Capítulo 1

2087 Words
Siempre me ha gustado ver el cielo cubierto de nubes negras y el agua cayendo con fuerza. Es como si viera mi corazón frente a mis ojos y de alguna manera me complace. Es hermoso ver como las gotas fuertes de agua se pegan a mi ventana para luego deslizarse como una lágrima hacia abajo. Dejo el libro que leía a un lado mientras mi frente cae sobre el frío vidrio de mi ventana y una sonrisa melancólica se posa en mis labios. La amplia habitación se siente tan fría. No es de menos, en esta fortaleza no hay alegría y mucho menos esa calidez familiar que regocija en otros hogares. Esto solo es una casa solitaria en la que habitan tres personas y algunas otras de servicio. Unos toques en la puerta me hacen suspirar con fuerza. Pensé que mi madre se habría cansado y me dejaría tranquila, por lo menos hoy. —Adelante—mi voz sale como me lo han ordenado siempre. Una voz suave, tranquila y serena. Una voz parecida a la de un robot, sin un poco de vitalidad, una voz tan neutralizada que se siente inhumana. Una de las chicas de servicio aparece con una pequeña sonrisa y su uniforme de empleada correctamente en su lugar. —La señora la espera abajo. Dice que sus clases están por comenzar—me levanto de mi lugar y camino a la puerta. —Voy enseguida—ella asiente y se aleja. Cierro la puerta odiando esas clases. Una chica de mi edad debería estar viviendo libremente, sin ataduras, sin correas. A las almas libres no se les impone barreras. Salgo caminando despacio y con elegancia, como ella siempre ha querido. Bajo las escaleras con tranquilidad hasta llegar donde se encuentra mi madre. Su cabellera rojiza siempre me ha gustado, es algo que heredé de ella. Un pelo sumamente rojizo. Ella voltea a mirarme y deja la taza de té sobre la mesa para levantarse. Una elegancia casi asfixiante es lo que más posee mi madre. Sus ojos marrones me miran duros, sus labios carnosos pintados de ese rojo a juego con su pelo la hacen ver tan intimidante que me encojo. —Valeria—sus ojos me estudian—tienes mechones desordenados—sus labios se vuelven una fina línea—¿eso que veo es un poco de salsa en tu vestido?—pregunta y se acerca a mí—endereza la espalda. Por Dios, pareces una pordiosera, sal de mi vista y arréglate correctamente—sus dedos sujetan mi mentón con fuerza—te quiero perfecta. ¿Entendiste Valeria?—asiento en silencio—con prisa, ya está por llegar tu maestra de protocolo, creo que tendré una charla con ella porque mira el desastre que eres, no pareces hija mía, si llevaras otro color de pelo. Ahora, sube arriba y te quiero perfecta—asiento y me alejo para ir a mi habitación. En eso consta mi vida, en una madre que me quiere hacer perfecta cuando solo tengo imperfecciones. En silencio me desvisto y me coloco un vestido verde. Miro mi cabello rojizo, a pesar de ser rizado, lo tengo que mantener bajo plancha y siempre lizo porque a mi madre no le gusta cómo me veo con el rizado. Ella dice que parezco una chica sin clase ni modales. Que debo ser perfecta. Arreglo mi cabello hasta que ni veo ni una sola hebra fuera de lugar. Mi vestido sin una sola arruga o mal colocado. Mi maquillaje perfectamente ordenado. Y unos tacones que detesto, pero ella dice que es lo que debo usar. Una chica de veinte años no debería estar aquí, encerrada en una casa con una madre que la quiere hacer perfecta para un hombre que no vale la pena. Odio estar de vacaciones, si no estaría por lo menos en la universidad, haciendo algo que me gusta. Tragándome mis ganas de llorar camino a la puerta y vuelvo a la sala donde mi profesora de protocolo me espera. Ella no es la una señora amable, es una mujer amargada que al parecer no tiene nada mejor de hacerme sentir miserable con comentarios hirientes. A pesar de todo, y no sé cómo, he construido una autoestima aceptable. Mi lema siempre será: No necesito que alguien me diga que soy hermosa para creerlo. Soy hermosa porque así me veo cuando me reflejo en el espejo. Mi madre siempre busca mis imperfecciones para poder arreglarme, como si yo fuese algo que se debe arreglar. Nunca me han gustado las clases con la señora Margaret. Ella tiene esa especie de vibra que te hace incomodar y esas palabras hirientes en una lengua venenosa que, sin querer hacerle caso, te lastiman. Buena amiga de mi madre, y aun así parece no soportarme cuando me ve, es como si sintiera un insoportable desprecio hacia mi persona sin yo haber hecho nada. Las clases comienzan y con ella mi momento de tortura. Que espada erguida, que buenos modales, que como debo esto, que debo hacer aquello. Mi vida se basa en hacer todo lo que mi madre quiere, no tengo voz ni voto en esto. No puedo reprochar nada, no puedo alzar la voz y decir lo que pienso... No puedo vivir. Porque esto no es vivir, esto es encerrarme en una jaula que cada vez me asfixia con más rapidez. Por eso necesito salir de aquí. En mi niñez estuve con mi abuela paterna que siempre me brindó su amor y cariño, no puedo decir lo mismo de Verónica. Ella es mi abuela por parte de mi madre, una mujer adulta bastante detestable que no me soporta. Cada vez que me tocaba estar con ella era un infierno. Al parecer ella no quería que su hija tuviera niños. Soy el error. Siempre me lo ha repetido. Soy el error de mi madre. Solía gritarme que por eso ella me quiere perfecta, porque necesita convertir el error en algo aceptable para nuestra sociedad. Como se dan cuenta nunca he sido alguien muy querida. Mi padre apenas repara su atención en saber que estoy bien. Su vida siempre ha sido su trabajo y me duele, se supone que el debe darme amor y eso nunca ha llegado a mi vida, nunca ha habitado el amor en mi vida. Sólo por parte de mi abuela Rebeca. Cuando las clases culminan me siento tranquila, por lo menos no voy a tener que verle la cara a la señora Margaret. Con mucha educación me despido y subo a mi habitación. Mi refugio. Necesito cambiar mi vida, necesito vivir. *** —Señorita, su madre me dijo que le informara que el joven Alonzo vendrá esta noche—termino de arreglar mi cabello y la miro. —Gracias por informarme, te puedes retirar—ella sale y yo tomo el libro que estoy leyendo. Dos mundos divididos por sangre y poder. Una chica diferente. En torno a esto se basa la historia. Los plateados y los rojos. Eso es como lo que vivo. Mi clase no puede juntarse con la clase baja, o inferior como mi madre me repite hasta el cansancio. Siempre he visto a las personas como igual, no le veo nada de diferente, pero mi madre siempre encuentra la manera de humillarlos y hacerlos sentir inferiores a nosotros. Con el libro en mano bajo con elegancia. No sé por dónde me puedan estar vigilando. Camino hasta el jardín que no tiene cámaras, es el único lugar donde puedo respirar con tranquilidad. Hoy no tengo mis clases de protocolo lo cual me alivia. Lidiar con la señora Margaret no es lo más entretenido del mundo y se necesita mucho coraje para no caer en sus palabras. Tomo asiento acomodándome y abriendo el libro. Hoy el día es soleado, antes me gustaba sentir el sol en mi piel, pero ahora todo me da igual. Mis ganas de querer cambiar mi mundo se han ido cayendo a pedazos poco a poco y es que, esto que tengo no se llama vida. ¿Dinero, comodidades, una vida como la mía? Espero que nadie la quiera, porque solo encontrarán dinero que no les satisface en nada porque el vacío que tenemos todos dentro de nuestro pecho, los millones de mi padre no lo llenan. Todo lo que habita en esta casa son cosas materiales y banales, cosas que no me interesan en los más mínimo. Yo cambiaría todo esto por solo un minuto donde me sienta libre, donde mi alma baile de libertad y las paredes de mi corazón se ensanchen en felicidad. Un movimiento por el rabillo del ojo me hace bajar el libro. Miro el cuerpo de espaldas de un chico. Arrugo mi nariz al darme cuenta de que no es el jardinero que siempre trabaja aquí. Me levanto dejando el libro y camino como siempre debo hacerlo; con perfección. —No eres el jardinero ¿cómo entraste?—mi voz lo sorprende haciendo que corte una rosa. Veo la rosa roja caer al suelo y al chico levántese. Tengo que mirar hacia arriba porque su tamaño es intimidante. Guapo, jovial y nada en exageración. Sin embargo, tiene posee unos increíbles ojos grises que podrían inclinarse con facilidad a azules. Su cabellera caramelo lo hacen ver muy guapo. Mi novio Alonzo tiene una belleza exótica, de esa que hace babear a quien le pase por el lado. Pero este chico desprende una belleza magnética, que, aunque no sea esa que te haga babear, es esa que te hace mirarlo porque algo te obliga hacerlo. —Soy el hijo de Rodrigo, mi padre no estaba en posición de venir a trabajar hoy—su voz es varonil—eso ya lo sabe su madre señorita—suspiro mirando hacia otro lado. —Claro, discúlpame—lo encuentro detallándole—creo que lo dejaré hacer su trabajo tranquilo—él me sonríe. —Es usted hermosa señorita—me sonrojo y volteo el rostro—se parece a la rosa que cayó al suelo—lo miro curiosa—nunca había visto un pelo tan rojo—no digo nada. —Creo que es mejor que me vaya de aquí—él niega. —Que no la incomoden mis palabras, me llamo Harry—dice sin darme las manos, ya que estás tienen los guantes puestas. —Soy Valeria—él se gira para luego agacharse. —Es un hermoso nombre—murmura mirando con adoración las rosas. —¿Siempre le haces tantos cumplidos a las personas?—él niega. —Solo cuando me sale de adentro—miro la delicadeza con la que cuida de las rosas. Me le quedo observando y su manera de tratarlas es impresionante. Sin darme cuenta ya llevo una hora en silencio siendo una espectadora de su trabajo. —Magnífico—murmuro. —¿Es una prueba y no tenía idea?—me topo con sus ojos y me sonrojo, volteo mi rostro a otro lado. —No, es solo que tu manera de cuidar a las rosas es preciosa—digo con sinceridad ocultando mi rostro entre mi cabello. —Debo tratarlas bien, no me gusta verlas marchitarse, son hermosas, vivaces y mientras pueda tenerlas así, lo haré—él me regala una sonrisa que me deja muda. Pestañeo varias veces sin responder. Él sigue en su trabajo y su manera de ser es tan suelta que me encuentro persiguiéndolo con la mirada mientras él se encarga de hacer su trabajo. Su cuerpo es musculoso, pero no de esos hombres que son solo músculos, no, pero es un cuerpo por el cual mirarías. —Señorita—salto en mi lugar y miro a la chica de servicio. Sus ojos posados en el chico a una distancia prudente, su mirada se vuelve lujuriosa mientras muerde sus labios. Ella me odia y es una fiel seguidora de mi madre. Creo que si mi madre le ordenara que se lance de un puente ella con gran orgullo lo haría. Está loca. —¿Pasa algo?—sus ojos se despegan del chico para posarse sobre mí. —La señora la busca—hace una mueca—tiene varios flequillos sueltos señorita. Acomode su vestido ya que está un poco arrugado, con permiso—se aleja e inmediatamente hago lo que me dijo. Lo menos que quisiera es que mi madre me viera imperfecta frente a ella. Dándole una última mirada al chico que seguro no volveré a ver, camino hacia dentro de la casa.
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