Capítulo 1

722 Words
Cambiar a una persona es inhumano. Moverle la vida, la mente y el cuerpo. Es inhumano porque no es propio de la humanidad. Nada se salva de las alteraciones, vivo o no vivo. Si a ella le preguntarán en ese momento si se imaginaba cuanto se le iba a transformar la vida muy pronto, no lo creería. Pero tampoco se lo esperaba la última vez. Las transiciones son dolorosas, inesperadas, a veces lentas, a veces rápidas, a veces desagradables disfrazadas de cosas lindas o desagradables disfrazados de muy desagradables. Esos grandes ajustes y a la vez casi imperceptibles. Como en un sueño. Como cerrar los ojos en el transporte público y abrirlos para darte cuenta que se te ha pasado tu estación. Así había sido él, y ahora se sentaban cada día sobre una manta en el parque, fingiendo que es normal tomar picnics en Tucson. Él necesitaba una esposa y ella había decidido serlo, ¿qué más iba a ser sí no? Él era como meter los pies descalzos en agua fría. Una cara tranquila con una sonrisa pequeña con la punta de los labios crispadas apenas un poco. Solo verlo te hacía querer ser diferente, mejor persona, más cortés, ser más sin llegar a ser ambiciosa. Pero su próximo cambio no iba a producirlo un joven amable. Sería la cosa más natural, implacable, dolorosa, tóxica y saldría desde lo más profundo de ella. Eduardo era moreno como la arena, tranquilo como el oleaje en la madrugada y pronto seria entera y legalmente su esposo, en la misma proporción en la que él era extranjero e ilegalmente mexicano. Se conocían desde apenas cuatro meses y cualquiera que los mirara sentados en césped, los confundiría fácilmente como una pareja de enamorados. —Empieza tú. —Rio por lo bajo, tratando de esconder lo nervioso que estaba. —Está bien. Shonikua le había convencido de jugar a ese juego que había visto a sus alumnos practicar generación tras generación, para ver si así lograba que se conocieran más. —¿Verdad o reto? —Reto —respondió decidido. Ella ya esperaba que eligiera eso y se aseguró de que se arrepintiera de su decisión. Era un gusanito minúsculo de esos que llaman medidor, arrastrándose por el pasto cuando lo obligó a comérselo. Eduardo se encogió de hombros y se lo echo a la boca sin el mayor esfuerzo. Era capaz de comer cosas peores si eso lo salvaba de responder con sinceridad a una pregunta comprometedora. La verdad es lo que eligió Shonikua para su turno. —¿Qué te gusta de mí? —Una pregunta inocente. —Me gusta que seas trabajador. —Una respuesta indefensa. Eduardo eligió decir una verdad para su próximo turno, con la seguridad de que ella seguiría las mismas reglas de hacerse preguntas tontas, pero Shonikua no había decidido iniciar el juego con esa intención. Quería más que nada, saber con quién se iba a casar y tal vez el por qué. —Sí se te presentara un trabajo apropiado en México, ¿regresarías allá? —Sí fuera así, ¿me acompañarías? Shonikua rio quizá demasiado fuerte. Él conocía la respuesta incluso antes de preguntar. No es que ella odiara la idea de ir a México, ni sentía una especial aversión por el país. Únicamente, viajar a ese lugar no figuraba en su lista de cosas que deseara hacer, mucho menos vivir ahí. Eso no le molestaba a Eduardo, hasta donde ella sabía. —¿Verdad o reto? —Volvió a preguntar. —¡Pero acaba de pasar mi turno! —Tú me preguntaste sí te acompañaría, eso cuenta como mi turno. Compungido, se cruzó de brazos, pero se atrevió a elegir decir una verdad nuevamente. Quizá comerse el gusano le había parecido menos grato de lo que aparentó. —Sí algo me pasara, ¿buscarías a otra esposa? Claro que lo haría, él necesitaba un conyugue para garantizar su permanencia un par de años más en Estados Unidos, hasta que obtuviera la ciudadanía. Sin embargo, no necesitó un segundo para meditarlo. —No. No buscaría a ni una otra.
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