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1579 Words
AMBER LEWIS Me miré al espejo una vez más, necesitaba verme perfecta. No podía tener ni siquiera la mínima señal en mi rostro de que había estado llorando otra vez. Johnny había llamado hacía dos horas atrás, disculpándose por faltar una vez más a otra de nuestras reuniones con los Jones; lo peor: era la noche de Navidad, no podía tolerar el solo ver a la unida familia de mi mejor amiga Chelsea, mientras mi esposo se encontraba trabajando hasta altas horas de la noche. Ese maldito trabajo que era más importante que su propia familia. Pasé nuevamente el labial rojo sobre mis hinchados labios y le sonreí al reflejo del espejo, tratando de ocultar la tristeza y la frustración que sentía ante la ausencia de mi esposo. Amber Lewis simplemente debía de verse perfecta. Parpadeé frente al espejo, mis ojos eran grandes y su color celeste resaltaban con el perfecto maquillaje sensual que me habían hecho en el salón por la tarde, mi rizado cabello rubio, caía en agradables ondas a los costados de mi rostro, dando una linda afinidad de la que me sentía orgullosa. Era una mujer bella, todo en mí resaltaba sensualidad y belleza. Me levanté y caminé hacia el pasillo en busca de mi único hijo Jareth, quien ya se encontraba esperándome en la puerta del living con la botella de champaña que yo había encargado en la tarde para llevar a la casa de los Jones. Mi pequeño adolescente de tan solo trece años acomodó su largo cabello y después sonrió. —Luces hermosa, mamá. Le devolví la sonrisa mientras colocaba mis manos sobre sus hombros. —Gracias, Jareth, tú no estás nada mal. —¿Papá no vendrá? —preguntó, mirando sobre mi hombro. Tragué saliva, tratando de evitar que una mueca se dibujara en mi rostro. Otra vez el nudo se instaló en mi garganta al tratar de buscar las palabras correctas para explicarle una vez más sobre la ausencia de su padre. —Tiene mucho trabajo, recuerda que lo hace para que tú y yo tengamos todo lo que merecemos. Un deje de tristeza se abrió paso en su mirada, pero al final solo terminó asintiendo en mi dirección. —Vamos —mencionó—, los tíos nos esperan. Nos dirigimos al Audi que Johnny había puesto a nuestra disposición. Marcos, el chofer, nos saludó con un movimiento de cabeza y luego nos abrió la puerta trasera del auto. Me acomodé en los acolchados asientos junto a mi hijo, quien se aferró a su chaqueta a causa del frío. Era la noche del 24 de diciembre, por lo que, la nieve en Londres no dejaba de caer. Marcos condujo por treinta minutos, por lo general se duraba quince minutos en llegar a la casa de los Jones, pero en esta ocasión, debido a lo congeladas que estaban las calles, habíamos durado el doble del tiempo. Entró por la calzada que nos dirigía a la casa de Chelsea y su esposo Byron, la cual estaba decorada con hermosas luces navideñas a sus costados, cada árbol que estaba en el jardín brillaba con ese singular espíritu navideño que identificaba a los Jones. Marcos se estacionó en frente, bajó del auto y luego se dirigió a abrirnos la puerta, me tendió la mano para que saliera y pudiese encontrar la estabilidad, gracias a los zapatos de grandes tacones de aguja que llevaba conmigo. —Señora, estaré esperando aquí afuera. Asentí y le sonreí. —Gracias, Marcos. Jareth se apresuró a subir las escaleras del pórtico para después comenzar a tocar la puerta con emoción; no entendía el motivo que llevara a mi hijo a desear siempre estar en casa de sus tíos, era como si esta vivienda la sintiera más su hogar. —¡Feliz Navidad! —exclamó Chelsea con emoción en cuanto abrió la puerta. Le sonreí y me acerqué a saludarla, besando sus mejillas. Chelsea era una mujer dulce y simpática, aunque realmente bastante descuidada en su apariencia, no se preocupaba en peinarse bien, o siquiera maquillarse, lo que siempre me dejaba la duda del por qué un hombre tan guapo y sexy como Byron se había enamorado de ella. Ambas éramos amigas desde que estábamos en la escuela primaria, por lo que, le tenía un gran cariño. —¡Feliz Navidad, amiga! —dije en respuesta, para después seguirla al interior. —Tía Chelsea, ¿Dónde están Darline y Emmett? —preguntó Jareth, después de haberla abrazado con emoción. —Búscalos en sus habitaciones, cariño. Así aprovechas y les dices que la cena está lista. Jareth prácticamente corrió en busca de los niños de Chelsea, dejándome sola con mi amiga. Admiré lo limpio y ordenado que se veía todo, eso era algo que admiraba de ella, pues siempre se había encargado de su hogar con tal pasión que nunca necesitó contratar a alguien para que le ayudara. Mi mirada se clavó en la ancha espalda de Byron, quien se encontraba frente a la chimenea terminando de acomodar unas botas navideñas que colgaban de ella. Me fue inevitable no torcer una sonrisa al verle, el hombre era tan guapo que me era imposible no admirar su belleza a la vez que envidiaba a mi amiga por dormir al lado de ese hombre cada noche. Amaba a mi esposo, pero a decir verdad comparado a Byron, solo era un hombre mayor amargado y simple. Byron se giró y caminó en nuestra dirección sonriendo. —Hola, Amber. ¿Qué ha pasado con Johnny? Volteé los ojos. —Trabajando hasta tarde, como siempre. Él rodeó la cintura de mi amiga con sus manos y besó su mejilla. —Qué lástima que no podrá acompañarnos. Mordí mi labio inferior al ver la forma en que su verduzca mirada brillaba al mirar a su esposa, deseando que, aunque fuese existiera un hombre en el mundo, capaz de mirarme de la forma en que él lo hacía con ella. Llevaba años cuestionándome si en realidad me había apresurado a casarme con Johnny, pues desde que estaba con él, jamás había visto en su mirada aquella adoración con la que Byron miraba a Chelsea. —¿Qué vamos a cenar? —pregunté, tratando de desviar aquel amor que golpeaba mi pecho por celos a no tenerlo. —¡Te va a encantar! —exclamó Byron, tomando la mano de Chelsea para conducirla hasta el comedor—, tengo a la mejor chef en casa —agregó con orgullo. Realmente la velada había sido muy placentera, tomamos vino, brindamos por nuestras familias, la salud, el amor… escuché a Chelsea discutir con su hijo mayor Emmett, quien apenas estaba entrando a la pubertad a sus 12 años, pero, aun así, parecía darle muchos problemas, lo que en el fondo me hacía agradecer el solo tener a Jareth, pues él solo se dedicaba a estudiar y a jugar videojuegos, ni siquiera se preocupaba si yo estaba en casa o no. Todo estaba bien y entretenido, hasta que Byron habló. —Cielo —intervino Byron al ver la frustración de Chelsea al discutirle a su hijo el haber dañado otra vez su computador—, amor, es la cena de noche buena —le habló con paciencia—, mañana resolveremos ese problema —ella lo miró y él le sonrió—, por favor —terminó diciendo con dulzura, logrando con ello arrancarle una sonrisa a su esposa. Dejé caer el cubierto contra el plano de las verduras sin querer, ganándome la atención de ellos. Tragué saliva con fuerza mientras llevaba la copa de vino a mis labios, sintiendo de pronto que incluso se me había ido el apetito. No sabía si era otra vez la ausencia de Johnny lo que me hacía sentir celosa de ver el cariño con el que se veían, pues, aunque no quería admitirlo, por primera vez en mi vida, deseé tener el lugar que Chelsea tenía. —Lo siento —me disculpé, llevando una servilleta hasta mis labios—, se nos hace tarde, debemos de irnos —me puse en pie, haciéndole un gesto con la mirada a Jareth para que se levantara, necesitaba salir de ese lugar, ni siquiera me podía permitir el pensar en tomar el lugar que le correspondía a Chelsea, era mi amiga, y el solo pensarlo me hacía sentir una pésima mujer—, vamos, Jareth. —Mamá, ¿Puedo quedarme hoy con los tíos? Miré a Byron y a Chelsea, ambos me veían consternados, probablemente sabían que algo me molestaba. —No pretenderás dejar a mamá sola la noche de Navidad. —Pero si tú siempre me dejas solo para irte de fiesta —agregó el pequeño rubio de ojos celestes. Tragué saliva con fuerza mientras mis manos temblaban un poco. Quería tomar un cinturón y castigar a Jareth por siquiera atreverse a hablar de más. —¿Es cierto eso, Amber? —cuestionó Chelsea, viendo a Jareth con preocupación. Puse los ojos en blanco, el solo hecho que mi amiga fuese una mujer aburrida dedicada a su hogar sin siquiera pretender divertirse, no pretendía que yo también lo fuera. —Está bien, Jareth. Quédate con ellos —hablé, ignorando la pregunta de Chelsea, los miré y asentí—. Feliz Navidad —terminé diciendo antes de comenzar a salir. Probablemente aquella iba a ser una noche más de las que pasaría bebiendo de una botella de tequila mientras maldecía todos los hogares felices en la ciudad. 
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