CAPITULO 2

1346 Words
El elegante cuello resultaba tentador y, de repente, a Alex le dieron deseos de alargar la mano y deslizarle la palma abierta por la piel de marfil. —Podemos tomar un vino diferente con la comida, si quieres. —Oh, no, no debemos —exclamó Bella alarmada, abriendo los ojos de golpe—. Bastante cara va a ser ya la comida —se inclinó hacia delante y susurró—. Una cosa que debería saber, señor Bennett. —Alex, y por favor, tutéame. —Alex. Una cosa que deberías comprender —dijo ella con sinceridad—, es que no puedo casarme con un hombre que no sabe el valor del dinero. Si me quedo en casa con mis hijos... nuestros hijos..., tendremos que vivir de tu sueldo. El salario de un obrero de la construcción puede que sea suficiente para una vida cómoda, pero no permitiré que lo gastemos en muchas salidas como esta. —No, yo tampoco —dijo él. No había sido su intención mentirle, pero seguía necesitando saber un poco más de Bella antes de reconocer lo poco que se preocupaba por el coste de lujosas cenas para sus acompañantes femeninas. Ella se reclinó en el respaldo de la silla y lo miró solemnemente. —Siento tener que ser tan directa. Creo que hay que vivir dentro de las limitaciones de cada uno, nada más. —Perfectamente comprensible —le respondió él—. Quiero saber exactamente qué pretendes de mí. Y seré muy sincero sobre lo que puedo y no puedo hacer por ti. Pero primero tienes que decirme quién es Bella Parker en realidad. Una persona está constituida por mucho más que un trabajo y algunos hobbies. —Pues, nací en Houston y nunca he vivido a más de dos millas del barrio donde he crecido. A lo más lejos que he llegado en un sentido es Nuevo México. En el otro, Arkansas. Me gradué en la Universidad de Houston, luego conseguí un empleo en la biblioteca pública. Siempre me han gustado los libros, han sido mis amigos desde la infancia. Me pareció natural ser bibliotecaria. —¿Entonces te pasas el día rodeada de volúmenes y silencio? — asintió él con la cabeza. —No me aburro nunca, si eso es lo que quieres decir —dijo ella con inesperada energía—. Pero, a veces, desearía poder viajar. Después de pagar las cuentas, no queda mucho para ir a Europa —se rió moviendo la cabeza, como si esa fuese una fantasía que la gente normal no se tomaba en serio. —Supongo que no —murmuró Alex diplomáticamente. Él había estado en Europa quince veces desde acabar la facultad. —Bien —dijo ella con un largo y profundo suspiro que hizo que a él, de repente, le llamasen la atención sus pechos—. Soñar no cuesta nada. Lo importante es pasar el tiempo con los hijos, ahorrar para su educación, asegurarse de que estén bien protegidos y vestidos —lo miró—. ¿No te parece? —Por supuesto, los niños siempre tienen que ir lo primero —dijo, sintiendo que ella lo estaba sometiendo a prueba. ¿Era él quien había dicho aquello? Nunca había imaginado que diría algo semejante en su vida, pero sintió que, en ese momento, lo decía de corazón. Alex tomó un rápido trago del frío vino blanco y le estudió la expresión de su rostro. Sabía que ella estaba batallando contra su timidez para no bajar los ojos. Quizás tenía más valor de lo que él había creído en un principio. Les llevaron sus platos, haciendo que dejasen de mirarse. Después de que ambos rechazaran la oferta de pimienta recién molida, él cortó un trozo de su grueso filete de lomo e intentó aclararse las ideas mientras masticaba. Si estaba considerando en serio casarse con esa mujer, había más preguntas que hacer. —¿Tus padres te enseñaron a ser ahorrativa? Vio alarmado cómo ella se ponía pálida. —Perdona —le dijo—. ¿He mencionado algo que no debía? Bella apretó los labios y clavó el tenedor suavemente en un sabroso marisco. —No recuerdo a mi madre —dijo—. Nos abandonó a mi padre y a mí antes de que yo cumpliese un año. A papá no se le daba bien la economía doméstica. Condujo camiones toda la vida, nunca ganó mucho dinero. En cuanto yo tuve suficiente edad para hacer las compras, me ocupé de que hubiese suficiente comida para llegar a fin de mes. —Comprendo —dijo Alex, frunciendo el entrecejo. —No fue una vida dura, pero pasé mucho tiempo sola. Mi padre falleció hace cuatro años. Desde entonces, vivo sola. El resto de la familia de mi padre vive en la costa este. Nos vemos muy poco. Alex se la imaginó de niña, sin nadie que se ocupase de ella. Se la imaginaba hecha un ovillo en una esquina de la sala para niños de la biblioteca, concentrada en un cuento de hadas. Esa imagen iba con ella. Sintió un poco de culpabilidad por todo lo que tenía y que daba por sentado. Cierto era que Devlin había trabajado la mayoría del tiempo y Alex siempre había añorado la atención de su padre, pero nunca se le había pasado por la mente que podría faltarle la comida cuando tenía hambre. La miró a los ojos y vio en ellos una eternidad de soledad. Ya no necesitaba preguntarle por qué quería una familia. Pero había una cosa que no comprendía, —Tu biografía decía que tienes veintisiete años. —Sí —dijo ella y se quedó esperando, con la cabeza de lado y el tenedor suspendido sobre la comida. —Si siempre has querido tener una familia, ¿por qué no te has casado antes? Con un suave bufido, ella dejó el tenedor pausadamente sobre el plato y lo miró como si él la hubiese abofeteado. —¿Estás tratando de reírte de mí, Alex? —No —se asombró él—. Por supuesto que no, yo... —Mírame —le exigió ella. Él la miró. Lo que vio fue una encantadora explosión de fuego en sus ojos. Pero él no sabía si eso era lo que debía ver o algo más, así que no dijo nada. —No soy un buen partido. Paso desapercibida, no tengo una figura tan especial, llevo ropa cómoda, no de moda. Estoy nerviosa en las citas y no sé de qué hablar. Me pongo rígida cuando un hombre intenta besarme. Yo... —Tú cocinas —la interrumpió él—. Y tapizas muebles y adoras los libros. —Sí —asintió ella con un largo suspiro, mirándolo con desconfianza. —Y no eres una chica común en absoluto. Tienes unos ojos hermosos, Bella. Cuanto te ríes o te enfadas, como ahora, te brillan más que una llama de acetileno. —¿Es ese un chiste ? —preguntó ella secamente. —No, es la verdad. Y tú deberías de reconocerlo, porque eres una persona sincera —alargó las manos para cubrirle las suyas sobre el blanco mantel de hilo y las retuvo allí, a pesar del intento que hizo ella de liberarse—. Aunque eres callada, defiendes lo que te resulta importante. Eres inteligente, lo cual puede resultarle muy sexy a un hombre que tenga un poco de cerebro. Y no llevarás a un hombre a la bancarrota pretendiendo regalos caros. A mí me parece que eso es el tipo de mujer que muchos hombres querrían tener como esposa. Bella se lo quedó mirando fijamente. ¿Lo diría de verdad? Un hombre tan maravillosamente sexy y auto-suficiente como él le decía... ¿qué? ¿Que ella era digna de ser deseada? No, quizás eso no, porque ni siquiera había insinuado que le producía deseo. No, era más como si reconociese sus cualidades y se diese cuenta de que podría considerarlas favorables al elegir una pareja. Pero eso era mucho más de lo que cualquier otro hombre había hecho jamás.
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