Capítulo 27

2775 Words
“Los propios orígenes son una marca indeleble.” Proverbio ruso.             Zimmer permanecía tras el volante dentro del Land Cruiser n***o cuando su mirada estaba más allá del parabrisas, su codo apoyado en el borde de la puerta y el vidrio de la ventana cerrada. En ese momento de cavilaciones con su dedo índice relajadamente doblado acariciaba sus labios en un acto inconsciente, recordando cada escena, cada segundo y la sensación de aquel beso. Su actitud era lela, ida, lejos de allí, sumergido en el suceso de un día atrás.             Todo aquel pensamiento se esfumó al escuchar el aviso de un mensaje entrante en su celular móvil inteligente, así que con la mano derecha sacó el aparato de su bolsillo derecho y deslizó su dedo pulgar un par de veces, leyendo:             “Hay información importante en tu correo. Acabo de enviar un par de archivos.”             William Zimmer quitó el codo de la puerta y comenzó a buscar en los asientos traseros el estuche n***o con su ordenador portátil dentro, la sacó después de mover el cierre y la encendió.             Esperó unos segundos a que se iniciara y posterior a eso accedió al internet propio de su teléfono dando un par de clicks en el ordenador. Abrió una página, un buscador y de alguna manera tuvo acceso a su correo electrónico. Era cierto, tenía información reciente, recibida hacía un par de segundos.             Leyó el texto descriptivo. “Fue una hazaña s*****a. En el primer piso, en una de las habitaciones de visita del ala oeste están todas, destinadas a ser vendidas a mercaderes del otro continente, debemos darnos prisa”.             Zimmer decidió revisar el primer archivo adjunto, encontrándose con fotos. Mostraban un espacio amplio pero interno, no había cama, armario o mesa, solamente niñas sentadas en el suelo recostadas a la pared, otras con aspecto de derrota, tiradas en el suelo de costado y tres de ellas mirando a la cámara.             El oficial fue pasando las imágenes y se encontraba con más detalles, la mordaza en su boca, sus pies inmovilizados con soga y las manos juntas posiblemente lastimadas. Con actitud serena salió de allí y entró al otro archivo, éste era un video. Mostraba en imágenes móviles las adolescentes que suplicaban en hilos de voz casi sordos, las que derramaban lágrimas aunque todas con cara de inocencia frustrada, con rostros empañados de incertidumbre. El video le mostró casi lo mismo que las imágenes en fotos, las distintas razas de las víctimas de secuestro y su vestuario de distintos estilos. William se lo pensaba, analizando todo con mente fría, como si fuera un computador procesando datos.             Entonces otro sonido lo trajo de vuelta en tiempo y espacio. Alguien golpeaba cuidadosamente el cristal de la ventana del copiloto, miró ligeramente alarmado pero volvió a su estado normal al darse cuenta de quién se trataba. Cerró el ordenador y lo introdujo de nuevo a su estuche, colocando eso nuevamente en los asientos traseros y decidiendo abrir la puerta.             Quitó el seguro y se inclinó para abrir. —Hola —saludó Salomé con las manos dentro de los bolsillos delanteros de su suéter gris montándose y cerrando la puerta luego—. Disculpa la tardanza.             Él sacudió la cabeza, estirando los labios en una mueca de quién le resta importancia a algo. —Tengo tiempo de sobra para esperarte —dijo él, encendiendo el motor—. Puedes estar tranquila               Al llegar a su destino, Salomé bajó del auto sin esperar la ayuda de William aunque esa fuera a intención de éste. Zimmer, tranquilamente y con un control de seguridad accionó lo necesario para la orden de abrirse el portón, sin el menor sonido la reja negra cedió dándoles paso hacia el patio verdoso de la casa del hombre a su lado.             La joven mujer observó cada detalle disimuladamente, unas cuantas plantas de pino de tamaño mediano estaban sin orden pero ubicados de un modo que le daba un aspecto peculiar a lo que consistía el jardín. El césped estaba recién cortado y a unos cuántos metros gruñó un animal. —Tornado —saludó William al animal n***o de gran tamaño, un pitbull de apariencia temible, el perro se acercó a él olfateándolo alegremente—. Chico malo, espero que no hayas derrumbado nuestra casa —le acarició la cabeza y el canino olfateó brevemente a Salomé, quién de tenerlo cerca estaba aterrada aunque tiesa como un palo, sin gritar o pedir auxilio.             El perro después de una corta supervisión la ignoró y correteó alrededor de su amo, al tiempo que el portón se cerraba tras ellos William le pidió amablemente que caminara con él.             El hogar era hecho a base de considerables recursos, con un aire sombrío y fresco, combinaba con el comportamiento de su dueño. La mayoría de las paredes estaban hechas de cristal ahumado y las bases estaban pintadas de blanco, el pasillo era de ladrillo y el techo de platabanda.             Llegaron al porche después de caminar sobre una especie de camino que se abría entre el césped cuando William levantó apenas la mano con el control y presionó uno de los botones, quitando el seguro de la puerta y girando el pomo luego, aunque pensando primero en sus principios, se apartó para darle paso a la dama. Salomé, un poco sonrojada por el trato entró, percatándose de que las luces estaban apagadas y la claridad del día entraba por una ventana abierta.             Era comprensible que estuviera así, puesto que había observado cercado eléctrico sobre el borde del paredón que cubría aquel lugar dándole sombra a lo que había dentro. —Espero que tengas hambre —dijo él con aire ligeramente entusiasta—. He dejado algo en el microondas.             Salomé sonrió en una mueca y asintió siguiéndole los pasos a la vez que observaba los cuadros pegados en las paredes internas de la casa, los cuáles no eran de cristal sino de cemento. Había un cuadro de Marilyn Monroe en blanco y n***o a lo alto, una imitación de la mona lisa y otras réplicas de pinturas que posiblemente le habrían costado bastante.             Un reloj sombrío y con decorado gótico colgaba en un espacio especial de la misma pared blanca. Salomé miró también hacia el exterior de la casa y con claridad divisó a través del cristal los árboles de pino y al perro olfateando alguna cosa sobre el césped. Y siempre permaneciendo un lado de William pasó cerca de un grupo de cuatro sofás de color gris que rodeaban una mesita de estar hecha de cristal transparente.             Llegaron a la cocina, un espacio mediano, de cerámica color teja y una cocina sin alguna mancha de suciedad, Salomé consideró que la nevera era tan alta que quizá pudiera encerrarse a un humano para criogenizarlo, también había un mesón de madera en el medio con una canastilla de frutas y un periódico al lado; el mesón, barnizado, hacía juego con el empotrado de la cocina y del lado lateral, en una de las paredes blancas había otra ventana con marco de madera abierta de par en par dejando que la luz del exterior se derramara sobre cada cosa dentro de aquel espacio en el cual abundaba un aroma frutal delicioso y suave.             El sonido de una silla al rodarse la trajo de vuelta al presente que incluía a William y a todas estas él le señaló el asiento de madera. —Toma asiento —pidió Zimmer, sonriendo a labios cerrados con una mueca que parecía parte de una mentira.             Ante esta actitud Salomé recordó que sólo una vez le había visto los dientes en medio de alguna sonrisa y con ese detalle en la mente, tomó asiento justo dos segundos antes de que él se apartara de ella para acercarse al microondas que había estado programado para cocinar lo que sea que habría dentro. El caballero tomó un par de guantes y abrió la puerta del electrodoméstico después de presionar un par de teclas. Era evidente que el grosor de la tela le ayudó a no quemarse cuando extrajo la pizza humeante antes de cerrar la puerta del artefacto de un pequeño empujón con el codo y se acercó en la mesa para situar en un buen lugar la comida. —Vaya —articuló la mujer frente a él—. ¿La has hecho tú? —De algo me han servido las prácticas de cocina en mi adolescencia —respondió despreocupadamente—. Es una actividad que muchas veces nos aleja de la realidad.             Salomé asintió en modo de entendimiento. —Yo utilizaba acertijos matemáticos para alejarme de la realidad también —recordó ella—. Aunque el hambre nos nubla el razonamiento. —Ya no habrá más hambre, Salomé —prometió él—. Ni para ti ni para nadie más en este país —pausó, quitándose los guantes y dejándolos sobre la mesa—. Estamos trabajando en eso ¿No es así?             Ella asintió y tras un pequeño silencio William avanzó hacia la nevera y abrió la puerta de abajo. El espacio templado estaba surtido, entonces de allí extrajo una botella de Coca—Cola y un par de vasos de cristal. Salomé sin duda disfrutó mirar como su jefe servía tanto la pizza como la bebida para a continuación sentarse frente a ella. —Disfrútalo —dijo él bebiendo de su vaso. —Mmm, claro —respondió ella masticando un trozo de aquella deliciosa pizza repleta de queso y otros ingredientes especiales.             Transcurrieron varios segundos de silencio. —Cuéntame acerca de ti —le preguntó mirándola a los ojos.             Aquello hizo que ella dejara su porción sobre el plato y contestó. —Ya lo sabes todo —dijo encogiéndose de hombros—. Lo supiste desde el principio.   —De todo lo que te rodeaba, de tus actividades, del entorno que frecuentabas —aclaró él, tomando más Coca-Cola—. Eso no me da una definición completa y específica de ti. —No sé a qué te refieres exactamente —respondió ella tomando de su bebida—. No tengo muchas cosas que contar. —¿Cuál es tu propósito de vida? —arrojó—. ¿Qué sueñas mientras duermes? ¿Cuál es tu anhelo de infancia?             Ella sonrió a labios cerrados y comenzó a responder mientras él comía más pizza. —Mi propósito de vida es colaborar en todo lo posible para que encierren a los desgraciados culpables de la desidia, esperar a que éste país se regenere un poco. Reiniciar mis estudios de medicina, graduarme y quizá adoptar un par de niños una vez que compre una casa lo suficientemente amplia dónde haya espacio también para mis padres —contestó a lo primero, comió más pizza y él la observaba atento, tragó y prosiguió—. Mientras duermo… no lo sé, muchas veces no recuerdo las cosas que sueño, he pensado repetidas veces que no sueño —se burló de sí misma. William la acompañó con una aterciopelada risa sonora—. Acerca de mi infancia… —pausó, recordando, con la mirada puesta sobre la pizza—. Anhelaba ser una heroína, poder salvar personas, ser buena con la gente y llevar el honor a mi familia.   —Interesante —reconoció él, mirando a la mujer masticar tranquilamente otro bocado de pizza. —Te toca —le dijo ella—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué hay de tu familia? ¿Qué pretendes hacer después que todo esto termine?             El hombre de azules ojos en gran contraste con su n***o cabello se removió sobre su asiento retirando los codos del borde de la mesa y quedando en una posición ligeramente más erecta.             Tragó saliva, incómodo. —De mí tampoco hay demasiado qué contar, éste soy yo. Un soberano desgraciado cruel que se puso como meta exterminar a los malos para salvar a los buenos. No soy del tipo comunista o humanitario, siempre pretendo ser selectivo y mirar muy bien a quién darle una parte de lo que puedo conseguir, tiene que valer la pena, no tanto para mí, sino para sí mismo —colocó los brazos sobre la mesa ligeramente doblados, todavía manteniéndose derecho y tenso—. Lo que ha llevado a éste país a la actual crisis humanitaria es el errado comportamiento de las personas, por esperar todo de manera gratuita, por pretender que las cosas son fáciles de conseguir. Hemos navegado en una cultura completamente equivocada. Es por eso que considero que, convocando nuevas elecciones, limpias y libres de trampas, pudiera ser que un buen candidato ganara la presidencia y cambiara totalmente el sistema gubernamental, declarando otros planes nacionales.             Salomé asintió, concordando. —Entiendo. —Supongo que después de todo esto esperaré lo que venga —expresó inseguro—. Quizá decida especializarme en cualquier taller de preparación militar, definitivamente es mi vocación —hubo una pausa larga tras lo antes dicho. —¿Qué hay de tu familia? —preguntó ella para disipar el silencio llevando el vaso a la boca nuevamente.             Él miró a otra parte inconscientemente como alejándose de allí para traer alguna información del pasado.   —Mi hermano Caleb es mayor que yo —comenzó a decir, como un niño al que se le arranca alguna confesión a base de una recompensa sentimental—. Es doctor y estuvo siendo mi representante, tutor, maestro y amigo cuando ya no estuvo más mi madre y mi padre —hizo otro silencio, Salomé dejó de comer concentrada en lo que escuchaba—. Desde esa vez crecí bajo su protección, fue un adolescente responsable, bastante capaz y dispuesto a pelear contra las autoridades por mi custodia —sonrió melancólicamente después de un bufido leve, mirando la mesa, recordando—. En ese entonces él tenía diecisiete y yo cinco —agregó.                         Flash-back:             Las autoridades llamaron del otro lado del portón y quién salió a atender fue Caleb. —¿Casa Williams? —preguntó el policía acompañado de tres personas más. Caleb asintió. —Somos del despacho de ley y justicia —se presentó la mujer de cabello castaño y rostro ligeramente envejecido—. Hemos venido a buscar a tu hermano menor —dijo la abogada a un lado del policía. Caleb negó con un movimiento de cabeza.   —No se llevarán a mi hermano, papá ya está en un hospital psiquiátrico y William estará a salvo conmigo. —Sabemos que es difícil para ti asimilar la situación —habló otro hombre con ropa formal—. Pero debes entender que tu hermanito estará mejor al cuidado de otra familia. —Mi hermano se quedará conmigo —gruñó Caleb como un animal furioso celando a su crío—. Yo soy capaz de protegerlo. Yo soy su única familia disponible para darle el cuidado que merece. —Aún eres menor —objetó la abogado—. ¿Con qué piensas mantenerlo hasta que pueda valerse por sí mismo? —Estoy buscando empleo, soy menor, pero eso no significa que sea tan estúpido como para permitir que ustedes lo arrojen a otro ambiente al cual no está acostumbrado —peleó en adolescente de cabello rizado. —Caleb, tú también deberías ir a una casa de cuidado —argumentó otro más con ropa semi formal—. Debes entender que tu hermano necesita tratamiento psicológico para poder crecer aceptando su nueva realidad. Las personas frente a él estiraron su mirada hacia el porche de la casa con paredes de cristal. William estaba sentado sobre el suelo trazando un dibujo sobre una cartulina grande y pegando algunos recortes, entonces levantó la cara hacia los extraños que venían a buscarlo, mirándolos con inocencia, pero después volvió a mirar la jirafa sobre la cartulina, dejando que su hermano se ocupara de los asuntos que él no comprendía. —Eso será mi asunto —volvió a gruñir Caleb, renuente y con cara firme—. Si tanto pretenden ayudar entonces colaboren consiguiendo empleo para mí, a permitir que mi hermano esté a mi lado y que no termine de derrumbarse lo que él considera su familia —suavizó su voz antes de pronunciar—. Denme una oportunidad, les aseguro que podré hacerlo bien.             Ellos compartieron miradas, la abogada suspiró, entendiendo que separarlos sería terminar derribando la poca cordura que quedaría en ellos. Una brusca separación agregada al suceso reciente podría acabar dañándolos.             Fin de Flah-back.               Salomé notó el tono de agradecimiento acercado a la adoración, pero había algo que faltaba.   —¿Qué pasó con tus padres?             Aquella pregunta fue como una puñalada en el estómago del fuerte y decidido hombre frente a ella, pero disimuló torpemente su incomodidad ante aquella interrogante. 
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