Un año había pasado desde aquel día, y el jardín, aunque tan familiar, ya no parecía el mismo. La niña, ahora un poco más grande, se encontraba sentada sola al lado de la fuente. El sonido suave del agua parecía calmar su mente, pero no podía evitar que las imágenes de sus pesadillas la invadieran. El cielo estaba gris, casi opresivo, como si el mismo día compartiera su pesar. En su cuello, descansaba el collar en forma de corazón que aquella mujer le había dado en su último encuentro. Aunque sus manos jugueteaban con él, el peso de los recuerdos que traía consigo era más grande.
-No te he vuelto a ver desde ese día... -murmuró, su voz llena de tristeza. Miró al frente, como si esperara que la mujer apareciera de repente, como si todo lo que había vivido fuese un mal sueño. Pero no estaba allí. Y tampoco lo estarías tú. -Te extraño... -continuó, abrazándose las piernas con los brazos, el collar colgando suavemente sobre su pecho. Sus ojos brillaban con la humedad de las lágrimas a punto de caer. No había descanso, las pesadillas la atormentaban noche tras noche. Eran tan vívidas, tan aterradoras, que sentía como si estuviera viviendo otro mundo, uno lleno de sombras y susurros inquietantes. Y no entendía por qué. -¿Por qué no estás aquí para explicarme qué significan esos sueños horribles? -dijo, su voz quebrándose mientras pensaba en los oscuros y extraños mensajes que aquellas visiones le dejaban.
Sus ojos, rodeados por unas profundas ojeras por las noches sin descanso, no podían escapar de las imágenes que la perseguían. Eran como fragmentos rotos de algo que aún no comprendía. Y cada vez que despertaba, el vacío de no tener respuestas se hacía más grande.
De repente, la voz cálida de Jazmín, su madre, irrumpió en la quietud del jardín, llenando el aire con una brisa reconfortante.
-¡Hija! ¡Ven, hice galletas! -gritó Jazmín desde adentro, su tono alegre y lleno de cariño, como siempre. No era la primera vez que intentaba arrancarla de esos pensamientos oscuros que la atormentaban.
La niña levantó la cabeza, y en sus ojos apareció una chispa de alegría, tan fugaz como la luz que atravesaba las nubes. Sin pensarlo dos veces, se levantó rápidamente del banco y corrió hacia la puerta. El collar de corazón que le había dado la mujer aún brillaba débilmente a la luz de la tarde, como un recordatorio de algo que se resistía a desvanecerse.
-¡Voy! -respondió sin dejar de correr, su voz llena de una urgencia que reflejaba su necesidad de refugiarse en lo que conocía. La niña cruzó el jardín con rapidez y llegó hasta la puerta, lanzándose hacia los brazos de su madre con una sonrisa tímida.
Jazmín la abrazó con ternura, como si su abrazo pudiera barrer todas las sombras que la envolvían.
-Te quiero mucho, mamá -susurró la niña, apretándose contra su madre, buscando consuelo en su abrazo.
Jazmín la miró con una sonrisa cálida y se apartó un poco para observar su rostro. Le acarició el cabello, sus dedos pasando suavemente por las hebras, como si quisiera transmitirle todo su amor y protección a través de ese gesto.
-Y yo a ti, hija mía -respondió Jazmín con una sonrisa plena-. Ahora, ven, ven a comer algo. Te hará bien. Y olvídate de esos pensamientos oscuros, ¿vale?
La niña asintió sin decir nada más. Su madre siempre sabía cómo calmarla, cómo devolverle la calma momentánea. Pero a pesar de la calidez de su abrazo, algo seguía pesando en su pecho. La imagen de la mujer, el collar, las pesadillas... algo seguía latente, como un eco lejano que nunca lograba disiparse.
-Voy a ir... -dijo, con una sonrisa pequeña, pero la oscuridad seguía allí, esperándole, como un espectro que no la dejaba en paz.
Mientras se dirigían hacia la mesa, el aroma de las galletas llenaba el aire, pero su mente seguía atrapada entre la realidad y los fantasmas del pasado. Las pesadillas no la soltarían tan fácilmente, y aún sentía que la mujer, aquella que le había dejado el collar, tenía algo más que decirle.
Tres días después, la niña dormía profundamente en su cuarto cuando, de repente, un estruendoso sonido de alarma la despertó, haciendo que su corazón se acelerara. Con un sobresalto, se levantó de un salto de la cama, el miedo atenazando su pecho. No entendía qué ocurría, pero algo le decía que era urgente. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la puerta, empujándola con fuerza y saliendo al exterior. Lo que vio la paralizó por completo.
Sus padres yacían en el suelo, gravemente heridos, al borde de la muerte. El cuerpo de su madre, débil y moribundo, yacía en el suelo mientras su padre, con el rostro contorsionado por el dolor, trataba de arrastrarse hacia la casa, intentando llegar a su hija para protegerla. Ante ellos, un hombre oscuro, de aspecto malévolo, se acercaba lentamente, con la intención de acabar con la vida de su padre.
-¡No! -gritó la niña, el dolor y la desesperación llenando su voz, mientras las lágrimas caían incontrolables de sus ojos. Su corazón se rompió al ver a sus padres en esa condición, pero sin dudarlo, corrió hacia ellos, se puso frente a su padre, defendiendo con su cuerpo lo que quedaba de su familia.
El hombre, al ver a la niña interponerse en su camino, lanzó un grito de furia y se lanzó hacia ella con intenciones asesinas. Pero antes de que pudiera tocarla, la perla del collar de la niña brilló intensamente, liberando una onda de energía azul que empujó al hombre hacia atrás con una fuerza descomunal. La niña cayó de rodillas al suelo, temblando de miedo y lágrimas, incapaz de comprender lo que acababa de suceder.
-Es... esto es como mi sueño... -dijo entre sollozos, tartamudeando por la incredulidad y el miedo. Su mente no podía procesar la escena, sentía que todo era un mal sueño del que no podía despertar. El hombre, sin embargo, no cedió ante el poder del collar, e intentó acercarse nuevamente a ella. Pero no podía, algo lo mantenía alejado, como si una barrera invisible lo rechazara. Finalmente, el hombre, derrotado por el poder del collar, dio un paso atrás, su rostro contorsionado en una mueca de ira.
-Te hallaré, maldita mocosa... -gritó el hombre, sus palabras llenas de rabia. En ese momento, algo extraño sucedió. La piel del hombre comenzó a volverse negra como la obsidian, y sus ojos, antes humanos, se tornaron de un color oscuro e inquietante. -Serás maldita, sola estarás hasta el día de tu juicio final. Jamás podrás reír, jamás podrás dejar el pasado atrás... Te buscaré hasta debajo de las piedras si es preciso. Yo no te mataré, tú sola lo harás, después de vivir tanto en soledad. Todos los que te quieran pronto te odiarán, y si no lo hacen, morirán. Tú lo presidirás, aunque de nada servirá, porque nada lograrás... -Las palabras del hombre resonaron en su mente, y su cuerpo tembló de terror ante la maldición que acababa de recibir.
Justo en ese momento, una sombra oscura emergió a su alrededor. La niña, aterrada, comenzó a sentirse arrastrada hacia el collar, el diamante del que ahora emanaba una luz oscura. Un poder extraño la envolvió, y el cristal del collar pasó a ser de un color n***o profundo, como si absorbiera toda la luz a su alrededor.
El hombre que la maldijo, al ver esto, gritó de dolor, y su aullido llenó el aire con una sensación de terror indescriptible. Sin embargo, la niña, aunque temblando de miedo, comprendió de alguna manera lo que estaba sucediendo. Sabía que, de alguna forma, lo que el hombre había dicho tenía un peso real.
-¡Manada Night Moon, retirada! -ordenó el hombre con voz feroz. En ese momento, una docena de lobos de diferentes colores y tamaños surgieron de entre los árboles, avanzando hacia el bosque. Luego, el semi-demonio dio media vuelta, desapareciendo con ellos en la oscuridad de la noche.
La niña, a duras penas, cayó al suelo, al lado de sus padres, que ya no se movían. Su madre, con los últimos restos de energía, levantó una mano temblorosa y tocó la mejilla de su hija, sonriéndole débilmente a pesar del dolor que sentía.
-No... no te rindas, mi pequeña... -dijo su madre, su voz débil y llena de amor, en su último suspiro.
La niña, completamente desconsolada, se desplomó al lado de los cuerpos sin vida de sus padres. No podía comprender lo que acababa de suceder. Su mente estaba llena de confusión, su corazón destrozado, y el miedo la envolvía completamente. Lloró desconsoladamente, abrazando a sus padres muertos mientras la oscuridad de la noche la rodeaba, la sensación de abandono y terror llenando su ser.