nuevo comienzo.
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