Quinto

3396 Words
Todo pasó tan rápido, que en un rato ambos estábamos en su habitación, me sentía muy incómoda mientras observaba aquella alcoba, pegada a la pared de enfrente, una cama king—size, con cobertores color crema y burdeos, en frente las grandes ventanas con las cortinas corridas, por un lado una mesa de noche, y también un sillón chesterfield de cuero, la habitación era muy elegante y totalmente alfombrada, no había nada personal a simple vista, y todo era un estilo muy minimalista, al igual que el resto de su casa. Al fondo había dos puertas, una seguramente sería el baño y la otra por lo que vi después, era el cuarto de vestir.   —    Puedes cambiarte – dijo mi jefe, saliendo de esta última. —    Ah sí, gracias.   El armario era como del tamaño de mi habitación en el departamento, comencé a curiosear entre sus cosas, todos sus trajes estaban colgados en percheros y abriendo algunos cajones encontré calcetines o ropa interior, tenía demasiados zapatos, en otro armario tenía su ropa informal y en medio de todo, había una mesita de cristal que dejaba ver relojes caros, mancuernillas, carteras de hombre y lentes de diseñador.   Aunque no dejaba de cuestionarme si era adecuado dormir juntos en la misma cama o si realmente lo haríamos, él no me había dicho nada, tal vez tenía algún plan. Agradecí mentalmente la idea de mi jefe al llevar ropa a su departamento, pues ahora podía ponerme algo cómodo y quitarme este vestido, que me empezaba a asfixiar después de traerlo por tanto tiempo, pero el agradecimiento se fue tan pronto como me di cuenta que había confundido los paquetes que debían venir conmigo y los que se debían quedar, el pánico y el horror se apoderó de mí, cuando mis manos sólo pudieron tocar los camisones cortos, el baby doll n***o y un conjunto de lencería. ¿Por qué me pasa esto a mí?   —    Sarah, me daré un baño. Puedes pasar después – dijo mi jefe del otro lado de la puerta. —    Sí…gracias   ¿Qué voy a hacer? Veía las prendas dispuestas en el piso alfombrado y una iba siendo aún más reveladora que la otra, no había otra clase de ropa. Busqué entre las prendas que había comprado, pero con derrota veía que nada, nada servía para dormir, un traje de cashemere para el trabajo que seguro usaría mañana, un vestido largo de gala color n***o, un vestido holgado de día, pero con apliques. ¡Maldición! ¿Por qué no había dejado las playeras? Mientras seguía planeando que hacer, escuché el agua correr en el cuarto de un lado y aquello aceleró mi corazón aún más de lo que ya lo tenía, a unos metros de aquí, estaba mi jefe tomando un baño.   Me fui a sentar en su cama, en mi cabeza ya comenzaba a formar un plan, pediría una de sus playeras y algún pantalón de dormir, en el peor de los casos, tendría que ir con Marianne a pedir algo de su ropa y en el más horrible de los casos, debería usar uno de los camisones de seda y con encaje, que al tacto eran suaves, pero sumamente transparentes.   —    Ya puedes pasar – dijo mi jefe saliendo del baño, me quedé muda, traía un conjunto de pantalones y camisa como pijama, los botones superiores de su camisa de dormir estaban abiertos, por lo que noté parte de su piel y algunos músculos que se le marcaban, el pulso se me aceleró y sentí el corazón golpear violentamente contra mi pecho. —    Gra-gracias – logré articular.   Al pasar por enfrente de mí, con su toalla alrededor del cuello y su cabello mojado, me llegó el aroma de su loción, la aspiré disimuladamente, pues olía demasiado bien.   —    Jefe, tengo un problema – comencé a decirle, tratando de despejar mi mente y concentrándome en lo que le diría. —    ¿Problema? – y me mandó una mirada de irritación, tal como si estuviéramos en la oficina. —    Es sobre mi ropa, señor. —    Dígame. —    Es sólo que confundí los paquetes, no traigo algo adecuado para ponerme más que un… — pausé mis palabras, pues en ese momento advertí que le confiaría lo que me compré con su dinero, lo que compré pensando en que tal vez lo usuaria, igual no con él, pero... —    ¿Un? – su voz me trajo de nuevo a la realidad. —    Sí, un… camisón ligero. —    ¿Ah sí?   Me volteé a verle, noté el advertido sonrojo en su rostro, supe que yo estaría igual o peor y me miré las manos sobre el regazo, tratando de evitar cualquier contacto visual.   —    Puede usarlo – murmuró. —    Señor, no creo que… no es algo que… —    No se preocupe, no dormiré aquí después de todo. —    ¿Cómo? —    Dormiré en el sofá de la sala, puede estar tranquila. —    Oh no, no creo que usted deba… en todo caso yo debería dormir ahí – dije mientras me ponía en pie y me acercaba un poco más a él. —    No se preocupe, el sofá no es tan malo. Métase a bañar, en cuando salga, ya no estaré aquí, ¿De acuerdo? —    Sí, sí, gracias.   Con alivio tomé un baño, eso removió las tensiones y me refrescó, al salir de la habitación no había rastro alguno de él, tal vez le estaba dando muchos problemas o tal vez era este su agradecimiento por salvarlo durante la cena, como fuera lo agradecía, ahora más yo, que él. Me puse aquel camisón sólo con las pantaletas, me metí entre todas las colchas y vi una última vez la hora, eran más de las tres de la mañana cuando concilié el sueño.   El toqueteo de la puerta me despertó, con pereza me reincorporé en la cama, descubriéndome casi por completo.   —    Sarah, ¿Puedo pasar? —    Sí – estaba muy soñolienta, aún no enfocaba muy bien donde estaba, fue tarde cuando reaccioné.   Frente a mí, apareció mi jefe entrando en la habitación, su rostro fue un remolino de emociones, pasó de impresión a nerviosismo, se fue poniendo cada vez más rojo, mientras sus ojos no se alejaban de mis ¿senos? Con horror me abracé el cuerpo, sé que ya era tarde pero igual arrastré las sabanas hacia mi pecho tratando de taparme.   —    ¿Por qué no me dijo que no estaba presentable? – cuestionó con rapidez, volteando hacia otro lado. —    Me acabo de despertar. —    Debió… debió poner seguro a la puerta. —    ¡Sí, bueno, no es mi cuarto después de todo, además, aún ni amanece! ¿Cómo podría estar lista? —    Son las seis y media de la mañana, mi madre se levanta temprano, ¿Está de acuerdo que no podía encontrarme durmiendo en la sala? —    Sí, sí, pero… ¿Qué tanto vio? – pregunté, el nerviosismo se apoderó de mí, pero lo persuadí con la mirada, para que no me mintiera. —    Nada – dijo él, con suavidad, repeliendo mi mirada. —    No mienta, señor, me vio ¿verdad? —    ¿Podemos olvidar este suceso?, no es como si quisiera verla, no es como si… ya sabe. —    Está bien, no pasa nada. Ahora ¿Puede darse la vuelta para que vaya a escoger mi ropa y de ahí al baño? —    Sí, claro – dicho esto, se dio la vuelta y se quedó quieto, mirando hacia abajo.   En una hora ambos estábamos vestidos, mientras yo me maquillaba frente al gran ventanal, él se ponía su corbata y arreglaba sus puños.   —    No me dijo que era tan transparente – aquel comentario hizo que se me pusiera la cara de mil colores y el labial se me cayera de las manos. —    Pensé que no había visto nada – susurré, sin poder aun voltear a verlo, pues no sé si podía con aquellos ojos dorados. —    Sí, bueno… mentí – confesó y salió de la habitación.   Me dejó completamente desorientada y con el corazón desbocado, después de aquellos comentarios llenos de desfachatez no sé cómo él pensaba que podía verlo a los ojos. Esto sólo me pasa a mí.   Al salir de la habitación, agradecí que todos en casa ya estuvieran levantados y que no tuviera que lidiar sola con él. Su madre me dio los buenos días y comentó algo sobre la desgracia de que ambos teníamos que ir a trabajar.   —    En serio, querida, hubiera sido estupendo que te quedaras conmigo y saliéramos para platicar y hacer el shopping. —    Lo siento mucho, Geovanna, pero puede estar segura que en otra ocasión. Por ahora el trabajo es importante para ambos. Claro que sí, querida, lo entiendo, pero alguno de los dos se puede tomar el día libre. —    Lo que pasa es que Arturo no puede vivir sin mí – le dije y sonreí.   Y justo en ese instante, mi jefe salió a nuestro encuentro y me pregunté sí había escuchado mi comentario.   —    Es cierto amor, no puedo vivir sin ti… y en la oficina, tú llevas todo el orden – dijo, sí había escuchado el comentario. —    ¿En serio, querida? ¿Eres la base de mi maravilloso Arturo? —    Sí, madre, ella es la que mueve todo – dijo él, acercándose y rodeándome con su brazo la cintura mientras me atraía cerca de él. —    ¡Ay que lindos se ven juntos, queridos! se complementan el uno al otro, no me quedan dudas – dijo su madre y no pude más que sonrojarme. —    Gracias, mamá. —    ¿Saben que es lo extraño? Que, en toda la noche de ayer, no los vi besarse.   Aquello nos inquietó a ambos, pude sentir la tensión de su brazo rodeándome y vi en los ojos de aquella mujer convertirse en desconfianza total.   —    Hijo… — comenzó su madre en tono serio. —    Mamá, no piense mal… es sólo que estamos muy apenados, además es una muestra de respeto. —    ¿Respeto? Respeto mis narices, soy tu madre, me gusta verlos enamorados, y ¿Bien? —    Geovanna… —    Nada, nada, querida… Seguro que también te mueres de ganas de besar a mi Arturo ¿Verdad? Anda, anda, no te pongas tímida sólo porque yo estoy aquí. —    Pero… —    Está bien, mamá. – la voz de mi jefe accediendo a su petición me dejó helada.   Se volteó a verme, aquellos ojos dorados brillaron intensos y poderosos, trasladé mi mirada de esos ojos a sus labios, él sonrió de lado y yo no pude más que morderme el labio inferior.   —    Arturo – susurré con dificultad, me tenía rodeada con sus brazos. —    Está bien.   Y todo se movió en cámara lenta, primero sentí la respiración de mi jefe en mi rostro, después vi como cerraba sus ojos y lo siguiente eran sus labios cubriendo los míos. Me dio dos besos suaves y lentos, al mismo tiempo que sentía su mano cubriendo mi mejilla y su brazo apretar suavemente mi cintura, por un momento todo a nuestro alrededor había desaparecido.   —    ¡Que hermoso, queridos! No puedo estar más que contenta por ustedes – la voz de su madre nos trajo a la realidad – Sarah, querida, estas tan roja, ven puedes beber un jugo antes de irte al trabajo.   Su madre me separó de él y me condujo a la cocina, no tuve tiempo de verle, pero seguramente estaría más que irritado. Y yo no sabía ni que hacer, ni cómo es que podía seguir en pie. Después de ese beso, creo que algo había cambiado en mí.   De camino al trabajo, nos quedamos totalmente solos en el coche, no podía sacar de mi cabeza el comentario hacía el camisón, pero mucho menos el beso de unos minutos atrás. ¿Estaría molesto?   —    Sarah… — comenzó, mientras se detenía en un semáforo. —    ¿Sí? —    Sarah, lo de hace un momento, tendrás que disculparme. – fue directo e inesperado y eso me impresionó, no creí que fuera a pedirme disculpas. —    No se preocupe, comprendía muy bien la situación, fue necesario. —    Sí, lo fue ¿Verdad? – él no podía verme, mantuvo su mirada fija en el camino – pero no está en el contrato. —    ¿Perdón? – el contrato no tenía especificaciones ante situaciones como esta es verdad, pero ¿Acaso eso importaba? Después de todo, debíamos mantener una relación de lo más normal. —    Sí, estas demostraciones físicas no estaban… creo que fue un error mío, me dejé llevar.   “Me dejé llevar”, ¿Eso quiere decir que mi jefe no estaba en sus cabales en esos momentos? ¿A qué se refería exactamente? Todos estos comentarios me hacían pensar que tal vez, sólo tal vez tenía cierto interés en mí.   —    Pues, si usted desea lo podemos poner en el contrato, a mí… al menos a mí, no me ha molestado – confesé en voz baja mis últimas palabras, sabiendo que él podía malinterpretarlas, pero ya era tarde y no era más que la verdad. —    No será necesario, señorita Fiore, no creo que se repita.   Me di cuenta del cambio en mi nombre, al pronunciarlo, había puesto una gran barrera al poner mi título de nuevo y seguido, mi apellido, la vergüenza no cabía en mí, me sentía muy tonta es obvio que él no lo repetiría, era la realidad.   Llegamos juntos a la empresa, me comentó que debía recordar el papel que interpretaba, que la confidencialidad iba de la mano con ello, en todo caso no habría problema si sólo no contestaba las preguntas o respondiera monosílabos.   Al pasar por el elevador, todas las miradas se dirigieron a nosotros, yo quería esconderme rápido en mi oficina o irme corriendo al baño, pero él no lo permitió, agarró mi mano con decisión y caminamos juntos hasta su oficina, los “Buenos días” hacia ambos no se hicieron esperar.   —    Creo que lo que hizo, sólo alboroto más, señor – dije cuando nos encontramos en privado, él se puso tras su escritorio y me mando una larga mirada. —    ¿Y si deja de trabajar? —    ¿Perdón? —    Sí, con lo que le pagaré podrá mantenerse bien ¿No? —    Mi plan es seguir en el puesto, señor. Creo que no tiene por qué afectar esta “relación” en lo laboral. —    Lo sé, sólo pensé que sería más fácil para usted. —    No se preocupe. Ahora si me permite, iré a trabajar.   Salí de su oficina cerrando la puerta tras de mí, todos voltearon a verme, traté de sonreír de forma tranquila pero mis labios permanecieron cerrados y sólo formulé una mueca.   —     Sarah, Sarah, ¿Qué fue eso? Pensé que mantendrían un perfil bajo – dijo Serena mientras caminábamos juntas hacia mi oficina. —    Sí, bueno, somos una pareja después de todo – contesté. —    Ya, eso nos quedó muy claro a todos, pero… —    ¿Podrías pasarme los pendientes del viernes, Serena? Me pondré a trabajar ahora mismo en ellos – le dije, interrumpiendo sus comentarios. —    Sí, claro.   Me pasé el día entero tratando de poner en orden mi agenda, me había atrasado en mi planificación de la semana y ahora tenía muchas llamadas por hacer, por otro lado, las invitaciones a eventos no se hicieron esperar, los acomodé por orden de prioridad, al final del día sólo tenía que re—agendar las citas y ponerlas durante la semana que empezaba, más tarde pasaría a dejarle un informe a mi jefe. La hora de comida llegó y no me di cuenta hasta que dejé de escuchar los murmullos de afuera, levanté mi mirada topándome con sus ojos dorados.   —    Señor – susurré, y me levanté. —    ¿Tienes mucho trabajo? – preguntó él, asomándose y tratando de ver mi ordenador. —    No mucho. —    Entonces, vamos a comer – dijo y más que petición fue un mandato. —    Claro.   Apagué la pantalla, agarré mi bolso y mi saco, él se acercó a mí para agarrar mi mano, no sé porque lo hacía, no había muchas personas en la empresa en ese momento como para estar fingiendo, nos dirigimos al elevador y cuando las puertas se cerraron me la soltó.   —    No creo que necesitemos hacer esto, señor. Después de todo soy su empleada… —    Usted no cree muchas cosas, señorita. A mi parecer, pienso que proyectamos justo lo que queremos “una relación” por otro lado si estas situaciones no le parecen, puede usted considerar el renunciar. —    No voy a renunciar, si usted desea actuar de esta forma, seguiré su planteamiento. —    Perfecto, no esperaba menos…   Fuimos a almorzar al club que él siempre frecuentaba, nos encontramos con sus múltiples conocidos y a todos me presentó correctamente como su novia, sin embargo, nos volvimos a topar con el director de COSMO, Ernest Bellini.   —    Arturo Rizzo, que placer verte por aquí… creo que eso se debe a tan agradable compañía – dijo, mientras se volteaba a verme y me sonreía. —    Buen día, Bellini – le contestó mi jefe y vi como lo fulminaba con la mirada. —    Sé que estas molesto, Arturo. Pero de haber sabido que era tu novia, créeme que nunca la hubiera molestado, realmente pensé que era una empleada más. Además, no se ve como las mujeres con las que estás acostumbrado a estar. —    ¿Ah no? Y según tú ¿Qué mujeres son de mi costumbre? —    Tú sabes muy bien “qué” mujeres – respondió con ironía, mientras le mandaba un guiño. —    Discúlpame, Ernest, pero no voy a permitirte que hables sandeces enfrente de Sarah, es algo que me incomoda y creo que deberías disculparte. —    No son sandeces, tú y yo sabemos muy bien tu forma de conducirte. ¿Crees que no lo sé lo que sucede entre ustedes? – dijo, gruñendo las últimas palabras. —    No sé de qué estás hablando y si nos permites… —    ¿No sabes? Bueno, Arturo… sólo espero que tu teatrito no se caiga, de enterarse tu madre… —    No tienes derecho alguno de entrometerte en mi vida, ¿Entendido?   Por un momento la tensión se sintió en el aire entre ellos, yo me hacía cada vez más chiquita, la sensación de aquello hizo incomodarme.   —    Por favor, señores, no demos una escena – les dije con tranquilidad y tomando el brazo de mi jefe – Señor Bellini no sé qué tipo de teatro cree que Arturo y yo estamos haciendo, pero espero cuide bien sus palabras de aquí en adelante cuando se refiera a nuestra relación, con su permiso.   Y jalando a mi jefe por el brazo me lo lleve de ahí, creo que estábamos pisando terrenos peligrosos ¿Es que acaso Ernest Bellini nos había descubierto? y de ser así ¿Que tenía que ver la madre de Arturo en todo esto? Sinceramente el no tener respuestas me ponía de nervios.   —    Gracias – dijo, mientras tomaba un sorbo de su jugo. —    No hay de que, señor, pero si usted pudiera comentarme a que se refería el señor Bellini, tal vez yo… —    No creo que usted deba saberlo, señorita Fiore, después de todo son asuntos personales. —    Entiendo. —    Bueno, por otro lado, su mudanza está programada para este fin de semana y en estos días podrá ir a ver su piso. —    ¿En serio? – le sonreí francamente, los planes de mudanza me hacían mucha ilusión, así que olvidé el resto de problemas por un segundo. —    Sí, y el coche también debería estar esta semana, por el momento yo podré seguir llevándola y trayéndole del trabajo. —    Muchas gracias.   Lo que quedo del almuerzo, discutimos las citas de los próximos días y las invitaciones para los eventos que vendrían a partir del jueves.   —    Le diré a mi secretario que no me ponga citas en horas de comida, dado que las pasaré contigo y escoge los eventos, pues también vendrás conmigo. — me ordenó, tal vez la idea de pasar las comidas con él me hizo sentir nerviosa, pero recordando que todo era parte del contrato que teníamos. Muy bien.     
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