Abrí los ojos perezosamente mientras se me escapaba un bostezo. Había descansado maravillosamente. Estaba por levantarme, cuando vi a Jon recostado de brazos cruzados al lado de la ventana, me observaba fijamente.
—Buenos días, Princesa.
Me puse de pie sonriendo.
—Hola, Jon. ¡Qué gusto verlo tan temprano!
El sol se deslizaba por detrás suyo, lo cual hacía lucir su silueta tentadoramente masculina. Lentamente se acercó, al verlo frente a mí, casi me desmayo. Tenía el rostro un poco hinchado, algunos pequeños cortes y un párpado inflamado, el tono debajo del ojo era casi azulado. No pude fingir mi confusión. Al notar mi reacción, mostró una sonrisa amplia.
—Descuide, fue una refriega. Nada de qué preocuparse.
Tragué saliva aún conmocionada.
—¡Dios mío! Jon no parece haber sido algo de poca importancia. Casi le sacan un ojo.
Mostró un gesto muy particular, apretando los labios.
—Estoy bien, Princesa. Me da gusto que haya descansado. Esperaré a que se vista, haremos un viaje hacia Caelum. Creo que usted ya conoce ese lugar…
Asentí con la cabeza. Me sorprendió notar que desapareció ante mis ojos. Moví mis manos en el aire, intentando percibir si tan sólo no podía verlo y seguía allí, pero mis manos tocaban el vacío, de verdad no estaba allí. Sin más corrí a vestirme, cuando estaba por terminar llegaron las muchachas de la servidumbre, quienes se dedicaban a mi servicio. Tuve que agradecerles su ayuda y decirles que ya estaba preparada, además que no iría a comer al comedor.
—Majestad, nos llevaremos la tumbilla, creo que está rota.
Me acerqué sorprendida. Era una de esas cosas que no se rompen tan fácilmente, tenía años de verla en mi habitación. Se usaba para calentar la cama en épocas de mucho frío, era algo rectangular, donde se ponían brazas en su interior.
—¡Qué raro! No recuerdo haberla visto a noche así. Pero está bien, pueden llevársela.
Mostraron un saludo y salieron de la habitación. Me asomé a la ventana, sin saber qué decir o como invocar a Jon.
—¿Lista? —Oí su voz por dentro de la habitación.
Me volví para verlo. Estaba detrás de mí.
—Sí, Jon.
—¿No le teme a las alturas, verdad?
Lo negué con la cabeza. Sonrió ampliamente, extendiéndome su mano. Sin dudar le di la mía. Parpadeé y estábamos en su maravillosa habitación. Asombrada sonreía observando por doquier. El cielo se veía azul con algunos nubarrones, el sol espléndido de un tono dorado, las primeras horas de la mañana. Aún tomada de la mano, me condujo hasta el pretil de mármol. La vista más bella desde el castillo la contenía la habitación oculta del Príncipe Eterno.
—A esta hora, muy pocos transitan esta parte del bosque, nos conviene así.
Veía de reojo la imponente altura a la que estábamos. La habitación de Jon, estaba a espaldas del castillo en una torre trasera. Me di la vuelta sin creer de qué modo estaba allí a su lado. Sentí sus manos fuertes sujetar con delicadeza mi cintura. Mi corazón se aceleró. Creí que por los nervios sentía mis pies despegarse del suelo, pero percibí mi corazón reducirse en mi costado cuando noté que mis manos traspasaban el barandal. Se volvía irreal ante mí. Quería gritar, pero al sentir sus manos sujetarme, trataba de no hacerlo.
Sentí el vació en mi abdomen cuando nos lanzamos desde altura.
—¡JON!
El gritó emergió empañado de horror y aspaviento. Descendíamos a una velocidad incalculable, estábamos a una escasa medición de precipitarnos, apreté los ojos. No pasó nada, al abrirlos, me di cuenta que nos elevamos de nuevo. El viento parecía arrullarnos mientras subíamos.
—Disfrute la vista—Me animó Jon, hablando suavemente.
Respiraba profundamente contemplando el bosque, las copas de los árboles se veían cada vez más lejanos y la vista era preciosa. No podía creer que volaba y textualmente en sus brazos.
El viento ondeaba mi cabello y acariciaba mi piel, una sensación delicada de libertad. Rápidamente, nos alzábamos a una altura que tan sólo puede imaginarse. Mi susto se convirtió en dicha, atravesábamos las nubes. Elevaba las manos maravillada. ¡Podía tocarlas!
Avanzábamos velozmente y después de traspasar varios nubarrones a una distancia prudente, vi un ave grande con plumas doradas y carmesí, sobre ella alguien iba trepado. En un instante estábamos volando lado a lado.
El caballero de cenizos cabellos que montaba el Fénix me sonrió ampliamente. Le devolví la sonrisa, mientras mi corazón rebosaba de dicha. Nadrús batía sus alas con Nigromante sobre sí.
La realidad no es como todos la perciben, algunos pueden tener la dicha de vivir lo que quizá nadie podría entender, todo es cuestión de perspectiva tal como dice Jon.