El caballero da un paso más cerca, y yo casi puedo sentir su perfume, fuerte, elegante, sofocante. Me dice algo más, pero apenas lo escucho porque mi mente grita más alto que su voz. Pienso en Alemania. +++++++++++ Mis ojos se abren por completo, como si me hubieran puesto un reflector de teatro directo en la cara. Lo miro y por un segundo siento que me voy a desmayar, pero después, respiro hondo, me obligo a relajarme y pienso: espera, espera… yo no soy yo, yo soy mi hermana. Es un escudo, un disfraz, una ventaja. ¿Será…? ¿Será otra relación que mi hermana tuvo y yo no tenía idea? Lo único que hago es soltar una respuesta rápida, medio improvisada, medio estúpida: —Creo que me quedaré. Él sonríe, como si esa frase fuera la confirmación de un pacto antiguo. —¿En serio? Ven. Sin espe

