La invitación

1077 Words
Helena Lacroix La mañana siguiente desperté con un hambre inmensa. No había cenado ni almorzado. Con todo el tema anterior olvidé hacerlo. Mi estómago rugía como un león. Dormí corrido, pocas veces pasaba eso, usualmente Mario me despertaba en las noches para cenar algo, pero esta vez no lo hizo. Mi cuerpo se sentía apaleado, pero el hambre era más poderosa que mi flojera. Miré a un lado y él seguía dormido. Apenas eran las 6 am, el sol se asomaba al alba y el amanecer traía un hermoso día. Fui al baño para asearme, cuando me vi al espejo, un fantasma fue lo que apareció ante mí, tenía la cara hinchada y mis ojeras pronunciadas de un n***o contrastando con mi tono de piel. Me hice una cola de caballo improvisada. Si bien la falta de comida ayudaba, amaba ver mi cuerpo en ayuno, mi abdomen se veía plano y mi cintura pequeña. Quité varios pelos cobrizos que habían caído de mi cabeza y proseguí. Quería estar completamente limpia antes de comer algo, así que fui a la ducha, miré la tina y recuerdos fugaces llegaron a mi mente. Estaba vacía y el consolador ya no estaba allí. De seguro Mario lo había puesto en su lugar. Dibujé una sonrisa de satisfacción al saber que había cumplido mi cometido. Deshice mi cola de caballo y me introduje a la ducha, el agua estaba tibia y esta caía sobre mi cabeza. Me gustaba tener mi cabello cobrizo, cosa que saqué de mi padre. Él es un interesante francés que se enamoró de una alemana. ¡Sí! Pero el jade en mis ojos es de mi madre, una preciosa morena de cabello castaño y dorado. La ducha hizo milagros, enrollé mi cabello riso con una toalla y el resto de mi cuerpo con otra. Fui a la cocina, dejé caer un par de milanesa de pollo a la sartén y esperé que se doraran, el olor me daba vida, me senté a ver la tv mientras devoraba mi comida, el sabor en mi lengua me hacía tener un orgasmo en mi paladar, al fin calmaba mi hambre y, mientras más comía, más llena de energías me sentía. —Estamos de buen humor hoy — dijo Mario somnoliente —, ya me puedo imaginar el por qué. Yo sólo lo correspondí con un murmuro. Seguía concentrada en la tv. —¿Ya revisaste tu correo? —preguntó desde la ducha luego de entrar, apenas si lo escuchaba. —¿Por qué debería de hacerlo? —Ayer llegaron unas invitaciones para asistir a una fiesta de gente muy adinerada — hizo una pausa —… muy adinerada. —¿Eso que tiene que ver conmigo? — pregunté mientras abría mi laptop para enterarme de lo que pasaba. Cuando vi el remitente del correo, el nombre se asomó en mi retina Karina —Karina lo envió —dijo él. Pero yo ya sabía de qué se trataba. Hace un par de años, mi mejor amiga me habló sobre una ONG, me comentó de las maravillas de ayudar a los niños en situación de calle, la organización se encargaba de construir edificios para albergar niños sin hogar. A priori, me encantó la idea, y no pude decir no cuando me ofrecieron la oportunidad de ingresar como voluntaria, el detalle era que no sabía que iba a ser tan tedioso. Lo que más odiaba era lidiar con gente rica que le encanta dar su dinero sólo para que hablen bien de ellos. Son filántropos de r************* — decía Karina. Sin embargo, sus donaciones ayudaban mucho a la causa. Y ahí estaba yo, un pequeño pececito que le gustaba nadar en su pecerita echada a la fuerza en un océano lleno de tiburones. La invitación consistía en una especie de tarjeta muy bien diseñada con un logotipo de antifaces justo en el medio y nada más. En el encabezado del correo, dentro de tanta jerga cordial, decía lo siguiente: Fue invitada a la ceremonia de la oscuridad eterna que se celebra anualmente en Italia con el fin de recaudar fondos. Su pasaje estará completamente pagado en conjunto con las habitaciones del hotel durante su estadía. Por favor, confirma su asistencia antes de la fecha estipulada. Más abajo, se podía leer el mensaje de Karina: ¡A cazar tiburones, pequeña pececita! —¿Italia? —dije yo exaltada —No he ido a Italia desde nunca… —Siempre hay una primera vez para todo, rojita. — gritó Mario, antes que yo refutara agregó algo más —Me tomé la libertad de aceptar por los dos. —¿Mi opinión no vale aquí? —pregunté molesta —Vamos, será divertido. Mario salió del baño secando su cabello. Se acercó a mí con cariño, pudo observar mi rostro impregnado en la pantalla de la laptop. Me tomó por los hombros y se acercó a mi oído. —Sabes que esta semana será nuestro aniversario. ¿Qué mejor que ir a un viaje a Italia con todos los gastos pagados? Nuestro aniversario, íbamos a cumplir 12 años juntos desde la primera vez que me dio una carta con un ramo de rosas. Soy más de tulipanes amarillos, pero es algo que sólo yo sé. Siempre uno tiene cosas así pequeñas que nadie sabe, es como tener una confidencialidad con uno mismo. Ser leales a nosotros. Desde años compartía tanto con Mario, pero en ocasiones quería tener cosas para mí, quería mi espacio, aunque el simpe gusto de una flor fuera algo tan mínimo, no lo quería compartir con nadie. Sería mío siempre. Pero estos 12 años lo sentía tan rápidos. Los años pasan cuando te concentras en vivir, y a veces lo monótono mata la noción del tiempo. A mis 28 años, todavía conservaba mi juventud, pero sabía que eso iba acabar. —Sabes que tengo guardia en el hospital —respondí, mis ojos estaban lleno de furia. —Vamos, pides un fin de semana libre ¿Qué puede salir mal? — respondió él dando un beso y embozando una enorme sonrisa de esas que nunca le pude decir que no, y más cuando me miraba con esos ojos azules y su cabello rubio. Tenía la barba desaliñada, le daba un toque hipster novedoso. Me encogí de hombros y recogí mis piernas. Puse mis ojos en blanco y suspiré. Sí, ¿qué puede salir mal? — pensé. ¡No olvides seguirme en Twitter! @jhbelmonte Loviu hardcore
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