Jonathan Eliza dormía profundamente, su respiración tranquila finalmente parecía darle una tregua después de una noche espantosa. Su fiebre había estado peligrosamente alta, y el malestar general la había dejado casi sin fuerzas. A pesar de mi insistencia, se negó rotundamente a ir al médico. Según ella, no era más que un cuadro gripal, algo que pasaría con descanso y tiempo. Quise discutir, arrastrarla al auto y llevarla para que la revisaran como se debía, pero su determinación, incluso estando débil, me hizo ceder. Había algo en su testarudez que me desarmaba, aunque odiaba verla así: tan adolorida, tan vulnerable. Me apoyé en el marco de la puerta, observándola. Su cabello estaba desordenado sobre la almohada, y su rostro tenía una palidez que me recordaba lo frágil que podía ser.

