El dragón no entendió su furia y enojo al presentarse en el castillo donde se estaba quedando el humano al decirle que se marchaba. Tampoco entendió cuando varios soldados y caballeros lo sujetaron de los brazos para que se arrodillara frente a su amigo quien estaba sentado en un trono dorado en el gran salón de audiencias. Vestía con pantalones y una camisa holgada. Era casi medianoche y sólo estaban ellos y unos cuantos caballeros.
- No debiste entrar al castillo...- siseó Dylan con una mirada molesta - Te lo he dicho...
- Necesitaba hablar contigo...No puedo verte...
- ¡Claro que no puedes verme! - le gritó Dylan acercándose a él enojado - ¡Mañana es mi coronación! ¡Me convertiré en emperador!
- ¡¿Qué?!- exclamó levantando la mirada hacia el hombre de pie frente a él.
- ¡Maldito tonto!- le gritó - Deberías haberte quedado afuera y todo hubiese seguido su curso...
- ¿Me usaste? ¿Me usaste para ganar poder ante los otros humanos? ¡Te hablé de lo que había pasado con mi r**a cuando hicieron lo mismo! ¡Te lo dije! ¡Sólo traerá destrucción!
- ¡¿Destrucción?! ¡Tonto! - se burló Dylan - ¿De que destrucción hablas? He unificado los reinos y los he convertido en un imperio poderoso.
- ¡A costa de todos los humanos que mataste y los que murieron en las guerras!
Dylan caminó frente a él de un lado a otro, frustrado.
- Definitivamente eres un tonto ingenuo...Los imperios y el poder no se logran juntando diez monedas de oro. Siempre habrá costos para lograr lo que quieres.
- Los habrá, pero usaste mi poder. No luchaste limpiamente, no de igual a igual....
- ¿Y qué? No vi que te quejaras...
Drage bajo la cabeza avergonzado. Era cierto. Los instintos del dragón adoraban la fuerza y el poder. Claro que arrasar un campo de batalla con su fuego o sus garras era algo que iba a disfrutar...Lo sabía, pero no podía aceptar el haber sido usado por el humano que tenía al frente. De qué servía usar todo ese poder si no era suyo, si no era decidido por él. No se diferenciaba de las marionetas que había visto en los espectáculos callejeros de algunos pueblos que contaban sus historias.
- Detén esto, Dylan...Vuelve a casa conmigo...
- ¿Volver? Estás loco. Allí no era más que un jornal, pobre y sin nada que comer...¿Quieres que vuelva a esa vida? ¿Y tú regresarás a tu cueva para seguir con tu colección?
- Mi vida no era mala en esa cueva. Los humanos y yo estábamos en paz hasta que llegaste.
Dylan hizo una mueca y se rio sacando algo de su espalda. Una daga preciosa con la empuñadura con joyas engarzadas.
- ¿La recuerdas? - le preguntó divertido al ver su expresión de sorpresa - Es tu daga...
- ¿Cómo la tienes? Estaba en mi cámara privada. Es mía...
- Vaya, vaya...- dijo el hombre jugando con ella en su mano - Definitivamente eres un estúpido...Mientras tú estabas aquí como un perro en un canil, mis hombres han ido y venido de tu preciada montaña por años. Tu mismo custodiabas las carretas cuando entraban al reino ¿De dónde crees que salió todo el dinero para mejorar este castillo y el oro para pagar a los soldados todos estos años de guerra?
La expresión de dolor de Drage fue absoluta. El tesoro de un dragón era casi tan valioso para él como su nido, su hogar...una compañera. El dolor de la traición de quien lo conocía más que nadie fue abrumador...Sin hermanos o hermanas, su cueva era lo único que lo hacía permanecer unido al mundo y no perderse en un sueño eterno...
Y ahora no tenía nada...
- ¿Recuerdas lo que me contaste sobre esta daga? - le preguntó burlón - Que eran entregadas al nuevo dragón por su centinela como tributo de sus ancestros y que la hoja era tan fuerte y resistente como tus propias escamas...
El futuro emperador se acercó al joven y pasó la hoja de la daga por su mejilla, su cuello y su pecho hasta que se detuvo en su corazón rasgando la tela de la camisa que llevaba y que usaba cuando se convertía en humano... La marca con forma de tatuaje que indicaba la escama roja en la piel en su forma humana se definió claramente con la luz de las antorchas.
- Vaya, es hermosa - le dijo Dylan acercándose para verla más al detalle - Tu corazón está debajo...
Drage forcejeó tratando de liberarse de los caballeros, pero no quería matarlos si se transformaba, aunque fuera de manera parcial.
- Déjame ir y perdonaré tu vida. No quedarán acuerdos o lazos entre nosotros. Haré como que nunca te vi y morirás a su tiempo como humano...
Si consideraba que los humanos no vivían más de 100 años, cuando despertara de su sueño, Dylan ya estaría muerto.
- ¿Dejarte ir? - repitió el hombre enterrando la punta de la daga en su piel junto a la marca haciéndole apretar los dientes - No me parece. Eres demasiado poderoso y volverás a vengarte cuando veas tu cueva...
- No lo haré...- le dijo estremeciéndose- Lo prometo...Sólo mantente alejado de ella, tú y tus humanos...Si vuelven a molestarme no me detendré y mataré a todo aquel que llegue a esa montaña.
- ¿Y quien me dice que cumplirás tu promesa?
- ¿Crees que perdería el tiempo en un humano como tú o con alguno de los tuyos?- siseó Drage.
- Estuviste quince años siguiéndome como un perro.
- Creí que eras mi amigo...
- Bestia tonta...¿Creíste que un humano podía ser amigo de una abominación como tú? Todos ustedes, aunque tengan todo ese poder, siguen siendo bestias ¿Cómo podrían compararse a los humanos? Hiciste lo que quería...
La hoja se enterró cada vez más profundo y la sangre comenzó a salir de la herida por lo que Drage forcejeó inclinándose hacia adelante para alejarlo de él. En el tumulto de los hombres peleando y los otros tratando de proteger al emperador, Dylan enterró la daga en el pecho del dragón haciéndole gemir de dolor.
El gruñido hizo vibrar los grandes ventanales con lujosos vitrales al tiempo que el dragón extendía sus alas en la espalda para elevarse y dirigirse hacia el gran espacio atravesándolo con el cuerpo en tanto los fragmentos de vidrio caían al suelo con un gran estrépito.
- ¡Majestad! - gritó un caballero ayudándolo a levantarse - ¿Está herido?
- No, estoy bien - le dijo mirando el desastre en el salón - No logró herirme - "Pero yo sí", pensó abriendo la mano izquierda donde la escama de color rojo descansaba en su mano manchada de sangre.
- ¿Quiere que lo sigamos, majestad? - preguntó un caballero cercano.
- No. Está herido y pronto morirá... No durará mucho.
- ¡Si, majestad!- contestaron cuando el hombre se giró para salir del salón.
Mañana se convertiría en emperador del Imperio de Lancea y ya no necesitaba a ese dragón.