2. Una ayuda inesperada o el día que conocí a Duke Loundland.

1250 Words
2. Una ayuda inesperada o el día que conocí a Duke Loundland. ¿Cómo es que he llegado a parar en todo esto? Pues… Deja que te cuente. Todo comienza un mes antes. Es un viernes trece a la salida de la última hora en la facultad de bellas artes. Ya vez lo que dicen sobre los viernes trece; que no te embarques ni te cases… bueno, yo no pienso hacer ninguna de esas dos cosas, pero SÍ estoy a punto de conocer al hombre más sexy y ardiente del mundo. Mis bragas se humedecerán en cuánto lo tenga a centímetros de mí, pero en este momento yo no tengo ni la mínima idea de lo que el destino me depara por un simple error mío. Resulta que me he dejado la billetera en casa y si no consigo que alguien me lleve, me toca caminar varios kilómetros hasta la parada del bus, lo que no significa un esfuerzo en un día normal, el problema radica en que ESTE día en especial mis padres me han confiado “El Mondo” la cafetería de la que son propietarios hace veinticinco años, es decir desde que nací. Les pongo en contexto: El Mondo es una cafetería pequeña, si la comparamos con las grandes cadenas de la competencia pero el de mis padres es especial, ya que mantiene un aire agradable y hogareño lo que la hizo que se ganara clientes fieles a lo largo de los años, y por esos clientes asiduos, este día tengo que llegar a tiempo para abrir puntualmente El Mondo. Sé que me entiendes ahora. Bueno, ahora, Minna, una de las chicas más top de la facultad me ha escuchado lamentarme de mi problema y se ve interesada en mí. —Si aún necesitas de alguien que te lleve, puedo hacerlo yo. Minna, es una hermosa rubia, de pelo perfectamente cuidado que le llega hasta la cadera. Tiene algunas pecas que le dan un aire inocente. Sus ojos son verdes esmeraldas. Delgada y refinada, es la envidia y el sueño de muchos que se la quieren coger y se la pasan masturbándose pensando en ella. —Vaya… ¡claro que sí! —le digo casi besándole los pies. Que Minna me haya brindado ayuda es cosa rara ya que nunca se ha visto que ella sea amable con la gente. Es de esa clase de chicas que jamás serán tu amiga porque no perteneces a su estrato social, ¿me entiendes? El día se me ha arreglado. Estoy contenta y aliviada, pero cuando Minna intenta arrancar, el coche no enciende. Le pasa algo. ¡Me quiero morir! No puedo dejarla sola y a la deriva, en medio de la calle, ni salir buscando que otra persona me lleve, eso no se hace, así que doy el día por perdido. ¡Listo! He fallado a mis padres y a los contados clientes fieles que esperan disfrutar de un rico café al estilo Mondo. ¡Me quiero morir! Hasta que Minna saca su celular y se pone a hablar con alguien. —Tranquila —me dice luego de colgar—, ya viene a salvarnos —suelta con una sonrisa perfecta. Me comparte un chicle de cereza y en medio de la baldía calle, las dos comenzamos a darle fuerte al chicle. De la nada se me ocurre preguntarle: —¿Quién vendrá a salvarnos? —Duke —dice sin más explicación. —¿Quién es ese? —tontamente me hago a la idea de que habla de su novio o un amigo suyo. Ella siempre tiene con quien salir. —Es mi hermano mayor. Nada más te digo que tienes que evitarlo todo el tiempo. No pases del saludo con él, a menos que quieras ser su esclava ¿me entendiste? —Minna lo dice tan seria y mirándome a los ojos que es imposible no creerle. Afirmo con la cabeza. Pero… ¿Quién tiene esclavos hoy en día? ¡Seguro y bromea! No le doy más vueltas al asunto. Media hora después, el tal Duke llega en un convertible rojo. —¿Vienen? -Baja a hablarnos. Lleva un par de anteojos de sol oscuros que ocultan sus grandes ojos verdes. Duke tiene un cuerpo escultural, y es imposible pasarlo por alto, me distraigo babeando por él y olvido las palabras de advertencia de Minna. Yo, algo coqueta, le saludo moviendo la mano. —Hola —sale de mi boca y él me corresponde mirándome de pies a cabeza. —Duke. —Bell —le digo mi nombre. —¿Eres nueva? —No. Llevo los últimos tres años en la misma facultad que Minna –digo trabándome la lengua y hablando demás. —¿Por qué no te conozco? —Sus ojos se quedan en mis pechos. Me sonrojo. —No lo sé –respondo bajando la mirada. —No le hagas caso Bell —interrumpe Minna—. Escúchame a mí… no a él. No le hables —me dice con insistencia, y me toma de la cara obligándome a mirarla solo a ella y nada más que a ella, pero enseguida mis ojos se van hacia su hermano, hacia Duke, que a la vez me corresponde. De sus ojos parecen salir chispas, puedo ver esos detalles en las personas. Sé de hermanos que se la pasan peleando todo el tiempo, y considero que puede tratarse de eso, que en realidad no tiene nada que ver conmigo. ¡Pero qué equivocada estaba yo! de haberla escuchado jamás habría pasado todo lo que ha pasado… Luego Minna y yo subimos a su convertible dejando al olvido el otro carro. —¿Dónde tengo que llevar a tu amiga? —pregunta Duke sin mirarme más. Minna espera que yo le diga a ella la dirección. —Sí, al 34 street, por favor. —le digo respondiéndole a ella, evitando mirar a Duke de nuevo. El camino es prácticamente recto, salvo la esquina que tiene que doblar para estacionarse. Una media hora más tarde. —¿Ese no es un distrito peligroso? —pregunta él esta vez, al ver las calles deterioradas y los contenedores de la basura a explotar. —No, ¡qué va! Vivo aquí desde que tengo memoria. Miren. ¡Es aquí! Nos despedimos con Minna hasta el lunes siguiente, ya que no nos veríamos más. Noto que Duke me mira por el retrovisor. Le sonrío porque me gusta, y porque sé que no va a pasar ni puede pasar nada más entre nosotros dos. Cuando al fin abro las puertas de El Mondo y creo que los clientes entrarán en estampida, mi celular comienza a sonar. Es un mensaje de un número desconocido: —¿Quieres que nos veamos más tarde? Como no reconozco y no tengo ese número agendado no sé quién podrá ser. Quiero sonar interesante. —Me gustaría, pero resulta que no sé quién eres —le escribo. —Duke. Oh-no. Mi corazón se acelera. Me voy rápidamente a la parte trasera de la caja, y con la facilidad que me da mi pequeña falda, me toco pensando en él. Recuerdo sus miradas, sus labios gruesos, su perfecta espalda… y de repente mi cuerpo reacciona. Cierro los ojos. Jadeo pensando en él, me acaricio soñando que lo hace él con sus fuertes manos. Me descubro gimiendo fuertemente, al punto de no poderme contener. Los fluidos corren por mis piernas… Quince minutos después, los clientes de siempre comienzan a llegar como cuenta gotas.
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