Capítulo 19

1827 Words
“Los hombres no tienen dificultades por las cosas mismas, sino por la opinión que tienen de ellas.” Epiteto.             Salomé miró detenidamente su mano al sentir pequeñas punzadas de dolor, la mayor parte de los hilos de sutura los había retirado, sin embargo la piel lastimada seguía sensible. Colocó el arma de un lado dentro de la caja que hacía de estuche. —¿Estás bien? —quiso saber Willliam al mirarla de aquel modo, ella simplemente miraba con gesto inanimado la palma de su mano. —Claro —respondió con un hilo de voz.             Ya no estaban en la sala de tiro al blanco, habían entrado a otro espacio de aquel subterráneo en el que había una temperatura ligeramente más fría, habían una mesa metálica y un estante lleno de medicamentos que hacía mucho tiempo estaban escaseados en el país; al otro lado estaba una cortina azul de la misma tela con la que fabrican los kits quirúrgicos ocultando algo, posiblemente era una camilla, aquello parecía ser un consultorio, razón por la cual Salomé disimuló lo alucinada que había quedado al ver el contenido dentro del estante antes mencionado, así que miró a otras partes de la habitación. —Las personas que se unen a mi tienen asegurada su salud —dijo tranquilamente caminando hacia el armario de color blanco, tomó algunas cosas de la parte superior montándose sobre una banquilla, bajó de ella con algunos instrumentos en la mano—. Siéntete cómoda —le señaló una silla de las que estaban alrededor de la mesilla.             Salomé permanecía la mayoría de su tiempo en silencio, analítica y precavida. Justo cuando se sentó sobre la silla metálica alguien abrió la puerta sorprendiéndola. Un hombre un poco más bajo de estatura que William pero con los ojos igual de azules, sin embargo los diferenciaba era la textura de su cabello; mientras el líder de aquel escuadrón golpista tenía cada hebra lacia, el otro tenía su cabello un tanto largo y rizado. —Discúlpame lo tarde —le habló a William como saludo el pálido hombre de algunos 35 años de edad que acababa de entrar—. He tenido que tratar a algunos pacientes del hospital —resopló con un ademán cansado—. Ha sido un día de muertes, medias vidas y más apuros que siempre —hizo una pausa y miró con cara amigable a la mujer de n***o cabello que los miraba como una niña que sabe que no puede entrar en la conversación de los adultos—. Mi nombre es Caleb —se presentó extendiéndole una mano—. Caleb Zimmer —se la estrechó. —Soy Salomé King —respondió ella.             Caleb sabía quién era ella, pues ya la había visto antes acompañar a su padre al hospital en el cual él trabajaba sin embargo no lo mencionó. —Supongo que lo de hoy será extraerte el rastreador —dijo el doctor como si aquello fuera algo diario.             Salomé de inmediato miró a William como buscando alguna explicación en los ojos de éste. Y a vistas de que esta no estaba entendiendo nada, su ahora jefe procedió con su aclaratoria: —Salomé —comenzó a explicar William—. Aquella campaña que se llevó a cabo en toda la nación no fue únicamente para captar una imagen de cada persona y asignarle un código —pauso—. Dentro de tu brazo, debajo de tu piel y de la de cada uno de quienes participaron en esto hay un diminuto chip de rastreo —aquello dejó atónita a la mujer que de inmediato bajó la mirada hacia la marca y la pequeñísima sutura que se situaba de lado anterior de su brazo—. Descuida —quiso tranquilizar aquellos pensamientos que posiblemente se arremolinaban en su mente como un tornado—. El sistema gubernamental no sabrá que el dispositivo fue extraído a no ser que decidan rastrearte. Y como para ellos aún eres una más que fue parte de esa campaña necesitada y sumisa, no tienen motivos para ubicarte. —No estoy entendiendo nada —admitió ella tragando saliva con fuerzas. —Verás, joven —habló ésta vez el hermano del oficial—. Según las influencias de mi hermano y toda aquella información que está en poder de todo militar reconocido que formó parte de todo ese plan, el objetivo del presidente y todos sus socios (que también son gobernadores), es tener el control de todos y cada uno de los ciudadanos de Las Minas Negras —pausó, Salomé prestaba atención sin poder creérselo aún—. ¿Acaso pensabas que ese montón de parásitos podridos de dinero no se están anteponiendo a un posible ataque de personas opositoras? —se burló con una mueca sin ofender—. Sólo pasa que ellos están ciegos, son listos pero ciegos. Tener como líder de todo este plan golpista a un militar infiltrado nos deja en ventaja y... tas —chasqueó los dedos de la mano derecha—. Aquí estamos, adelantándonos a los acontecimientos —sonrió, pero Salomé no repitió aquel gesto, aún procesaba todo aquello—. Ese pequeño dispositivo capta cada uno de los movimientos del portador y los proyecta en 3D mediante un holograma, fácilmente se puede seguir la pista del usuario y rastrear su ubicación exacta —suspiró—. Seguramente te dijeron que la sutura era para cerrar la abertura que se necesitó para incrustar alguna pastilla analgésica —supuso, pero ella miró a un lado, sin decir nada, en eso el doctor prosiguió—. Eso fue una estrategia fácil para ellos, la excusa perfecta para jugar con las personas como si fueran marionetas.             William Zimmerman suspiró antes de agregar:   —Salomé —ella lo miró entonces—. Tenemos que extraerlo —rodó los ojos hacia el brazo de la mujer y luego los devolvió a la verde mirada de ésta—. Por tu seguridad y la de nosotros.             Ella suspiró también, decidiendo acceder. —Está bien.   —No dolerá —aseguró el doctor avanzando hacia el armario de gran tamaño y varios compartimientos. Buscó algunas cosas y luego que pareció tener lo necesario se volvió hacia los otros dos—. Espero que estés cómoda en ese asiento, no nos tomará mucho tiempo.             El doctor sacó un par de guantes de látex e introdujo las manos en ellos con destreza, posterior a eso colocó lo necesario sobre una impecable bandeja de metal y preparó en una jeringa algún líquido, mientras mojaba con alcohol una mota de algodón. —Voy a anestesiarte —le avisó con bastante profesionalidad, colocándose ante todo una mascarilla sobre su nariz y boca.             Ella sacudió la cabeza ligeramente, aún recordaba que para haberle incrustado el rastreador le habían aplicado anestesia general, de modo que en mente tenía negarse a cualquier intento que tuviera alguna otra persona de anestesiarla por completo. —Descuida —intentó tranquilizarla al verla removerse en su asiento—. No será general —aseguró—. Es local y será sólo un poco.             William se colocó también una mascarilla quirúrgica. —Vamos —le dijo una voz bloqueada a medias, instándola a caminar tras él.             El doctor no dijo nada y Salomé lo siguió, a su vez seguida del oficial. Al fin pudo descubrir el misterio oculto tras la cortina azul, era definitivamente una cama cubierta con una inmaculada sábana blanca.             El doctor le señaló alguna palanca en uno de los extremos de la cama de hospital a su hermano, pidiéndole ayuda ya que sus manos permanecían enguantadas y las del oficial no. Después de algunos giros a la palanca la cama suspendió uno de sus lados hasta dejarlo en posición de asiento de respaldar un poco inclinado. —Adelante —dijo a la mujer.             Rodó una ligera mesa de metal con la ayuda de un brazo hasta hacerla a un lado de quién sería su paciente, estaba evitando tener algún contacto de sus guantes con otra cosa que no fuera la bandeja o los instrumentos que utilizarían, posterior a eso hizo un espacio en la mesita de ruedas para que así ella pudiera colocar su brazo sobre aquello.             El doctor guindó de un atril alguna solución intravenosa colocándosela en el brazo derecho y del otro lado una inyectadora cuyo objeto después de pinchar la piel de la mujer dejó salir el líquido que adormecería el brazo temporalmente.             Durante el procedimiento se utilizó el bisturí, algunas pinzas, gasas, algodón, agua oxigenada y otras cosas más. Mientras en silencio Caleb hacía lo suyo con dedicación, William cada vez más admiraba lo sangre fría que era Salomé como para observar sin parpadear cómo su piel se abría y objetos de metal se movían dentro de su carne al rojo vivo. Otra hubiera llorado y vomitado incluso, pero ella era distinta, como si estuviera lejos de allí y su propio cuerpo no fuera suyo sino de alguien más.             Con lentitud y calma ella giró su cabeza hacia la derecha, entonces su mirada se cruzó con quién la observaba en silencio. La mujer se sonrojó al sentirse arropada por aquellos atractivos ojos azules, entonces debido a esto bajó la mirada curvando las comisuras de sus labios casi imperceptiblemente haciendo lo que el oficial consideró una tierna sonrisa reprimida ¿A qué le temía? El hombre de n***o uniforme quiso sacudir la cabeza en un apretón de ojos para disipar cualquier cosa que le demostrara que aquella mujer empezaba a gustarle, pero se mantuvo inmóvil, sin apartar los ojos de ella, con rostro impasible. Se pidió control a sí mismo, ¿Por qué ésta mujer debía ser observada, atendida y protegida por él como si fuera su actual objeto de atención?             Salomé por su parte tragó saliva con fuerza sintiendo que casi se atragantaba, la comezón en sus mejillas y la vergüenza sin motivo le avisó que estaba siendo algo tonta, de modo que prefirió no voltear al verlo nuevamente por ahora, pero no pudo evitarlo, lo miró nuevamente y por alguna razón él curvó sus labios en una sonrisa sincera, cosa que la paciente no pudo ver gracias a la mascarilla que su protector cargaba puesta, aunque sí lo percibió. —Aquí está —la voz del doctor avisando algo los hizo apartar la mirada uno el otro para luego ver el pequeño objeto que extrajo de su brazo.             La pequeñísima pastilla de apariencia metálica sonó al chocar contra un recipiente también metálico situado sobre la bandeja, el doctor seguía con la pinza en la mano, mantuvo la calma y colocó el objeto de sus manos sobre la bandeja también. Ahora el dispositivo de rastreo estaba fuera de ella, se suponía entonces que nuevamente estaba en el anonimato y sus ojos abiertos ante una nueva realidad: todos los demás, afuera de aquel subterráneo estaban siendo unas marionetas, manipulados y engañados, pero Salomé King decidió en su mente con más determinación que debía hacer algo al respecto. 
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