El corazón me da un vuelco. Y yo, que nunca pierdo la calma, de repente me veo corriendo como loca. Abro la puerta de golpe. —¡ALEXEI! —grito con todo el pulmón—. ¡Irina se ha desmayado! ¡Por favor, ayuda! No puede ser, ahora voy presa, sí, porque resulta que he matado a la chica por una broma de un sapo que ni existe. No puede ser, todo esto es una tontería, pero una tontería de la que me arrepentiré toda mi vida. Y sí, lo llamé como si fuera un ogro maldito que tenía que venir a rescatar a la damisela en apuros. ¿Ironía? Claro. Porque la damisela no soy yo. Corro al baño. Abro el grifo, busco dónde demonios llevar agua, no encuentro nada. Y ahí lo veo: un jarrón con rosas frescas. No lo pienso. Las arranco de raíz, las tiro al piso como quien quita estorbos, y lleno el tarro de agua

