El general Varis entró con la discreción de un espectro. Como si siempre hubiera estado allí, esperando detrás de la puerta, oyendo sin ser visto. Sus ojos, tan afilados como la espada que colgaba de su cintura, se clavaron primero en Lucas, luego en la figura envuelta en sombras junto a la chimenea. **Y entonces, comprendió.** El rostro de Varis no mostró sorpresa, ni ira, ni siquiera decepción. Solo **resignación**, como un hombre que acaba de confirmar un secreto que ya conocía. Tal vez incluso uno que había estado esperando durante años. —Majestad —murmuró, inclinando la cabeza con respeto. Pero su mirada no se apartó de Aerlana. Lucas no titubeó. —Necesito ropa de sirvienta. De las que usan las chicas de la cocina. Por primera vez, Varis vaciló. No por duda, sino por pre

