De un momento a otro le dije que debía ir a la cocina, así que me levante, y salí de la habitación. Caminé hasta la cocina, abrí el refrigerador y saqué una botella de agua. Sentí el frío en mi mano, lo agradecí. Necesitaba despejarme. La destapé y bebí varios tragos largos, como si pudiera ahogar en ellos todo lo que había pasado en las últimas horas. Cuando terminé, dejé escapar una carcajada seca, incrédula. —Qué jodida locura —murmuré para mí mismo. Yo, Alexei, el tipo al que llaman ogro en la oficina, que nunca se permite un error, que vive con la agenda medida al milímetro… ¿Invitando a mi secretaria a una salida? No era yo. Jamás lo habría hecho. Mauricio y yo siempre éramos los que salíamos, los que terminábamos bebiendo, hablando de negocios, mujeres, problemas. Y ahora… ahora

