Tomé entre mis manos el m*****o palpitante de Caesar y lo dirigí justo hacia mi entrada aun húmeda. Los ojos dorados de Caesar que me miraban con intensidad se dilataron aún más, haciendo que el dorado desaparezca casi por completo, pero aun con ese permiso tácito, no se movió y entonces lo entendí. Él dijo que no haría nada que yo no quisiera y hasta el último lo estaba cumpliendo, incluso en ese estado en el que se encontraba.
— Caesar… quiero sentirte dentro mío…
El orgulloso guerrero, apretó sus dientes, y soltó un siseo en el instante que escuchó lo que dije. Tomó su pene entre su mano y puso el glande justo en mi entrada.
— Abigail… mi ninfa, en cuanto entre no habrá marcha atrás. Serás mía para siempre.
¿cómo es que Caesar solo decía palabras que me excitaba tanto? Asentí con la cabeza y sentí como poco a poco ese gran guerrero se iba abriendo paso en mi interior. Mi mirada no dejó la suya, su mirada no dejó la mía, ambos siseamos cuando Caesar encontró la prueba de mi virginidad, era barrera que impedía su entrada, aún con eso no se detuvo y la derrumbó. No desvié la mirada cuando ese pequeño dolor se instaló y tampoco lo hice cuando sentí cómo ese hermoso guerrero que llegó hasta lo más profundo se quedó quieto.
Podía ver cómo estaba reuniendo lo poco que le quedaba de autocontrol para esperar a que me adecuara a su tamaño, sus manos presionaron con fuerza las sábanas mostrando las hermosas venas que se formaban en sus brazos, sus dientes apretados y su rostro fijo en el mío, mis brazos rodearon su cuello y mis labios besaron los suyos, mis caderas subieron y entonces él, que se dio cuenta lo que intentaba decirle con mi cuerpo, comenzó a moverse. Las primeras estocadas fueron lentas, como si tanteara el terreno y mis reacciones, luego comenzó a penetrarme con más fuerza, con más precisión, tocando lugares que me producían mucho placer.
— Ninfa… aprietas mi polla tan deliciosamente, como si quisieras succionarme el alma…
Sus manos fueron a mis senos, presionando mis pezones mientras me penetraba una y otra vez, sus labios fueron a mi cuello, chupando y mordiendo sin importar si al día siguiente encontrara algún chupetón.
— Caesar, Caesar…
— Si, Caesar. Ese es el nombre del único hombre en tu vida que podrá tenerte así. El único hombre al que le darás ese rico y caliente coño tuyo, el único nombre que gemirás a partir de este momento. Abigail, dime, dime que serás mía, dime que seré el único…
Esas palabras llenas de necesidad por confirmar algo me llenaron, dentro de todo ese placer, algo llenó mi pecho, mi corazón no solo latió por todo el placer generado, latió por confirmar que en ese poco tiempo que ese guerrero que había llegado a mi vida de una forma tan intempestiva, se posicionó en mi mente y corazón sin desear que saliera de allí. Lo besé con muchas ansias, con ansias para transmitirle mis sentimientos, de confirmar que yo también sentía lo que él, que yo también deseaba que él fuera el único, que yo también deseaba que él fuera mío.