Ella lo miró con una mirada fulminante y él se encontró una vez más admirando su fortaleza mientras su mandíbula se tensaba. Su cabello castaño claro seguía impecable en su alta coleta sin un mechón fuera de lugar y se dio cuenta de que coincidía con su actitud. A pesar de todo lo que estaba sucediendo, ella estaba serena. Sus ojos insinuaban un poco de tristeza, probablemente por la maldita de su mejor amiga, pero por lo demás, era estoica. Lo apreciaba.
—Puede que venga de Coldreach, Colorado, con una población de mil ochocientos veintiséis, pero no nací ayer. Una vez que se rompe mi confianza, está rota. Mi amistad con Hazel, al igual que las fundas de edredón en el suelo, está manchada y contaminada y nunca se le permitirá estar cerca de mí de nuevo. —expresó Grier con firmeza.
Él metió la mano en su bolsillo y puso un caramelo envuelto en la mesita de noche.
—Algo dulce para más tarde en caso de que te encuentres llorando lágrimas amargas. —Nick siempre llevaba caramelos consigo. Después de todo, dirigía una empresa internacional de confitería.
Ella miró el caramelo envuelto y una pequeña sonrisa asomó en sus labios.
—Gracias.
—Me voy. ¿Estarás bien? ¿Tienes a alguien a quien quieras llamar? —de repente se preocupó por dejarla sola. Seguramente, como la mayoría de las mujeres, probablemente se desmoronaría en el momento en que él se diera la vuelta.
—Estoy bien. Como dije. Tengo mi botella de vino. También quiero llamar a un cerrajero por si acaso ella tiene más de un juego de llaves y luego simplemente quiero ir a la cama. Ha sido una semana larga. —expresó Grier.
Su queja sobre la larga semana le recordó su comentario sobre el imbécil.
—Si pudieras cambiar una parte de esta semana, ¿cuál sería? —hizo un gesto alrededor de la habitación. —, aparte de lo obvio. —arrojó Nick.
—¿La verdad? —preguntó Grier.
—Sí.
—La forma en que hiciste llorar a la señorita Samantha en la fábrica de chocolate en Ohio el martes. —murmuró Grier.
—Derramó su café por todo mi cuerpo. —se quejó Nick.
—La llamaste una cabeza hueca insípida que necesita aprender a caminar antes de intentar hacer dos cosas a la vez. Me tomó veinte minutos lograr que dejara de llorar en el baño. —confesó Grier sintiéndose apenada.
—Me quemó el pene con su café. No lo viste porque habría sido inapropiado mostrártelo, pero cuando llegué al baño y me quité todo, estaba rojo cereza. Juro que hirvió el agua dos veces para hacer el café antes de derramarlo sobre mí. Realmente dolió mucho. —insistió Nick.
—No tanto como duele un pene roto. —sus labios se torcieron. —, apuesto a que eso duele más. Le debes una disculpa a la secretaria por su error.
Se encontró extrañamente tratando de no reír mientras ella minimizaba su propio trauma.
—Le enviaré una nota de disculpa y una nueva taza de café para reemplazar la que rompió. ¿Eso lo haría mejor para ti? —preguntó Nick.
—Sí. —respondió Grier.
—Considéralo hecho. Te daré el fin de semana libre como dije, pero no lo desperdicies lamentándote. —su teléfono vibró en su bolsillo, y suspiró. —, necesito irme. —agregó Nick.
—Gracias de nuevo por estar aquí y hacer que Barrett los sacara.
—No hay necesidad de agradecerme.
La dejó sentada allí al lado de su cama y salió de su condominio. Al dirigirse al ascensor, entró en él y odiaba que en todos lados a donde iba hoy en día hubiera cámaras. Le encantaría simplemente irse, pero había reglas cuando la gente estaba mirando.
Una vez en su coche, levantó el teléfono a su oído.
—¿Qué? —dijo Nick.
—¿Es esta una forma de hablar con tu padre?
—Estaba ocupado. —expresó Nick.
—¿Con una chica? ¿Quién es ella? ¿Cómo se ve? —la voz de su madre se escuchó en el teléfono. Su tono alegre podía derretir el corazón más frío y sintió que el suyo se descongelaba un poco.
—Mamá. —gimió. —, estaba con mi asistente. Olvidó su bolso del portátil en el coche, y lo llevé a su condominio para encontrarla lidiando con su novio y su mejor amiga fo… —se detuvo. Nunca diría una palabra obscena delante de su madre. —, tonteando en su cama. Me quedé hasta que se fueron. —explicó Nick.
—¿Por qué no puedes encontrar una buena chica y casarte? ¿Es bonita tu asistente? —preguntó la madre de Nick.
—Impresionante. —no mintió. A diferencia de su recepcionista, había notado a Grier Bush años atrás cuando trabajaba en su departamento financiero, pero no era de los que mezclan negocios con placer. —, cabello del color de la melaza hilada, ojos como caramelo quemado y labios más rojos que una paleta de hielo de cereza.
—¿Pero? —preguntó su madre.
—Ella es mi asistente, y a Recursos Humanos no le gusta que se persiga a los subordinados alrededor de un escritorio. Además, es una maldita buena asistente y necesito que no renuncie. —explicó Nick.
—Pero ella está soltera y tú estás soltero. —insistió su madre.
—Mamá. Esto no es como cuando eras joven y estas cosas eran socialmente aceptables. Podría ser demandado si la coaccionara sexualmente. —arrojó Nick.
—¿Te gusta? —preguntó su madre.
—Admiro su fortaleza. —confesó Nick.
—¿Por qué?
Esto viniendo de su padre.
—Ella nunca se echa atrás. Se mantiene firme incluso en las situaciones más exigentes. Incluso… —se rió al recordar. —, me llamó idiota en mi cara.
—¡Qué palabra tan horrible! —exclamó su madre.
—Lo merecía. He tenido una semana difícil y, como mi asistente, creo que la suya fue aún más dura al calmar algunas situaciones tensas por mí. —expresó Nick.
—Siempre te pones tan nervioso en esta época del año. Vuelve a casa. Podemos conseguir a alguien más para que se haga cargo y tú puedes trabajar con tu padre y… —dijo la madre de Nick con dulzura.
—Mamá. Basta. Acepté trabajar para la empresa y lo estoy haciendo. No hay necesidad de que me retire pronto para trabajar con papá. Él tiene décadas por delante para dirigir las cosas allí. —arrojó Nick.
—Te extrañamos. ¿Estarás aquí en Nochebuena y el día de Navidad?
—Sí. No me lo perdería por nada. —contestó Nick.
—Sería bueno que trajeras a una chica a casa. —sugirió la madre de Nick.
Se rió a carcajadas ante el comentario.
—Imagínate eso.
—¿Qué hay de tu secretaria? —preguntó nuevamente su madre.
—Asistente, mamá, y creo que lo último que necesitaríamos en casa es a alguien aún más cínico que yo arruinando la alegría de las fiestas. —Inhaló profundamente. —, ya casi llego a casa, así que voy a colgar ahora. Dale mi amor a las chicas.
—Hijo, una cosa más. —intervino su padre.
—¿Qué es? —preguntó Nick.
—Sé que no te gusta cuando te digo esto, pero tengo una corazonada contigo ahora mismo. Algo grande está a punto de sucederte. —comentó el padre de Nick.
—Papá, guarda el cuento. No quiero escucharlo. Si me dices cómo se va a desarrollar mi vida, ¿dónde está la alegría de vivirla realmente? —preguntó Nick.
—Pero ya no haces nada para encontrar la alegría, Nick. Hazme un favor, ¿quieres? Encuentra la alegría. —sugirió su padre.
Terminó la llamada sin decir otra palabra. A veces su viejo era demasiado.