SEXY HÉROE

3164 Words
🔥🦸‍♂️SEBASTIEN🦸‍♂️🔥 Le dí una rápida mirada a la mujer sentada al final de la barra, bajando desde su hermoso y angelical rostro, hasta su sensual cuerpo. Cuerpo que muy a pesar de la pijama que vestía podía apreciar perfectamente. Había sido un mujeriego y un pecador durante toda mi vida, y por ende no me era difícil darme cuenta cuando una mujer tenía las curvas en los sitios perfectamente adecuados Sin embargo, la impresionante rubia parecía ser una bebedora ligera que no podía manejar sus copas, porque estaba completamente perdida en el alcohol, después de probar todos los cócteles con nombres sucios que había en el menú del bar Demented Sons, de mi amigo Jameson. Me obligué a alejar mi mirada y mis pensamientos de ella, pues podía ser peligroso para un hombre como yo, al que le fascinaban demasiado las mujeres; sobre todo las mujeres deliciosas como ella. Pero por momentos me resultaba imposible hacerlo y volvía a caer en aquel vicio del cual parecía haberme vuelto preso. Parecía uno de esos deliciosos pastelitos dulces que Tara, mi hermana, preparaba en su pastelería y mis sucios y malvados pensamientos se dirigieron a darle un delicioso mordisco para ver si era tan dulce como parecía, para luego lamer su suave y cremosa piel y profanar esa boca rosa de carnosos y apetecibles labios y a su cuerpo curvado, diseñado para el placer y el pecado. Mi polla se estremeció ante la fantasía que jugaba a través de mi mente. Me sentí tan tentado de acercarme a ella y abordarla para ver si podía tener la ocasión de conseguir algo de acción; algo casual, una noche de mucho sexo salvaje. Más sin embargo, nada de eso iba a pasar, porque si algo no soportaba, era lidiar con borrachas, y, además, me gustaba que las mujeres que iban a mi cama estuvieran en sus cabales, para que al día siguiente se acordaron de todo el placer que les había brindado, no una que no iba a recordar nada o, muy probablemente, iba a quedar inconsciente a mitad de la faena. Y, muy aparte de eso, y todavía más importante, no era mi tipo. Ella se veía como una chica inocente y dulce, que seguramente soñaba con príncipes azules y romance y a mí me gustaba lo salvaje y duro; mujeres sensuales, a las que les gustara el sexo ocasional y perverso, y que no buscaban un hombre para toda la vida y para formar una familia. Le dí el último trago a la botella de cerveza que tenía en mi mano y le pedí otra a Jameson. Mientras este destapaba mi botella, un tipo se le acercó a la sexy rubia y la abordó, tratando de seducirla. Lo conocía de vista. Era uno de esos asquerosos camioneros que visitaban el bar mientras hacían el recorrido hacia su destino. —¿Quieres compañía, sexy muñequita? —le preguntó el asqueroso, posando su mano sobre su hombro y luego bajando por él, en un movimiento bastante insinuante y vil, ya que sabía muy bien que la chica estaba perdida en el alcohol y que no iba a poder defenderse. Ella alzó los ojos y lo observó, con la mirada perdida por los estragos que el alcohol estaba haciendo en su sistema. No sé si se daba cuenta o no de lo que estaba sucediendo, pero se quedó allí, como ida, viéndole, mientras él continuaba rozando su brazo y luego, lentamente, volvió a subir por su hombros y bajó de este, siguiendo la línea del tirante de su pijama, hasta posarse en la curvatura de su prominente, apetitoso y carnoso seno. —¿Quieres otro Royal f**k? —le dijo, empleando un evidente doble sentido—. Yo te puedo dar uno. Jameson Me entregó la cerveza, mientras observaba en dirección al asqueroso y a la chica, con una mirada de desaprobación. Bebí un largo sorbo, para tragarme junto con el delicioso líquido amargo las ganas de ir a atestarle un reverendo puñetazo en la cara para que dejara en paz a esa chica. «No es mi maldito problema —me dije—. Ella es adulta y sabía muy bien en qué problemas podía meterse al venir a sumergirse en el alcohol». —¿Qué dices, cosita rica? —Se cernió sobre ella y le pasó la asquerosa lengua por la oreja, mientras su mano bajó más por su seno—. ¿Te doy ese Royal f**k? No lo pude soportar más y estrellé la botella sobre la barra, causando gran estrépito y que todos voltearan a verme, a excepción del asqueroso y de la chica, a quienes todos voltearon a ver rápido. —¡Aléjate de mí, inmundo animal! —le exigió la chica, dándole una manotada para alejar su atrevida mano de su cuerpo, con un coraje que me sorprendió, a pesar de que se tambaleaba y parecía que en cualquier instante iba a caer de bruces al suelo. El rechazó de la chica causó la rabia de aquel hombre. Le gruñó, mostrándole los dientes en una mueca llena de ferocidad y se abalanzó contra ella, sujetándola del brazo. —¿Qué mierda sucede contigo, putita? ¿Vienes aquí a calentar a los hombres y ahora te la das de digna? —la insultó, zarandeándola al sacudirle el brazo. La chica intentó soltarse, pero le fue difícil, ya que el alcohol estaba haciendo mella en su mente y en su cuerpo. Sin embargo, eso no impidió que le soltara unos cuantos golpes; golpes que no le hacían nada al corpulento gigante, que estaba a punto de irse contra ella para hacerle daño. No habían muchas personas en el bar, porque ya era pasada la madrugada y casi cerraban. Sin embargo, había la suficiente cantidad de hombres para detenerlo, pero nadie hacía nada, excepto yo, que parece tenía la idea de dármelas de súperhéroe. En cuatro zancadas llegué hasta donde ellos y cacé en el aire la muñeca del asqueroso, justo antes de que se estrellara contra el rostro de la chica. —¡Aléjate de esta chica, si no quieres terminar cuatro metros bajo tierra! —amenacé. El tipo, soltó a la chica y esta cayó de culo contra el suelo, golpeándose la espalda contra la barra. —¿Y tú quién mierda eres y por qué te metes en lo que no te importa, semejante hijo de puta? —rugió el hombre, molesto por mi intromisión. Sin embargo, lo machito y valiente se le escapó del sistema cuando volteó a verme y se encontró con mi rostro iracundo y mi mirada asesina. No era de menos. Yo no era ningún pelele y aunque no era tan robusto como él, era lo suficientemente alto —rondando los casi dos metros— y musculoso como para inflingir el suficiente miedo. —Soy quien va a cortarte la v***a y metértela por la boca y por el culo, si sigues fastidiándola. —¡Sebastien, no quiero peleas en mi bar! —Demandó Jameson, llamando nuestra atención—. ¡Y tú —se dirigió al camionero—, lárgate de aquí o haré que te saquen a patadas por estar acosando a una chica que no ha de saber ni cómo se llama! Solté al hombre, pero sin dejar de verlo con ganas de cumplir mi amenaza. Él tragó saliva y me vio con la misma mirada retadora que yo lo miraba. Sin embargo, a regañadientes, obedeció. Le pagó a Jameson lo que había consumido y se largó, pero no sin antes lanzar un comentario ofensivo contra mí, contra la chica y contra el mismo Jameson. Lo chistoso fue que lo lanzó hasta que estuvo en la puerta, listo para huir, porque obviamente, como antes dije, era uno de esos maricas que solamente se hacía el fuerte y valiente contra una mujer indefensa. Ayudé a la chica a ponerse en pie y a sentarse sobre uno de los taburetes que había frente a la barra. —¿Estás bien? —le pregunté. Ignoró mi pregunta y se dirigió a Jameson. —Quiero un Garganta Profunda —hipó. No pude evitar que se me escapara una risa divertida. «Maldita sea». Además del coraje con que se enfrentó al asqueroso, la rubita también tenía una vena traviesa escondida bajo el aspecto inocente que reflejaba la expresión angelical de su rostro y el conjunto dulce del pijama de seda rosa. Me tenía completamente intrigado y me preguntaba, ¿qué la había llevado a ese lado más duro de la ciudad, pues claramente podía notar que ella era una chica fina, que debería de estar bebiendo Cosmopolitans con sus amigas refinadas en alguno de esos clubes pomposos, seguros y refinados que habían en Miami Beach o South Beach, y a los cuales solo iban personas petulantes que se creen la última cerveza helada del desierto. —¿No crees que ya has bebido suficiente? —cuestioné, comportándome como si fuera su padre o como si a mí me debería de importar lo que ella hiciera con su vida. Su mirada se dirigió a mi rostro y luego se deslizó a lo largo de mi cuerpo, mirándome descaradamente. Cuando sus ojos, más verdes que un bosque tropical, volvieron a mi cara, un suave suspiro se escapó de sus sexis labios, sobre los cuales un sensual lunar tentaba a probar aquella boca. —Estás tan caliente —me dijo, relamiéndose los labios, como si estuviera viendo un bocadillo delicioso. Su comentario sin filtrar era un buen indicio de que estaba totalmente intoxicada por el alcohol. Luego, regresó la vista a Jameson y con el ceño fruncido lo apresuró, con la voz entrecortada por el alcohol. —¡Necesito ese Garganta Profunda, ya! Jameson le lanzó una mirada molesta, mientras añadía una cantidad igual de Bailey's al vaso de chupito que contenía media onza de Kahlua. Luego, coronó la bebida con una generosa cantidad de crema batida y le trajo la bebida a la rubia. —¡Esta es la última que te sirvo! —le ladró, con su normal tono áspero y enfadado con el que le hablaba a sus clientes regulares, cuando estos se emborrachaban y comenzaban a darle problemas—. ¡Pagas y te largas a tu casa! —Deberías de llamarle un taxi —le sugerí—. Si esta chica anda en coche, dudo mucho que pueda manejar. —Es una adulta. Supongo que puede llegar sola a su casa —replicó irritado—. Yo no soy un maldito niñero, para estar cuidando de los que no controlan el alcohol. —Pero eres el dueño de un bar y se supone que entre tus obligaciones está el cerciorarte de que tus clientes lleguen con bien... Se inclina sobre la barra, con el ceño fruncido y los ojos tan estrechados que se vuelven dos rendijas. —Si tanto te importa, ocúpate tú mismo de eso. Yo solo quiero que se lo beba, pague su cuenta y se largue. Se dio la vuelta y se alejó, para comenzar a limpiar y a ordenar las copas y botellas del bar, para el cierre. Los últimos clientes comenzaron a ponerse en pie y pagaron sus cuentas, para marcharse. Regresé la vista a la rubita y mi polla volvió a estremecerse dentro de mi pantalón, con la imagen que me encontré. La rubita mojaba la punta de su lengua en la espuma de la crema batida y luego envolvió sus labios en el borde del vaso de chupito, inclinó la cabeza hacia atrás y puso el brebaje en su boca, bebiéndolo a fondo, tal y como su nombre lo indicaba: con una Garganta Profunda. —Oh, no me jodas —murmuré, ligeramente excitado, pues un sensual gemido se le escapó mientras tragaba. Cuando terminó, lamió lentamente los restos de crema batida de la comisura de su boca, con sus pestañas cayendo a media asta. Sus acciones eran tan inocentes y poco prácticas, pero tan jodidamente sexys, que era imposible no excitarse y que los otros hombres que se acercaban a pagar, no se quedarán idiotizados, viéndole. —Creo que necesito otro Garganta Profunda —dijo, señalando el vaso vacío y sonriendo como una niña traviesa y pícara. El gesto me pareció de lo más lindo y sexy a la vez. Mentalmente, agité mi cabeza y alejé semejantes pensamientos de mi cabeza, pues no quería que esa chica me gustara. —Ya tuviste suficiente —dijo Jameson—. ¡Paga tu cuenta, porque es hora de cerrar! La chica refunfuñó por lo bajo, remedando el carácter malhumorado de Jameson y agarró su cartera, para buscar su monedero y pagar. Tambaleándose y como pudo, sacó una tarjeta y se la entregó a Jameson, que ya se había acercado para cancelar la cuenta. De mala gana, Jameson fue hasta la caja y pasó la tarjeta por la máquina. Regresé la vista a ella y me di cuenta de que me estaba viendo el culo con descaro y luego mi entrepierna. Lentamente, se lamió los labios y levantó sus ojos vidriosos hacia los míos. —La mamada que tuve también fue bastante sabrosa —dijo con una risita y un ligero toque de maldad en su voz—. Talvez tú puedes darme otra. «Joder». La condenada me estaba matando con esos comentarios tan subidos de tono y sin filtrar, y las miradas descaradas que me lanzaba. Estaba seguro de que todo lo que decía era producto del alcohol, pero una imagen bastante caliente —mucho más que el sol de verano— me cruzó rápidamente la cabeza: Sus labios suaves, carnosos y rosados, envueltos alrededor de mi v***a, mientras me la chupaba deliciosamente. Mi polla estaba de acuerdo conmigo y quería que aquella idea se volviera realidad. Volví a sacudir mi cabeza en mi mente y aparté aquella imagen de ella, esperando que Jameson se apurara, para que la chica se fuera rápidamente y no tener que verla nunca jamás. Sin embargo, parecía que el destino estaba en mi maldita contra. —¡Esta tarjeta ha sido declinada! —gruñó Jameson, molesto—. ¿Tienes otra o efectivo? —Me gasté el poco efectivo que tenía en pagar el taxi que me trajo hasta acá —declaró la rubita y sacó otra tarjeta de su monedero. Jameson lucía impaciente y yo también lo estaba, por las ideas que a mi mente se le ocurrían con respecto a la chica, así que yo mismo agarré la tarjeta y se la llevé, para hacer más rápido el trámite. Jameson la pasó por la máquina y gruñó. —¿No pasó, verdad? —pregunté preocupado, como si fuera mi propia tarjeta. —No —murmuró molesto—. Eso me pasa por andar vendiéndole tragos a cualquiera. —Tranquilo —susurré—. Alguna explicación debe de haber. Deja y yo lo arreglo. No entendía por qué razón me preocupaba por aquella mujer a la que no conocía, pero extrañamente me sentía responsable por ella, ya que después de lo que había pasado con él camionero, no quería que otra cosa como esa le pasara. Jameson Me entregó las dos tarjetas y fui donde ella. —¿No funcionaron? —preguntó con voz dolida, como si ya supiera qué pasaba. —Ummm, no —respondí—. ¿Tienes otra? Tragó fuerte, como si quisiera ponerse a llorar , y sacudió la cabeza. —Sí, pero seguramente ninguna de ellas funcionará, porque esos malditos deben de haber cortado los fondos, para dejarme completamente en la calle. Mientras procesaba semejante declaración, ella se tambaleó en su silla e instintivamente extendí el brazo y la agarré, para evitar que se cayera. Se agarró de mi antebrazo para inclinarse de regreso a la posición inicial y frunció todo el rostro. —El mundo está comenzando a girar para mí y te ves un poco... borroso —murmuro. Miré su nombre en la tarjeta y luego volví a verla. —Valerie, ¿puedes llamar a alguien para que venga a ayudarte a pagar y a recogerte? —indagué Sus ojos se pusieron llorosos y parecía que lo que le había dicho le causaba dolor. —No —lloriqueó—. Todos me han dado la espalda y me han dejado en la calle. Apoyó el codo en la barra y escondió el rostro entre las manos, para ponerse a llorar. Me pasé una mano por el rostro y escuché la queja de Jameson: —¿Qué pasa, Sebastien? ¿Por qué se ha puesto a llorar y no paga? «Oh, sí. Realmente iba a jugar al maldito héroe». Fui hasta la caja y me acerqué a Jameson. —Pon la cuenta de la chica en la mía —dije. Su entrecejo se frunció y me vio como si estuviera loco —y probablemente sí lo estaba—, pero hizo lo que le estaba pidiendo. —Son $436 —dijo. —¡Mierda! ¿Tanto? —exclamé, incrédulo. —La chica se sobrepasó con los tragos. Ya la vez. Rodé los ojos y saqué el dinero de mi billetera, para pagar. Solamente esperaba que al día siguiente pudiera pagarme y que todo esto, lo de las tarjetas y lo que decía de no tener a nadie y que la habían dejado en la calle, fuera un malentendido o producto de su borrachera. —¿La vas a sacar de aquí? —preguntó Jameson, cuando me entregó el cambio. —Sí, claro —respondí. Me alejé de él y fui donde la chica, que ya se estaba quedando dormida sobre la barra. —Oye, Valerie, es hora de irse. Apenas alzó la vista y volteó a verme. Estaba completamente perdida. Le rodeé los hombros con mi brazo y la ayudé a ponerse en pie. Llevándola casi a rastras, la saqué del bar y tuve que apoyarla contra la pared, para que se mantuviera en pie. —Valerie, ¿puedes llamar a alguien para que venga a traerte? —le pregunté, después de darle una rápida mirada al estacionamiento del bar y cerciorarme de que no habían más coches que mi motocicleta. —No, sexy hombre —respondió, acariciando el borde de mi mandíbula con su mano y raspando mi barba incipiente de una forma bastante provocadora—. Ya te dije que estoy en la calle. Le estuve llamando a mi mejor amiga desde el teléfono del bar, porque dejé mi teléfono olvidado, y ella no me respondió jamás. —¡Carajo! Se rió, entre divertida y pícara, y enroscó sus brazos en mi cuello, para apoyar su cabeza en mi pecho y, por más increíble que parezca, se quedó profundamente dormida al segundo siguiente. —Oh, mierda. Solo esto me faltaba —murmuré. Tal parecía, que iba a tener que hacerme cargo de aquella chica, por andar jugando a ser el héroe que socorre a una indefensa damisela en peligro.
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