Cuando dieron exactamente las doce de la noche, decidió retirarse; pagó lo que consumió y se fue, dejando sus penas flotando en aquella cantina. Decidió coger un atajo para llegar más rápido a su hogar y cuando estuvo a punto de entrar en una callejuela oscura, escuchó que alguien gritaba. Se trataba de una mujer. Caminó deprisa hacia el lugar de donde provenía la voz y al llegar vio a un hombre acuchillando a una mujer. Lo hacía con tanta saña que de inmediato se dio cuenta del odio que había en aquel hombre. Fue testigo de cómo aquella mujer dio su último suspiro de vida, y de cómo el hombre se pegó un tiro a la cabeza cayendo muerto a su lado. Esperó unos minutos para ver si alguien se acercaba, pero nadie lo hizo. Con pasos lentos y seguros se acercó a la escena del crimen: la mujer

