Estrés

1562 Words
Helena Lacroix A veces pienso que ofrezco más de lo que recibo, aunque sea mi profesión parte de mi personalidad abnegada. Helena, mi madre me había colocado ese nombre en honor a la princesa Helena de Troya. Cada vez que me peinaba de niña, nos sentábamos al frente del espejo y la escuchaba relatar sus pensamientos de cómo yo estaba destinada a grandes cosas: ser una importante cirujana, tener un marido, hijos y una casa enorme. Pero tal vez la vara tan alta que tenía sobre mí afectó un poco esos planes. Sin embargo, era una testaruda que siempre estaba allí apoyándome. Tanto, que cuando le dije que me iría a vivir con Mario, mi primer y único amor de toda la vida, empezó hacer comentarios un poco pasivo agresivo sobre la santidad del matrimonio. Ella era demasiado católica para mi gusto. No obstante, siempre sentía su apoyo. A su manera, claro está. Todavía no te has casado. Un buen esposo debería tener una casa lo suficientemente grande para su esposa y sus hijos. El 80% de las mujeres que empiezan a vivir con sus parejas, dejan la universidad porque salen embarazadas. Eran unos de los muchos comentarios que retumbaron a lo largo de mi mudanza. Yo, por el contrario, estaba feliz de ser independiente. Mario me apoyaba, siempre había sido un caballero conmigo y no había ninguna queja al respecto. Pero cuando empezaron mis guardias en el hospital, poco lo veía. A veces pasaba días sin verlo. Era un sacrificio que debía tomar. Sobre todo a la hora de la intimidad. Era poco más del medio día cuando mi turno estaba por terminar, me sentía agotada y casada, el estrés me hacía doler la cabeza. Apenas si dormí dos horas en las últimas 48. No veía el instante de llegar a mi cómoda casa, tomar una ducha caliente, follarme a Mario y dormir en mi suave cama. Estaba en mis días fértiles, así que me sentía hipersensible, mi piel ansiaba sus ásperas manos y necesitaba que su boca me comiera la entrepierna. Tenía que expulsar todo ese estrés que cargaba para sumergirme en la tranquilidad de mi energía agotada. Cuando abrí la puerta del apartamento, el aroma a Mario me golpeo en un instante, sentía que habían pasado años. Él estaba sentado en un sillón largo, lo escuchaba teclear en su laptop mientras la tv estaba encendida. Toqué sus hombros y bajé mis manos hasta su abdomen. —¿Me extrañaste, rojita? —me preguntó sin dejar de escribir. — Tal vez — me hice la desentendida —¿Qué tal si nos damos una ducha y lo averiguas? Mordí el lóbulo de su oreja y empecé a besar su cuello. Mario se retorció un poco, pero luego volvió a su compostura habitual. —Me encantaría… — dijo antes de mover su rostro y besar mis labios — pero tengo que entregar este informe en dos horas. —Genial. Sólo necesito 20 minutos — respondí cerrado su laptop. —Nunca son sólo 20 minutos —repicó él entre risas —. Además, ¿no estas cansada? Intenté disfrazar mi orgullo al ser rechazada de esa forma sin éxitos. Cuando fui a quitar mis brazos de su abdomen, Mario las sostuvo con fuerza. Sus manos ásperas y duras me apretaron. Esa presión me gustó, pero sólo duró pocos segundos. —Ordené ensalada y pollo. Están guardados en la cocina. No dije nada más, me sentía decepcionada y rechazada. Pero lo entendía, sabía que su trabajo era importante, pero más importante soy yo, ¿no? Alejé esos pensamientos que sólo hacían empeorar mi estado. Estaba cansada y un poco molesta, no, para ser exacta me sentía herida. Y también estaba caliente. Muy caliente, de hecho. Su beso lo que hizo fue empeorar mis ganas. Así que me desnudé, abrí un cajón a un lado de la cama y saqueé de él un consolador. De alguna u otra forma iba a matar esta calentura. No pretendía irme a dormir así. Con o sin Mario iba a tener ese orgasmo que necesitaba. Llené la tina del baño y eché un poco de esencia a jazmín. Cubrí mi cuerpo con una toalla y me dirigí a la cocina para buscar unas velas aromáticas cuando unas voces empezaron a escucharse en la sala. Me asomé un poco y me percaté que Mario tenía una conferencia con varias personas. Desde hacía un par de años, había dejado de trabajar con un socio en una empresa de prestamistas para emprender su propia empresa. Lo cierto es que le fue bien, la mayoría de los clientes que tenía en la antigua empresa decidieron migrar con él, al igual que muchos otras decidieron terminar sus contratos para firma en la suya. Por ello, Mario trabajaba desde casa, su vida era un poco sedentaria, pero muy exitosa. Lo que me gustaba de él es que sabía lo que hacía, y aunque a veces no tuviera idea, te daba la confianza necesaria para lograr creer que sí. Por el contrario, yo trabajaba de turno en un hospital privado, mi objetivo era aguantar un par de años más, obtener buenos referidos hasta lograr tener mi propio departamento mientras terminaba mi especialidad en neurocirugía. No sabía a ciencia cierta cómo lograba que lo de nosotros funcionase. Ayudaba el hecho de conocerlo de prácticamente toda mi vida. Él vivía al frente de mi casa, así que básicamente crecimos como mejores amigos, en la adolescencia él se declaró y yo, por el contrario, sentí la necesidad de decirle que sí. Era la persona más cercana, pero de algo estaba segura es que no era del todo recíproco de mi parte. A medida que pasó el tiempo, no mucho la verdad, me di cuenta de algo muy importante: el amor se hace, no nace. Me fui enamorando de él hasta llegar estar perdida. Se convirtió en mi primer hombre, mi primer amor y es, sin lugar a duda, mi mejor amigo. A veces es un idiota y doy gracias que sea mi idiota. Así que decidí jugarle una a mi idiota preferido, si no vas satisfacerme, entonces pagarás por ello. Regresé al baño, hice una cebolla en mi cabello, tantee un poco el agua para meditar la temperatura. Tibia, perfecta. Y encendí un par de velas, apagué la luz del baño y me introduje en la tina. El agua estaba deliciosa, mi cuerpo adolorido lo agradecía. Tomé una de mis esponjas y la pasé por mi cuerpo lentamente. El olor a jazmín empezó a impregnar mi piel suave y blanca. Con mis manos, empecé a tocar mi cuello tenso, imaginaba que eran las manos de un hombre, no precisamente las de Mario, sólo me bastaba con que fueran grandes. Esas manos rasgaban mis hombros mientras presionaban con fuerza haciéndome exhalar suspiros de satisfacción. Mi cuerpo se calentó, y de pronto, ya estaba más caliente que la propia agua de la tina. Las manos de aquel hombre en mi fantasía bajaron hasta mis senos, presionó uno de mis pezones, eso me hizo emitir otro gemido. Cada vez mi respiración se agitaba y mi pecho se movía más entre el jazmín líquido. Pero no quería detenerme, no. El hombre sabía lo que quería, estaba en mi mente, así que bajó hasta mi entre pierna y, con sus dedos, aruñó un poco mi pelvis sintiendo unas garras que sólo quería devorarme. Arqueé mi espalda y los primeros gemidos fuertes se escucharon en la habitación del baño. Sin percatarme, ya tenía el dildo vibrando abajo, el sonido se ahogaba por el líquido, pero como si yo fuera la porta voz, mi boca los emitía de una forma que sólo yo podía; placer. Pero las manos del hombre no se detenían allí, por un momento, pensamientos de arrepentimientos chocaron en mi cabeza, aunque los desplacé con criterio. Sus dedos se movían con suavidad, y mis sollozos eran testigo de lo bien que lo hacía. Dos dedos me penetraron con suavidad arrancándome un grito, podía escuchar a Mario hablando, y de seguro él me estaría escuchando también. Mi imaginación no sólo quería eso, el hombre de las manos grandes sacó su enorme y grueso m*****o. Quería algo grande, algo que me destrozara, algo que me diera el placer que necesitaba. No tenía a ningún hombre en mente, en realidad, sólo quería alguien que supiera arrancarme el orgasmo en ese momento. Y, sin mediar más palabras, mi respiración se detuvo, todo se volvió blanco y mi cuerpo se tensó tanto que arqueé mi cuerpo a un punto que un poco de agua empapó el suelo del baño. Mis gemidos eran fuertes y jocosos, todo ese estrés salió de mi cuerpo dejando sólo paz y tranquilidad, no podía tan siquiera mover mis brazos, los dejé caer al fondo de la tina junto con el dildo que seguía vibrando, mis ojos se volvieron pesados y me rendí en los brazos de Morfeo. (…) No sé cuánto tiempo había pasado cuando sentí que Mario me cargaba, me estaba dando besitos en la frente, pero me sentía demasiado cansada como para abrirlos, en cambio, me abracé un poco más a su torso, olía a él y era todo lo que necesitaba. Me dejó en la cama envolviéndose en varias toallas y seguí durmiendo. . . . . . ¡No olvides seguirme en Twitter! @jhbelmonte Loviu hardcore
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