LOLO

1087 Words
CAP 7 - LOLO Una gruesa lágrima se desliza por el rostro de Lolo, lento, tomando su tiempo, como para que alguien la viera. Sin destino, una masa informe ocupa la silla de ruedas, cada vez más laxa, cada vez más resignada. Lolo nació así, sin seso. -Nació sin seso, - le dijeron a su madre para que entienda, los médicos de la ruralidad. Sin tener el mapa que guía, sin el motor que piensa. El diagnóstico fue atípico: agenesia cerebral total. Una condición incompatible con el entendimiento, según la ciencia. Pero Lolo reaccionaba a estímulos, reconocía esquemas, preveía gestos. Los doctores lo llamaron ‘fenómeno neurosensorial sin base cortical’. La madre lo llamó milagro. Porque el niño desde siempre, miró, escuchó, comprendió. No hablaba, pero respondía. Parecía no razonar, pero revelaba. Era como si el mundo le hablara directo al alma, sin pasar por los cables del cuerpo. Los médicos aconsejaron que lo mantuvieran en movimiento, que el diagnóstico no podría empeorar si de algún modo, pudiera ejercitarse. Y nada mejor que el agua. Iris, su madre, el cuerpo con una giba que hablaba a las claras del esfuerzo de alzarlo para pasarlo a la silla de ruedas, a su cama, a la mesa. Sin una queja, sin mirar al cielo en busca de respuestas. Aceptando. Lolo fue un hijo no buscado, producto de la borrachera de algún homeless que se cruzó en su camino. Mientras volvía de limpiar alguna propiedad en Ithaca. Ya no importaba. Lolo nació, vive y hay que procurarle atención. Supo de un kinesiólogo que atendía en su casa, con pileta climatizada, y se lo cubría el Seguro Social. Por Lolo pasaba una Traffic adaptada para silla de ruedas y lo devolvía a las dos horas. Era, para Iris, lo mejor que le pasaba en la semana. No para el niño. En realidad, Lolo ya tenía 17 años, y últimamente se mostraba muy rebelde. Parecía entender cuando llegaba la hora de la atención kinesiológica. Y se removía en la silla hasta hacerse mal. Iris lo volvía a acomodar y Lolo se hacía caca. Una vez más había que lavarlo, y dejarlo listo para su sesión en el agua. Era una conducta rara, pues sabía controlar sus esfínteres. Eso lo aprendió solo, cuando hizo falta, como buen sobreviviente que era. Ahora lloraba. Su madre no entendía y tampoco quería entender. Al fin y al cabo, ella también sufría y era su tiempo de paz. Sin obligaciones, sin culpas. Era terrible mirar esa masa informe que babeaba y comía, dormía y gritaba. Le cuesta pensar en que fue capaz de dar a luz a ese hijo. Mientras fue un bebe, mal que mal aprendió a quererlo. Pero fue creciendo y… El señor que conduce la Traffic, lo alza y lo deja en la silla. Viene el kinesiólogo y lo ingresa. Es cuando Lolo se revuelca, y gimotea. Nada puede salvarlo. Richard, su especialista, lo levanta y sin miramientos lo tira al agua. Le grita, ¡Torpe!, mientras con voz lujuriosa, lo amenaza con un buen correctivo, el que Lolo tanto padece. El kinesiólogo lo maltrata con palabras que quizás no sean tan claras para el entendimiento del niño, pero el tono de voz es contundente y mientras trata de salir a la superficie, tragando mucha agua, no quiere que llegue el después, cuando el hombre malo lo abusa, le meto algo duro por detrás, que duele mucho y lo lleva a gritar como un loco, como si eso fuera posible. Como si supiera la diferencia. Mientras le dice que no debería haber nacido, que era un ser malhecho e inservible y que sólo merece eso que le hace pues seguro que le gusta. Los ojos de Lolo, desiguales y desorbitados, se abren y se cierran en un código que ambiciona que alguien descifre y le preste ayuda. En esa boca babeante, aparecen sonidos guturales que requieren de auxilio, y solo agonizan en su boca y en su postura laxa, trémula, como muerta. Nadie entiende el cambio en Lolo, el que maneja la Traffic lo acomoda en el asiento como puede y lo nota distinto. Ya no ríe con esa risa estúpida, como siempre. Iris lo recibe y acomoda a la par de la mesa para darle de comer y le llama la atención su falta de apetito y piensa que debe de haber tragado mucha agua. Todos lo notan, hasta que su mamá ve sus lágrimas novedosas. Jamás ha llorado, ni cuando nació y eso que lo sacaron con fórceps y quedó lastimado. Hernia a la altura de su ombligo y otra en el hombro. Es que ni siquiera supieron cómo sacarlo. Ella los oyó nombrarlo masa informe, antes de perder el conocimiento. Iris fue la que le habló a Mrs Betty de lo distinto que estaba Lolo. Y Betty fue quien se lo narró a Emma, a su manera. Emma no paraba de sollozar. Y con toda la ira del mundo, preparó su nueva misión. A Richard lo conocía como se conocen todos en el paraje The Silent, porque son los que quedan cuando los turistas desaparecen. Nada hacía pensar que semejante alimaña pudiera existir en ese ambo de médico que gustaba lucir. En esa piel blanca, y esos ojos claros, en la sonrisa galante y modales educados. Ella lo estudió en horarios, en entradas y salidas. Era metódico, pragmático, no fue difícil. Gustaba de salir a correr a la nochecita. Cuando el sol se esconde en el horizonte, pintando el cielo de dorados y rojizos. Y aparecía él, en traje de gimnasta esta vez, para guardar con celo las formas, la imagen, lo ruin de su conducta. Emma conocía el bosque y lo interceptó como por casualidad y eso estuvo a su favor de nuevo, la sorpresa. Un buen golpe en el estómago y cuando se encogió por el dolor, uno más en la cabeza. Listo. Por las dudas le asestó otro. Por Lolo, por su bajeza, por otros a los que seguro abusaría, por ella. Que no ha dormido desde que lo supo. Lo enterró lejos del socavón, no sea cosa de que lo hicieran reaparecer… Detrás de una acacia de 3 espinas cavó la fosa que lo contendría. En esos lugares húmedos no necesitaba hacer mucho esfuerzo, la madre tierra parecía siempre querer dale una mano y le resultó sencillo. Como siempre, como cada vez. A lo lejos, muy lejos, en la casa del árbol de 6 pisos, y con binoculares, alguien no perdió de vista un solo movimiento.
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