Montserrat se paseaba por toda la casa, todo su cuerpo temblaba de una forma descomunal que no podía comprender. Salió de la habitación guiada por dos ancianas, eran esposas d ellos miembros más antiguos del concejo, ambas primero rociaron su piel y ropa con unos aceites que debían matificar su olor corporal para que los olores de la casa de fuesen impregnando en la tela a medida que ella iba caminando. Era tanta la desesperación que tenía, que incluso las frías y duras ancianas trataron de alentarla y decirle que todo estaba bien, que los lobos podían oler el miedo y no les agradaría que la esposa de su Capo fuese débil y llorona, por lo que debía dejar la desesperación y calmarse. Había pasado todo el día escuchando todo lo que esos animales podían oler con su nariz profunda, miedo, odi

