Robert, en cambio, salió del despacho de Osvaldo con el corazón hecho pedazos. Sus pasos eran pesados, como si cada uno cargara con la decepción de toda una vida. Montó en su moto sin pensarlo mucho, con la cabeza llena de rabia y desengaño. Se sentía traicionado por su amigo, por su socio, por ese hombre en el que alguna vez confió. Arrancó con fuerza, acelerando como un loco, sin fijarse en nada a su alrededor. El ruido del motor se mezclaba con el latido desesperado de su corazón. Avanzaba distraído, como alma que lleva el diablo. De repente, un carro que salía de una esquina lo impactó de lleno. Robert no tuvo tiempo ni de frenar; la moto derrapó bruscamente y él salió volando, cayendo con toda la violencia contra el pavimento. Un golpe seco, el aire arrancado de sus pulmones, y poco

