Yo trago grueso. No quiero dar explicaciones. No quiero parecer la víctima, ni la loca, aunque sé que ya tengo medio premio ganado. —Nada. Bueno… sí. Me han pasado muchas calamidades. Mauricio, que nunca sabe quedarse callado, mete la cuchara: —¿Quieren un trago? Yo me quedo quieta. Ni sí, ni no. Un punto muerto en mi vida. Irina asiente rápido. —Sí, vamos. Yo asiento también, sin ganas, solo porque no tengo fuerzas para pelear contra eso. En el camino, Irina me mira otra vez. —¿Te sientes bien? Estás caminando descalza. —Tranquila —le digo con una media sonrisa—. Te puedo confesar que no me afecta. Para nada. Salimos del edificio como si estuviéramos en una película de tres villanos que acaban de asesinar al rey y ahora caminan con sangre en las manos. Bueno, la sangre era la m

