¿QUIÉN ERES, SEBASTIEN?

1556 Words
🦋✨ VALERIE ✨🦋 Cuando regresamos a su departamento, me sentía confundida. No es que no me complacía que le hubiera dado su merecido a Nick: el imbécil se lo merecía. Sin embargo, me causaba un poco de perturbación su actuar. En el poco tiempo que tenía de interactuar con él, había visto a un hombre que a pesar de su carácter tosco, serio y hasta un poco severo, parecía tranquilo y no meterse en problemas. Pero, el que había visto allá afuera, frente a Nick, me pareció un hombre digno de temer, lo cual me generaba muchas dudas. Podría parecer tonto, ya que había dormido a gusto en su cama, había estado inconsciente y vulnerable bajo su poder... y hasta ahora me cuestionaba qué tipo de persona era él y si no estaba en algún tipo de peligro. «Calla, Valerie —me exhorto a mí misma—. El hombre te ha salvado el culo más veces de las que cualquiera lo ha hecho. Agradécele y ya». Sebastien colocó los cascos sobre la mesa del comedor y caminó hacia el refrigerador. Abrió la puerta y sacó una botella de cerveza. La destapó con la otra mano, se la empinó y bebió un sorbo largo. Yo lo miraba en silencio, buscando las palabras para comenzar a hablar y hacerle todas aquellas preguntas que invadían mi cabeza. Soltó la botella, se secó la boca con el dorso de la mano y volteó a verme. —¿Quieres una cerveza? —preguntó. Después de mi infructuosa incursión en el mundo del licor la noche anterior, me negué. Sebastien se rio con diversión y pareció otro hombre. Era la primera vez que lo veía sonreír y no se parecía ni al hombre serio y tosco de la mañana, ni al peligroso que me salvó de Nick. El Sebastien sonriente parecía un hombre cálido, amable y hasta mucho más atractivo de lo que ya era. —¿Te puedo hacer una pregunta? —Su actual semblante carismático me infundió el valor necesario para atreverme a hablar. —Dime. Se alejó del refrigerador, salió de la cocina y se sentó en uno de los sillones de la pequeña sala que constaba simplemente de un sofá marrón oscuro un tanto desteñido, dos sillones de distintos colores, y una mesita chata, sobre la cual descansaba un televisor pequeño, de algunas 40 pulgadas y algunos libros en la parte de abajo. Me hizo una señal para que tomara asiento y lo hice. Me senté en el otro sillón, quedando de frente a él. Carraspeé, aclarando mi garganta y me mordí la parte interna del labio inferior, antes de volver a hablar. —¿Puedo saber quién eres? —solté. —¿Quién soy? —murmuró, arqueando una de sus pobladas cejas oscuras. —Sí. Tú ya sabes casi todo de mí, pero yo sé muy poco sobre ti. —Yo no sé nada de ti, Valerie —refutó con algo de ironía. —¿Cómo que no? Sabes que me fueron infiel y fui humillada. Que no tengo ni familia, ni amigos, ni dinero, ni trabajo, ni un lugar donde vivir. A medida que hablaba e iba enumerando aquellas desgracias, la voz se me iba quebrando por la amenaza del llanto. Se encogió de hombros e hizo una mueca de indiferencia. —Eso me lo contaste borracha. Pero, lo más importante no me lo has dicho. —Mi ceño se frunció—. No me has dicho tu nombre completo, qué edad tienes, a qué te dedicas... Bien puedes ser una loca como ese tal Nick Hamilton y yo te estoy dando acogida en mi casa. Mis pestañas se batieron como las alas de una mariposa y me sentí entre confundida y avergonzada, pues tenía razón. —Este... —Inclinó levemente la cabeza y su ceja se arqueó más, en una indagación—. Soy Valerie Huntley, tengo 26 años, una licenciatura en Administración de Empresas que no me ha servido para absolutamente nada... —¿Por qué piensas que no te ha servido para nada? —replicó. —Pues, porque no tengo trabajo y es bastante seguro que no podré encontrar uno. Al menos no en este país, ya que los Hamilton se encargaran de que así sea. Estrechó un poco los ojos y le dio un ligero trago a su botella de cerveza. —¿Puedo saber por qué te ibas a casar con ese imbécil? Digo, no me pareces el tipo de mujer interesada, que va detrás de una fortuna. —Pues no. No me interesa ni la fortuna, ni la posición, ni el poder de los Hamilton —aseveré con indignación y luego miré al techo—. Nick y yo nos conocimos en la universidad. Yo era la chica estudiosa, ya sabes, la que siempre sacaba buenas notas y hacía todo correcto, porque tenía una beca que cuidar y además, mis padres me habían dado esa educación. Soltó un bufido irónico y enarcó una ceja. —Pintas a tus padres como unas personas perfectas, pero has dicho que te han dado la espalda. —Nunca dije que fueran perfectos. Dije que me habían dado una educación un tanto estricta en la que me exigían tener un tipo de comportamiento. —¿Qué comportamiento? —Pues..., ya sabes: ser una chica buena, sometida a las reglas. Soltó otro bufido irónico. —Entonces, ¿tu comportamiento de anoche, era una forma de rebelarte? —Algo así —hundí los hombros—. Pero no ha salido tan bien. —¿Segura? —Bueno, te conocí gracias a eso. Imagino que es la parte buena. —Dame más crédito. Le esbocé una sonrisa, en acuerdo. —¿Y tú? ¿Quién es mi salvador y cómo es que lograste someter a Nick con solo agarrar su muñeca? Soltó un suspiro hondo y volvió a beber otro trago largo de cerveza. —No me gusta hablar mucho sobre mi vida, ni sobre mi pasado —manifestó cuando soltó la botella—. Sin embargo, vamos a vivir juntos un tiempo y supongo que lo ideal será que sepas quién soy. —¿Vamos a vivir juntos? —¿Tienes un mejor lugar a donde ir? —No. —Bueno. Te dije que te iba a ayudar —ratificó—. Puedes quedarte aquí hasta que arregles las cosas y estés mejor. —Gracias —expresé, muy agradecida—. Te prometo que te pagaré todo, Sebastien. Voy a buscar un trabajo de lo que sea y te pagaré cada centavo de lo que has gastado en mí: la cuenta del bar, la comida, renta... Prometo no ser una molestia. No me interpondré en tu camino. Puedo dormir en el sofá, y te juro que ni siquiera sabrás que estoy cerca. Cuando encuentre un trabajo y gane algo de dinero, ahorraré hasta que tenga lo suficiente para encontrar un lugar propio, lo que no debería llevar mucho tiempo. Volvió a bufar, como si dudara de mis palabras, sin embargo asintió. —De acuerdo —concordó y se bebió el resto de la cerveza. Dejó la botella vacía en el suelo y sus ojos osucros se clavaron en mí, viéndome, sombríos. —Mi nombre es Sebastien Stone —añadió—. Tengo 34 años. No soy millonario, ni poderoso como los Hamilton, pero la razón por la que sé patear traseros y no le temo a jodidas amenazas de niños bonitos como tu ex, es porque soy un ex militar. —¿Ex militar? —repetí. —Sí. Un ex SEAL. —¡Guau! —exclamé sorprendida—. Eso sí no lo esperaba. ¿Y cómo es...? —No te voy a dar más explicaciones de mi vida, Valerie —espetó poniéndose en pie—. Lo siento, pero hablar sobre los SEAL no es algo de mi agrado y tú no serás quien me haga pensar lo contrario. Agarró la botella y fue a la cocina. Deshechó la botella en el basurero y sin verme, volvió a hablar. —Estás en tu casa y puedes tomar lo que quieras. Le pediré a Tara que venga a ayudarte y te lleve de compras. —¿De compras? Se dio la vuelta y me miró. —Si vas a buscar un trabajo, necesitas otro tipo de ropa. No creo que una pijama sea el atuendo indicado. Además, supongo que necesitas otras cosas para tu uso personal. Tara puede usar mis tarjetas y te ayudará a conseguir todo lo que necesites. No te limites, ni te avergüences en comprar todo lo que necesitas. Sin más, se dio la vuelta, tomó su casco y salió del apartamento, dejándome con más dudas que las que antes tenía. Sentí un poco de celos y decepción, pues mi primer pensamiento fue suponer que Tara era su novia, su mujer o algo así. Si tenía acceso a sus tarjetas, tenía que ser esa la razón. Luego me sentí tonta, pues era más que obvio que un hombre guapo como él no iba a estar solo. Esa tal Tara era una mujer afortunada por tener a un hombre sexy, guapo y, pese a su temperamento tosco, amable como él. Suspiré y hundí la espalda en el respaldo. Era una verdadera idiota por haber pensado que podía conseguir una oportunidad con él.
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