Lena
La oscuridad del callejón apenas disimulaba mi presencia.
Yo era una sombra entre sombras. Mis dedos se movían con delicadeza en el aire, practicando los movimientos que había aprendido a ocultar de los ojos de los metiches.
El bar al final de la calle estaba lleno. Las personas allí no sabían que estaban a punto de perder algo más que simples monedas esta noche.
Hoy había cumplido 18 años. Aunque claro, no hubo torta ni canciones para la rara de Lena.
En lugar de eso, me encontré con todas mis pertenencias apiladas en la puerta del convento... Una muestra silenciosa de que mi presencia ya no era deseada en ese maldito lugar.
Las monjas nunca habían comprendido mi naturaleza. Se pasaban el día susurrando sobre mi inclinación hacia lo que ellas llamaban "actos de rebeldía". Pero no era rebeldía lo que fluía por mis venas, no.
Era magia.
Desde que despertaron mis habilidades a los 15, supe que era diferente. Pequeñas desapariciones, objetos moviéndose sin explicación, sombras que respondían a mi llamado.
Las monjas lo atribuían a milagros o maldiciones, dependiendo del día.
Pero yo sabía la verdad.
Era una bruja. Y ese conocimiento ardía dentro de mí con una intensidad que no podía ser sofocada por sus rezos ni sus cruces.
Así que aquí estaba, en la víspera de una nueva vida, preparándome para robar a aquellos inconscientes que no sabían sobre la magia.
No era el camino que había elegido, pero la desesperación tiene una forma peculiar de moldear nuestras decisiones.
Necesitaba dinero para un hotel, algo de comida, y quizás, si tenía suerte, un pasaje hacia un lugar donde pudiera empezar de nuevo.
Mis ojos se fijaron en un hombre entrando al bar, riendo con sus colegas y alardeando de su cartera abultada.
"Perfecto."
Solté un suspiro, salí de mi escondite y caminé hacia la entrada.
Escondí las manos en los bolsillos del abrigo. Mis dedos se movían con agilidad, repasando los movimientos que había practicado en secreto. Tenía que deslizar su riqueza hacia la sombra de mi existencia.
Entré al bar, un hervidero de risas y conversaciones embriagadas que me envolvieron como una marea. A pesar de la hora de la noche, el lugar ya estaba lleno de almas buscando perder el conocimiento en el fondo de una copa.
Mi objetivo, un hombre que se destacaba entre la multitud por su aire de confianza. Avanzaba hacia la barra con la mirada de un depredador en busca de presa. Quizás esperaba encontrar compañía para la noche.
"Mejor para mí."
Con un movimiento fluido, solté mi cabello, permitiendo que las mechas oscuras enmarcaran mi rostro, añadiendo un toque sensual a mi apariencia.
La chaqueta de cuero n***o, mi armadura contra el mundo, se abrió al bajar el cierre, revelando justo lo suficiente para mezclarme con la atmósfera del lugar sin despertar sospechas.
Me moví con la cautela de un felino acechando a su presa, cada paso medido para evitar llamar la atención de otro que no fuera él.
El hombre parecía perdido en sus pensamientos, o quizás en sus esperanzas, lo que facilitaba mi acercamiento.
Mantuve mi mirada fija en él, calculando el momento perfecto para actuar.
El ruido del lugar amenazaba con distraerme, pero yo estaba enfocada, mi mente clara a pesar del ambiente.
No era la primera vez que recurría a la sombra para sobrevivir... aunque algo en la noche me decía que esta vez sería diferente.
No sabía si era el palpitar anticipado de mi corazón o la sensación eléctrica que recorría mi piel al pensar en la magia a mi disposición.
Nuestras miradas chocaron y se sostuvieron, una chispa indefinible vibrando en el espacio entre nosotros.
La sonrisa arrogante en sus labios creció al ver mi interés directo, un brillo de anticipación jugueteando en sus ojos.
—Eres muy pequeña para estar aquí, —dijo.
Su voz grave envuelta en una capa de expectación que pretendía ser encantadora.
—Tengo la edad suficiente para tomar alcohol, y algo más... —mi respuesta, impregnada de un tono seductor y misterioso, diseñada para intrigarlo, para atraerlo más a mi telaraña.
Me senté a su lado, consciente de su mirada evaluadora recorriendo mi figura. Su asentimiento de aprobación fue tan predecible como desagradable.
"Idiota."
Se giró hacia el cantinero y ordenó con arrogancia:
—Algo para la dama.
El cantinero asintió y comenzó a mezclar una bebida de aspecto extraño, rosado y de seguro, muy dulce.
—¿Qué hace una chica tan... delicada por aquí?
Su pregunta venía cargada de un interés mal disimulado. Su mirada me encontró en cuanto se giró para enfrentarme. Acortó la distancia entre nosotros.
—Estoy buscando un poco de acción... —Mis palabras salieron con una lentitud calculada, cada sílaba destilada con promesas no dichas.
Coloqué mis manos sobre su pecho, las deslicé con lentitud hacia abajo. La energía mágica pulsaba en mis dedos, lista para ser liberada en el momento adecuado... Pero quería seguía jugando el papel que él esperaba...
Podía sentir el latido acelerado de su corazón bajo la tela.
Era la anticipación, el juego previo a la caza, y él era un inconsciente de que estaba a punto de ser cazado.
La música del bar, un zumbido constante en el fondo, parecía acompasar nuestros movimientos, un baile de sombras y lujuria.
—Acción, ¿eh? —Su sonrisa se amplió. "Cree tener el control de la situación"—. Puedo darte todo lo que estás buscando...
—Oh, estoy segura de eso, —repliqué, manteniendo el contacto visual.
Dejé que la promesa de una aventura loca y desenfrenada colgara en el aire entre nosotros.
El cantinero dejó el cóctel rosa frente a mí, con una cereza flotando en la superficie.
Sin apartar la mirada del hombre, tomé la bebida y le di un pequeño sorbo. El sabor dulce inundó mi boca y por poco no devuelvo el contenido.
—Gracias, pero esto —dije señalando con la cabeza el trago en la barra—, no es lo que deseo para esta noche...
Por unos segundos, la confusión cruzó su expresión antes de que la codicia y el deseo volvieran a tomar su lugar.
—Entonces, ¿qué es lo que buscas? —preguntó, su voz baja, cargada de un interés que rozaba los límites de lo predatorio.
Aprovechando el momento, me acerqué más a él. Mis dedos trazaron círculos lentos y provocadores sobre la tela de su camisa.
—Algo que se puede encontrar con tanta facilidad en un lugar como este —susurré, inclinándome más cerca para que mis palabras fueran solo para él.
La tensión crecía, un hilo delicado y peligroso que se estiraba con cada palabra, cada gesto.
En ese instante, sabía que tenía su completa atención.
Era el momento de actuar.