—Alístate, te quiero en diez minutos en el comedor. Amalia, Robert y yo te estaremos esperando para almorzar. —¿Y si no quiero? —le solté, temblando todavía por la sensación de aquel roce que me había dejado ardiendo por dentro. Mi cuerpo seguía delatando cada marca invisible que Osvaldo había dejado en mí. —Yo mismo vengo y te busco —me respondió él, con esa voz grave, mientras salía por la puerta. —¡Osvaldo, tú me tienes cansada ya con tu maldito juego y obsesión conmigo! —le grité, con el corazón a mil. Él se giró apenas, con esa sonrisa burlona que me enloquecía. —Tú me tienes más cansado a mí. Pero el juego que te tengo es más fuerte… O te entregas, o huyes como una cobarde para siempre. —¡Yo no quiero jugar tu maldito juego, psicópata de mierda! —Pues ya estás en él, y no pued

