Mia.
Puedes hacerlo, tú puedes.
Solo tienes que respirar. Hazlo, respira.
Inhala profundo, así nos enseñaron, solo tienes que respirar profundo. Deja la mente en blanco, no pienses, no pienses...
Sacudo la cabeza. Todo a mi alrededor está dando vueltas, por más que intento que mis manos se queden quietas, no puedo hacerlo. Por más que respiro, que tomo las indicaciones que llevan repitiendo en mi cabeza durante más de treinta semanas, mi cuerpo no logra entrar en esa especie de calma que se supone, tengo que estar sintiendo en estos momentos.
Solo estoy aquí, encerrada, esperando que la crisis pase porque no quiero que me devuelvan a esa habitación blanca donde lo único que hacía durante las horas en que no tenía sesiones estúpidas de terapia, era mirar por la ventana hacia el patio trasero donde los locos caminan sin rumbo alguno por todas las medicaciones que tienen encima.
Me miro al espejo. Mis ojos azules están observando una versión desmejorada de lo que fui, y aún así, me obligo a mí misma a enfocarme, mientras me apunto con el dedo.
—Tienes que controlarte—me digo—Hazlo, contrólate. Tú no eres así, ya no. No más.
Repito lo mismo una y otra vez. Por más que las lágrimas estén esperando su turno, no dejo que salgan.
Por primera vez en dos años estoy dentro de todo, bien. Estoy consciente, más madura, con muchas menos expectativas de hacerme daño y menos intenciones, claro está.
Tuve que pasar por el mismo infierno para llegar donde estoy, pero aún así, me repito que no puedo retroceder. No cuando finalmente accedieron a darme el permiso que necesito para tener una vida fuera de este lugar.
A los pocos minutos, mi cuerpo comienza a calmarse. Mis extremidades han dejado de temblar, mi corazón ha ralentizado sus latidos por minuto y soy capaz de mover todo a mi voluntad, lo que significa que no estoy paralizada. Vuelvo a respirar profundo, me acomodo el vestido y finalmente, abro la puerta del cuarto de baño, encontrándome con mi madre quien espera sentada en mi cama.
Su sonrisa tiembla, está demasiado preocupada pero aún así, intenta fingir conmigo.
—¿Todo está bien?
Asiento, yendo hacia mi bolso.
—Sí, tengo un poco de indigestión—miento—¿Ya podemos irnos?
Suelta un suspiro, poniéndose de pie. Se acomoda su traje hecho a la medida, colgando sobre su hombro su bolso de diseñador. A veces, al mirarla, me pregunto por qué demonios no saqué su fuerza de voluntad o tan siquiera, por qué no encontré a alguien como mi padre para mantenerme unida aún cuando estoy cayéndome a pedazos.
La admiración que siento por esta mujer va más allá de todo entendimiento porque a decir verdad, lo único que quiero es ser tan fuerte como ella.
—Tu padre nos está esperando afuera.
Tomo mis cosas, antes de salir doy una última mirada hacia esta habitación, asegurando en voz baja que no voy a regresar a este lugar, nunca más.
Si bien el centro donde me metieron mis padres es uno de los mejores que hay alrededor de Montana, uno que es para “gente rica”, ha sido de las peores experiencias que he tenido. La única cosa que quería más que salir de aquí, era recuperarme y para mi suerte, lo hice. O al menos voy en camino a hacerlo.
Arrastro la maleta por los pasillos. Mis compañeros de piso me felicitan mientras voy hacia la salida. Saludo a las enfermeras, a los doctores que me atendieron, pero no digo ni una sola palabra a la terapeuta que me tocó, solo la miro con detenimiento recordándome que si vuelvo a ingresar, si recaigo de nuevo, la tendré otra vez en mi vida y es lo que menos quiero.
Cuando al fin pasamos la puerta de entrada, soy capaz de respirar profundo por primera vez en mucho tiempo. El ver el sol en todo lo alto, las benditas copas de los árboles moverse por el viento y sentir el cántico de las aves me da ese sentimiento de libertad que llevo esperando desde hace semanas.
—¿Lista para ir a casa? —mi madre acaricia mi hombro.
Asiento, sonriendo. A lo lejos, veo a mi padre salir del coche. Por su expresión sé que me ha echado de menos y que esta situación ha sido difícil para él, sin embargo, todavía, mirando su rostro, puedo ver la decepción en sus ojos.
Jamás lo dirá, nunca será capaz de decírmelo a la cara como aquella vez, la cual piensa que olvidé, pero siempre tengo presente aquellas palabras sobre cómo lo decepcioné a tal punto de decir que no podía creer que fuera su hija.
Fue duro, claro que sí, pero tardé en comprender que de hecho, sí soy una decepción y no solo porque él lo haya dicho, sino porque es así. Soy su primera hija, la niña de sus ojos, la heredera a una herencia billonaria, con una vida casi asegurada y sin embargo, no he logrado ser tan feliz como quisiera y mucho menos hacerlos sentir orgullosos de mí.
Tuve la oportunidad una vez de tener un gran futuro, pero lo eché todo a perder.
Para cuando me detengo frente a él, soy incapaz de contener las lágrimas lanzándome a sus brazos, sintiéndome en mi lugar seguro como lo he sentido desde que soy una niña.
Papá acaricia mi cabello, me sujeta con fuerzas, asegurándome que me ha echado de menos.
—Yo también, papi, yo también te eché de menos.
—Verás como todo irá bien ahora que regresemos a casa—dice, separándose de mí—¿Quieres que pasemos a cenar o solo ir a casa?
Inhalo profundo.
—Solo ir a casa, estoy cansada.
A decir verdad, lo que más me agotará son las horas de viaje encerrada dentro de un coche en el que me siento demasiado apretada. Desde hace tiempo sufro de claustrofobia, los espacios cerrados me dan pánico e intento evitarlos, pero dado que es la única forma que tenemos de regresar a casa, me veo en la obligación de subir en la parte trasera luego de que papá guardara mis cosas en el maletero.
Durante el camino me cuentan cómo han estado mis hermanos. Cada uno tiene su vida, están haciendo grandes cosas y me siento feliz por ellos, más cuando mamá asegura que pronto irán a casa a visitarnos.
—Amor, ¿Planeas regresar a la universidad? —papá comienza—Sé que es muy pronto pero tu psiquiatra dijo que quizás tomar algunas clases te ayudarían.
Trago grueso.
—Sí, también podríamos contratar a alguien que te de clases de violín.
—No necesito que nadie me de clases—susurro—¿Recuerdas que era la mejor?
Se voltea a observarme con una sonrisa.
—Claro que lo eres, pero nunca está de más un maestro, recuerda que jamás se deja de aprender.
—Lo sé. Quizás, dentro de unas semanas pueda regresar, pero por el momento, estaba pensando en que podría hacerme cargo del rancho.
Papá me observa por el espejo retrovisor. En sus ojos solo hay duda, quiere decirme que no, que mejor estudie para poder salir de aquel lugar donde se supone que los demás deben trabajar y yo vivir como una princesa, sin embargo no es desconocido para nadie a mi alrededor que ese rancho lo es todo para mí. Jamás quise salir a la ciudad, me siento una campesina de los pies a la cabeza, aunque no paso desapercibida su actitud negativa.
—¿No crees que será demasiado trabajo?
Me encojo de hombros.
—Viví en ese lugar toda mi vida. Sé cómo se maneja todo y...
—El rancho ya no es lo mismo—me corta—Tu tío Bryce ya se jubiló, todo quedó en manos de Hunter y pronto nosotros también lo haremos.
—Por eso, pienso que puedo ayudarlos. Hacerme cargo de los establos o la contabilidad, quizás de la compra y venta de ganado o de los caballos. Puedo hacer muchas cosas, de verdad seré útil.
Suelta un suspiro.
—De todo eso se encargan los vaqueros, hija.
—Puedo hacer el papeleo, estar al frente, quizás...
—No podrás—me corta, con un tono de voz bastante duro, ganándose una mirada de advertencia de mi madre. —Digo, es un trabajo pesado, Mia. No es simplemente rellenar formularios de compra y venta. Tienes que asegurarte de que todos estén haciendo lo que deben, presentarte a las reuniones de consejo, ir a cada competencia, salir, hablar con personas, hacerle frente a los problemas. Quizás la carga laboral no sea mucha pero el estrés sí, y lo digo por experiencia, no por querer sonar duro.
Mi madre acaricia su mano. Señal de que tiene que cerrar la boca ya.
—Amor, a lo que papá se refiere es que tendrás que hacer cosas que quizás no quieras.
Trago grueso aferrándome al cinturón de seguridad. Volteo hacia la ventanilla, observando el camino.
—Está bien.
Es lo único que digo. No sé qué otra cosa podría decir a su negativa, solo me queda comprender que por el momento soy la frágil Mia, la niña que acaba de salir de un centro de reposo, la que necesita estar medicada.
Supongo que por un largo tiempo seré solo la hija loca y adicta de los Dupont.
—Encontraremos otra cosa para que hagas.
—Quizás puedas pintar, como hace unos años.
Ruedo los ojos.
—Está bien—doy por zanjada la conversación, sin prestar atención a las cosas que dicen después.
Una de las habilidades que descubrí tengo, es la de poder silenciar todo a mi alrededor cuando el tema de conversación ha dejado de interesarme. Justo lo que hago ahora para evitar tener que responder las típicas preguntas que llevo respondiendo desde hace dos años, cuando mis padres notaron que era una adicta cayendo en una espiral viciosa.
Al día siguiente estaba de camino a un centro de rehabilitación donde duré más de un año. Los siguientes meses me la pasé de un centro de reposo en otro, regresé a rehabilitación cuando tuve una pequeña recaída por un exceso de píldoras para dormir y finalmente terminé en el lugar del que acabo de salir. Dos años perdidos, donde no hice una mierda más que intentar mantenerme con vida, intentando también dejar el pasado atrás, guardar todo en un cajón junto a la culpa que me ha invadido y robado tanto tiempo de mi vida.
Ahora tengo que vivir mi vida rodeada de reglas estúpidas como la prohibición de las r************* , por lo tanto, no tengo permitido tener un maldito móvil, al menos por un tiempo. Tampoco tengo que permanecer a solas por un largo período. Aunque jamás intenté quitarme la vida, no han descartado esa posibilidad alegando que yo misma me he negado a ver que todo este tiempo, lo he estado haciendo. Cada cosa que hice, fue atentar contra mi vida, mi salud y por lo tanto, me han considerado una suicida.
Me duermo durante todas las horas restantes. No quiero saber nada con conversaciones acerca de dónde podrían ponerme para que no les moleste, así que prefiero dormir. Solo cuando estamos cerca de casa, me despierto.
Como dije, tengo una especie de conexión con este lugar. Me siento a salvo, segura y amada. Supongo que siempre será mi lugar favorito, y no finjo que no me emociona regresar, poniendo una enorme sonrisa en mis labios a medida en que el coche ingresa por el camino de tierra.
El olor a campo recién rociado, el aroma de la tierra húmeda, el sonido de las aves y el de los caballos galopando a todo lo que da, me inspira a inhalar profundo, aferrándome a la ventanilla, rogando por el momento en que tenga que bajar del coche.
Las ruedas finalmente se detienen en la entrada de nuestro hogar. Es aquí donde sucedió todo lo que me llevó a tener que perder dos años. En este preciso lugar donde mi familia supo qué tan grande era el problema y lo difícil que sería intentar solucionarlo por su cuenta. Si bien no tengo muchos recuerdos de aquella noche, uno me ha rondado la cabeza en más de una ocasión.
Uno que quizás ni siquiera sea cierto, pero con el que me quedé a fin de cuentas.
Inhalo profundo abriendo la puerta para salir, cuando soy sacada bruscamente por mi tío Hunter, quien me carga en sus brazos, me sacude y me llena el rostro de besos como cuando era niña.
—¡Mi niña de los zafiros! —grita emocionado mientras me da vueltas.
—Déjala, que la vas a marear—dice su esposa, logrando que al fin me ponga en el suelo de nuevo. —Hola, cariño.
Ambos me abrazan con una clara demostración de amor y es que son la única familia que mis hermanos y yo hemos conocido. Mis dos padres fueron hijos únicos así que, a pesar de que no lleven la misma sangre, son familia. Todos aquí lo somos.
Cuando dejan de abrazarme veo que mi tía Dove tiene los ojos empañados. Tomo su mano.
—Estoy bien—susurro.
Niega con su cabeza.
—No, y no quiero irme sabiendo que estás así.
—¿Dónde van?
Papá aparece detrás de ellos.
—Tus tíos, como ya se jubilaron, se irán de crucero por un tiempo—comenta—Hunter quedará a cargo del rancho mientras nosotros solo estaremos para cosas que él necesite.
Parpadeo sorprendida.
—¿Irás a un crucero, tío?
Rueda los ojos.
—Tengo qué hacerlo, si quiero continuar casado y, no le digas a nadie, pero en serio me gusta.
Me río. Bromear con él siempre fue algo que me gustó, jamás tuve esa presión de que “es mi tío” pues intentó ser más que eso, como un confidente para mí y mis hermanos.
—Claro que tendrá que hacerlo—comenta su esposa—Llevo años pidiendo unas vacaciones y ahora por fin, se nos dio la oportunidad. Creí que iríamos todos pero...
Frunzo el ceño cuando se calla de repente. Volteo a ver a mi madre.
—¿Iban a irse juntos?
Ella suelta un suspiro.
—Fueron planes que hicimos hace tiempo—le resta importancia—Ahora no podemos darnos el lujo de viajar, tenemos cosas qué hacer y...
—Y una adicta en recuperación a la cual cuidar.
—No digas eso, hija, tú no eres ninguna adicta.
Ruedo los ojos.
—¿Por qué no van entonces?
—Bueno, tenemos que ayudar a Hunter. Como te dije, las cosas aquí no se mueven solas y no podría irme sin saber que está en buenas manos.
Suelto un suspiro.
—No me mientas.
Da un paso al frente, acariciando mis hombros.
—Amor, no eres ninguna carga, si es lo que estás pensando. Tu padre y yo solo queremos lo mejor para ti.
—Y me lo han dado—afirmo—Pero estoy mejor. Ese crucero dura máximo un mes, creo que puedo quedarme sola ese tiempo.
De inmediato, niega con su cabeza.
—No, no hay forma alguna de que te dejemos sola tanto tiempo.
—No estaré sola. Hunter está aquí, también su esposa y mis hermanos vendrán pronto ¿No lo dijiste? Podrás llamarme cuando quieras, incluso te permito que me coloquen un chip rastreador si quieren, pero no quiero que se queden aquí por culpa mía.
Ambas nos miramos fijamente. Sé que no le agrada la idea de dejarme porque piensa que de inmediato intentaré algo, pero a decir verdad, estoy decidida a portarme bien, a mejorar y eso es algo que ella no está viendo.
Estoy a punto de decir otra cosa, cuando veo que se acerca. Caminando de forma lenta, con su sombrero vaquero cubriéndole el rostro. El torso desnudo, enseñando sus abdominales de acero mientras el sudor hace que su piel brille como si fuera un hermoso diamante.
La forma tan abrupta de sus brazos me deja sin aire. Las venas marcadas por debajo de la piel debido a la fuerza, es algo que me lleva a tragar grueso, mucho más cuando veo la V tan marcada que tiene en su cadera la cual lleva a...
Levanta la mirada, enseñando sus ojos, al mismo tiempo en que una sonrisa leve y torcida se aproxima por sus labios. Entonces me toma, con una mano en la cintura me aproxima a su cuerpo sudoroso y quizás ninguno lo vea mal porque hemos sido criados como familia, de hecho no es la primera vez que nos damos un abrazo, pero mi cuerpo sí lo siente diferente por toda la historia que hay detrás.
Una de la que nuestros padres no tienen la menor idea.
Mi corazón se acelera, mi respiración hace todo lo contrario mientras que mi cerebro ha olvidado absolutamente todo lo vital, incluso las palabras.
—Bienvenida a casa, loca.