CAPÍTULO 1

2450 Words
Suelen llamarnos locos, pero ¿qué son ellos entonces?, es lógico que la palabra “locos” les queda grande, porque un verdadero loco… no duda antes de actuar… En este momento me encuentro en un estúpido callejón vacío que está ubicado cerca del instituto al que asisto. Y… solo puedo ver las patadas en cámara lenta que me lanzan mis compañeros de clases. — ¡Eres una maldita basura!—Gritó Robert, con cierta satisfacción que su estúpida risa se escucha en todo el callejón, mientras me remata con otra patada y hace doler mis costillas. Pero, está bien, ningún golpe se compara con las de “aquel infierno” en el que viví. Esos ocho jodidos años. —Sí, ¿Alguno de ustedes puede creer que alguien como él asista nuestro prestigioso instituto?—Menciona Esaú mientras me recibe con otras cuantas cálidas patadas y dando respuesta al comentario de Robert. A todos estos idiotas, la palabra “locos” les queda grande. No se acercan ni siquiera un poquito a su amada definición. Ellos no saben lo que es vivir con esta sensación… con este dominio… Esta sensación que te hace perder la cabeza y te hace desear más y más. Este sentimiento es uno de mis preferidos… El deseo que domina todo tu interior, haciendo tu sangre arder y en donde solo las risas amenazan con salir, porque a pesar de ser testigo del dolor, también soy testigo de una satisfacción increíble. — ¡Qué divertido!—Menciona Esaú, con voz excitada. —Gracias a ti, siempre tenemos diversión—Continúa Robert, aun manteniendo la estúpida sonrisa. Me encuentro tirado en el suelo escuchando las idioteces de este grupo de imbéciles, y además estoy completamente seguro de que mi aspecto es hermosamente miserable. A pesar de esto… ¡ME SIENTO INCREÍBLE! Mientras más me golpean estos imbéciles, más deseo hacerlos sufrir, me gustaría ver que harían cuando se encuentren al borde de la muerte, ver el estado miserable en el que terminaran. ¡Dios! Quiero reír sin parar. Es increíble que la línea de la locura y la cordura sea tan delgada que puede romperse en cualquier momento, y cuando se pierde la cordura… Te hace perder el control de lo que haces, le otorgas el dominio a tu satisfacción, ya no estás consciente de a quien se lo haces y solo quieres hacerlo. Ya no te importan las consecuencias y solo te interesa saciar tus emociones. Todos seguían golpeándome, golpe tras golpe, patada tras patada. Debería agradecer que por lo menos no tocan mi hermoso rostro. De repente aparece Cecilia por la entrada del callejón. —Chicos, chicos—Se muestra indiferente—Tranquilos, no tenemos que hacer esto. Por un momento me he sorprendido respecto a su comentario. Observo cómo camina y se coloca al lado de Robert. Robert, por su parte, la recibe cruzando un brazo sobre sus hombros, mientras que con la otra mano se lleva un cigarrillo a la boca. — ¿A qué te refieres, hermosa?—Exhala el humo del tabaco y dirige sus ojos a los de Cecilia. —Sí, ¿A qué te refieres?—Esaú detiene sus golpes para escuchar la respuesta. Ambos confundidos por su comentario, y en espera de su respuesta, Esaú ofrece un claro sarcasmo. — ¿Acaso se ablandó tu corazón por este cretino? — ¿Qué? Cecilia muestra una expresión de asco. —No, claro que no—Se mantiene indiferente—solo me refería a que no podemos tardar mucho o llegaremos tarde al instituto. Tenemos unas apariencias que mantener. ¿Lo recuerdan? —Sí, es verdad—Robert se relaja al oír su respuesta. Sin moverme todavía del sitio en donde me encuentro, puedo sentir la mirada de Cecilia clavándose en mí, dirigiendo toda su atención, para segundos después de haber apreciado mi estado miserable, mostrar una sonrisa descarada. —Vaya, tal parece que se divirtieron. Para la próxima procuren invitarme—sus ojos se llenan de emoción—toda la escuela amara reírse de esto. Robert se muestra entusiasmado. — ¡Claro! Cuenta con ello. —Bien, ¿nos vamos? —Por supuesto. Robert hace una seña a sus amigos, la cual indica que lo sigan y ellos, putamente leales, lo obedecen como perro a su amo. Justo cuando todos están por marcharse, Robert se da la vuelta y me mira como si quisiera hacer algo más antes de irse, y creo saber que es. —Tienes razón, larguémonos de aquí, pero primero dejemos la basura en su lugar. Mi cabello me podrá cubrir la mayor parte del rostro, pero no evita que yo pueda observar como señala al basurero con diversión. Lo cual ocasiona un efecto en Esaú que le permite responder con una sonrisa de oreja a oreja. —Será un placer. Siento como todos y cada uno de los estúpidos que me rodean, me toman de cada una de mis extremidades para poder arrojarme al basurero. Después de complacer a esa bola de idiotas, me encuentro en este estúpido basurero esperando a que se vayan para poder salir, pero… a pesar de ello… ¡Tengo tantas ganas de reír!, pero las contengo solo porque aún no es tiempo de darme a conocer. El grupo de amigos de Cecilia y Robert son muy conocidos en el instituto, se hacen llamar “psicópatas” por los crueles y desquiciados que son. Y no puedo negar que cuando escuchó el famoso apodo con el cual son conocidos, me nacen unas ganas de reír, que solo de pensarlas ya me duele el estómago… Por qué, ¡por favor!, ¿a quién carajos se le habrá ocurrido semejante estupidez? Mi voz sale en un susurro. —Ellos no tienen idea. Al fin, los pasos del grupo de Robert y Cecilia desaparecen por completo, así que aprovecho para salir del basurero. Levanto la tapa y me sujeto de la orilla del bote, me impulso hacia afuera para salir con éxito al exterior. Una vez estando afuera, la comisura de mis labios forman una sonrisa mientras inclino la mirada hacia el cielo por un momento, el clima es frío y unas nubes con notorio espesor rodean a Mistcrym. El movimiento de las nubes se roba mi atención y me permite divagar pacíficamente en mis pensamientos. Caigo en cuenta y comienzo a sacudirme ligeramente la ropa. Siento la emoción que nace desde mi interior… Suelto una pequeña carcajada. — ¡Estoy emocionado!—Me controlo y vuelvo a mi expresión neutral de siempre. Ahora, dirijo mi mirada al cielo con los brazos abiertos y la sonrisa más grande que he puesto en la semana. ¡ACABARÉ CON TODOS! Las gotas de lluvia caen en mi rostro, y el fuerte viento me asecha mientras permanezco quieto observando a mí alrededor. Debo admitir que siento pequeñas molestias en el cuerpo por los golpes que recibí, pero nada grave, ningún golpe se compara con las de ese maldito infierno en el que me hicieron vivir durante años. Ese infierno me enseño a mantenerme cuerdo en momentos que preferías no estarlo, por eso la palabra “loco” todavía no me representa del todo. —Bien, es hora de volver a mi rutina diaria. Me desordeno más el cabello de lo que ya estaba para que nadie sospeche nada. Para mi rutina diaria es necesario parecer un maldito cachorro asustado, así que me porto como tal. Comienzo a avanzar con pasos súper lentos hacia el instituto. Al llegar puedo ver al guardia en la entrada, esperando por mí pacientemente. El guardia con voz de cansancio logra pronunciar—Yohan, llegas tarde de nuevo. Me vale un carajo, así que solo lo ignoro y me paso de largo. Antes de pasarlo del todo, el guardia me habla con un tono un poco más serio—Avísame si necesitas algo—lo ignoro. Me dirijo a paso acelerado hacia el aula de clases. Ese estúpido guardia trata de averiguar más sobre mí siendo amable, no lo culpo, después de todo conoció a mi padre… no cabe duda que solo siente lástima por mí… Lástima… Como odio esa maldita palabra. Cuando por fin logro llegar al aula de clases, por qué el instituto es innecesariamente grande, recibo la atención de todos mis compañeros. El profesor aún no llegaba, es una porquería de maestro, pero mientras pienso esto mis compañeros aprovechan para comenzar con sus ofensas. Mantengo mi famosa postura de cachorro asustado para que no sospechen. Pero, para ser sincero, hacer esto cada mañana ya me está aburriendo. Lo único divertido aparece cuando aquellos que dicen “pobre chico” muestran esa mirada. Esa mirada que aparece únicamente cuando se descuidan, aquella que muestra un destello de satisfacción, la satisfacción de tener a un ser más débil ante ellos… Puedo presenciar las risas en susurros… Los insultos que me escriben, sus burlas sin descaro alguno… eso… ¡Me encanta! Me encanta ver como se rompe el hilo que poseen, me fascina ver que no pueden controlar su satisfacción. Si no fuera porque permanezco cuerdo, seguro ya habría causado un torbellino de sucesos. Divague durante gran parte de la clase. De repente, siento un objeto venir hacia mí, pero a pesar de percibirlo, me quedo ahí sin moverme hasta recibir el impacto en mi frente. Al levantar un poco la vista aprecio al profesor un tanto molesto que, con su voz de anciano, pronuncia a gritos—¡YOHAN! Presta atención a la clase. ¿De verdad me ha golpeado con una tiza? Qué estúpido… Me limito a mover la cabeza de manera aprobatoria y vuelvo a tomar mi postura de cachorro asustado, para poder divagar en mi mente un poco más. Todos los días es lo mismo… por las mañanas me golpean, durante las clases me molestan, en la salida me golpean y solo hasta que estén satisfechos me dejan ir. No es nada difícil cumplir con ello, por el contrario, me ayuda a que mi lista crezca cada día. Cada uno de sus rostros, nombres, direcciones, todo lo que es necesario saber está plasmado en mi lista. Una lista que me ayudara a terminar con todos… Cuando por fin suena la campana para almorzar, inmediatamente consigo una mirada por parte de Robert que me indica que “lo siga”. Para ellos su diversión es lo más importante, así que solo buscarán saciarse… Pero… Muy pronto comenzará mi diversión… Y les aseguro que mi manera de diversión va mucho más allá de lo que se imaginan. Obedecí tal y como me habían indicado. Así que ahora me encuentro en el baño de hombres cerca de un retrete, con Robert y Esaú tomándome del pelo para presionarlo dentro de este. Pero ellos no son los únicos aquí, se les han unido otro par de estudiantes. Entre los cuales se encuentra Cecilia y su grupo de amigas, solo observando, disfrutando el espectáculo. Puedo escuchar como Cecilia se muestra más emocionada que de costumbre. Ni siquiera le importa que sea el baño de hombres. — ¡Este video quedará genial!, ¿Verdad, chicas? Todas sus amigas sueltan carcajadas y asienten con diversión. Cuando por fin deciden soltarme, caigo al suelo, exagerando mi sentir. Pues no solo me metieron la cabeza en el escusado, también me han golpeado como a un saco de boxeo. —Mírate, estás miserable—recibo por parte de Esaú. Me encojo aún más estando en el suelo, fingiendo reprimir el dolor. Llama mi atención como Robert se coloca delante de mí para así observar mejor y poder recargarse en la pared mientras disfruta de ello. — ¿Qué haremos para la próxima semana?—pregunta Robert de manera curiosa. Por parte de Esaú, es más notorio la diversión que acaba de vivir, maldito pervertido, apuesto a que está más interesado en mí que en alguna chica del instituto. —No lo sé, hay tantas cosas que aún no hemos probado…—Su voz se torna excitada, como si se acabase de imaginar una escena erótica. Cecilia, por su parte, se lleva la mano al mentón, sin duda alguna se encuentra dialogando sobre las posibles opciones. —Mmmh… — ¡Lo tengo! Cecilia actúa como si fuese la mejor idea que ha tenido. — ¿Qué se te ocurrió?—Robert pregunta con cierto interés. — ¿No les gustaría ver como abusan de él? Seguro que a todos los demás les encantaría. Los ojos de Robert se agrandan ante la sorpresa, y la sonrisa de Esaú aún más. —No lo había pensado—dialoga Robert para sí mismo. Me encanta ver como Esaú pierde la compostura ante estos casos, principalmente porque se comporta desesperado, ansioso, deseoso… — ¡Se imaginan!, si ya es una completa basura, ahora se convertirá en una maldita perra. Robert suelta una carcajada ante el comentario de Esaú. —Me agrada la idea. Fue tanta mi emoción al escuchar eso, que no pude contener una pequeña risa, sin embargo, no dije nada. El hecho de que dijeran eso, aumentó por mucho mis ganas de acabar con ellos, hicieron que esa emoción volviera a despertar un poco. Pocos segundos después, Cecilia me dirige una mirada de indiferencia, la cual indica que por el momento está satisfecha. —Bien, ya me dio hambre. —Sí, igual a mí—afirma Esaú. —Bien, vamos por algo de comer antes de que suene la campana—añade Robert como si fuese el líder de una pandilla. — ¡Genial!, ¿Tú invitas?—pregunta Cecilia. —Por supuesto—afirma Robert. —Súper, Bro. Y yo, sin siquiera tomarme la molestia de levantarme, permanezco quieto mientras me pasan por encima uno por uno de estos tres idiotas. Después de que los “principales” del grupo pasarán sobre mí, todos los demás que estaban en el baño comenzaron a pasarme encima de la misma forma, otorgándome pequeñas patadas. Hasta que solo quede yo… Una vez que todos se hayan ido, me reincorporo un poco, sentándome en el suelo pero recargando mi espalda contra la pared. Mantengo la mirada baja y dirigiendo mi mano a mi bolsillo para obtener un dulce de cereza que siempre llevo conmigo. Al quitar la envoltura me llevo el dulce a la boca, y comienzo a saborearlo lentamente… Observó la paleta mientras suelto un pequeño suspiro. —Amo el color rojo… Entorno mi boca con un poco más de suavidad. —Pronto podré saborearlo… Me encantan las paletas de color rojo, siempre me recuerdan a “aquel día” en que al fin ese maldito infierno se esfumó. Pero para mí increíble suerte, mi mente ya estaba podrida para ese entonces.
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