Samael Dimateo
El agua de la ducha fría caía sobre mi cuerpo tratando, no sólo de limpiar la sangre en mi cuerpo, también parte de mi alma que se corrompía cada vez más. La impotencia al tratar de comprender las ganas por dejar de respirar bajo del líquido era absurda para mí.
Pero allí estaba, en los auges de un problema que resolví con mis manos, literalmente.
Era lo mejor que sabía hacer y, por mucho tiempo, era el único medio correcto, o al menos así lo veía yo, para llegar a una conclusión donde yo saldría beneficiado. En el pasado, antes de la muerte de mi padre, no pretendía que nadie saliese lastimado por más que deseara algo. No necesitaba nunca tener la mano dura y, cuando se requería, prefería dar una oportunidad.
Eres un maldito débil.
Mis voces hablaban por mí, sin emba
