🦋✨VALERIE✨🦋
Sentí como si de un momento a otro la cabeza me iba a explotar. La presión, el golpeteo o el más mínimo movimiento, aumentaba el palpitar y la presión contra mi cráneo. Un suave gemido se escapó de mis labios y resonó dentro de mi cabeza antes de que pudiera despegar mis párpados. Volví a entrecerrar mis ojos con fuerza, porque la habitación me parecía demasiado brillante.
Cuando finalmente logré abrirlos, no reconocí lo que me rodeaba y un ligero ataque de pánico me embargó, acelerando mi ritmo cardíaco.
Rápidamente me levanté de la cama y me senté para observar aquel lugar, pero tuve que volver a cerrar los ojos, porque sentí que el mundo comenzó a girar debajo de mí.
Cuando logré recomponerme, los recuerdos nebulosos de la noche anterior se filtraron por mi cerebro y me mortificaron. No solamente había bebido demasiado, sino que también me había atrevido a coquetear escandalosamente con un completo desconocido.
«Oh, sí».
Recordé, aunque vagamente, lo que había hecho y todo lo que le había dicho a ese desconocido. Había perdido completamente la cordura al actuar de semejante forma.
Gemí en voz alta, solamente para ser atrapada por un recuerdo más doloroso: no nada más había sido traicionada por el hombre con el que me iba a casar, sino que también mi propia familia me había traicionado al darme la espalda y abandonarme.
Tragué saliva y me quejé, porque el golpeteo en mi cráneo aumentó en proporciones épicas.
Más recuerdos borrosos de la noche anterior desfilaron por mi cabeza. Recuerdos muy bochornosos y humillantes. Recordé no haber podido pagar la cuenta del bar, haber sido salvada por aquel hombre guapo y sexy de todas las formas posibles. También me había puesto a llorar frente a él, mientras le hablaba de mis problemas personales, como si fuésemos amigos o como si a él le importasen. Recordé ser llevada a trompicones por ese mismo hombre hasta un lugar desconocido.
Volteé a ver a mi alrededor, pues debía ser el mismo lugar en el que me encontraba. Seguramente, el departamento del desconocido.
Llegué a pensar que probablemente había tenido sexo con él; que él se había aprovechado de mi estado de vulnerabilidad, pero luego recordé más cosas bochornosas: vomitaba de forma espectacular, encorvada sobre el retrete y también sobre el suelo de blancas y relucientes baldosas. Luego estaba la ducha, donde mi salvador había intervenido, bañándome como a una niña pequeña que no puede hacerlo por sí sola, ayudándome a limpiarme y a vestirme también.
Mi mortificación total fue completa.
Con cuidado de no sacudir demasiado mi cabeza, me puse de espaldas y me pasé el brazo por los ojos para protegerlos de la luz del día que entraba por la ventana. Definitivamente, necesitaba unos cuantos minutos más para orientarme antes de intentar salir de la cama. Lo que me dio demasiado tiempo para pensar en el comportamiento que había tenido la noche anterior.
Emborracharme, en cualquier ocasión o para ahogar mis penas, no era algo natural en mí. Nunca había sido una chica fiestera, y conocía mis límites en cuanto al alcohol: un cóctel y nada más. Esa noche, había consumido más tragos de licor de los que recordaba, pero todos sabían tan deliciosos, y, además, me resultaba divertido el hecho de que cada trago tenía un nombre sucio. Había sido una forma bastante divertida e inofensiva de burlarme de todas las reglas y normas sociales que los Hamilton e incluso mis padres me habían impuesto durante tanto tiempo.
Me habría encantado ver la cara de escándalo que habría hecho la señora Rose Hamilton si me hubiera visto empinarme un Garganta Profunda como una maldita perra. Definitivamente, le habría dado un ataque de histeria a la fufurufa, porque, según ella, ese no era el comportamiento de una Hamilton.
«Jum y vaya a ver a su hijito, revolcándose con una mucama. ¿Eso no le parece caer muy bajo en su escala de jerarquía social? —Pensé—. Ojalá ese escándalo aparezca por todos los medios, para que le dé ese ataque».
Sin embargo, dejando a un lado lo que había sucedido, mi audaz acto de rebelión había tenido un precio muy alto, porque ahora no tenía dinero, ni trabajo, ni coche, ni un lugar donde vivir. Literalmente no tenía nada.
Los Hamilton tenían una estrecha relación con los banqueros, especialmente con el dueño de los bancos en los que yo tenía todas mis cuentas bancarias. Era un hecho que, en venganza, Charles Hamilton le había pedido a su gran amigo que bloqueara mis cuentas bancarias para acorrarlarme, en un intento descabellado para hacerme regresar y pedirles perdón, al encontrarme sola y abandonada ante el mundo.
Como dije, no tenía nada que realmente me perteneciera. Los Hamilton me lo habían dado casi todo. Trabajo, coche y techo, porque vivía en el lujoso departamento de Nick.
Había aceptado todos y cada uno de los artículos que me habían dado para estar acorde a su mismo estilo de vida sin quejarme, pero con ese estilo de vida llegaron ciertas expectativas que, hasta la noche anterior, había cumplido como una buena y obediente chica.
Yo ya no podía vivir de esa manera. Meter el rabo entre las piernas como un indefenso cachorro y volver a su casa, pidiendo perdón, como si yo hubiera hecho el mal, no era una opción para mí. Además, no quería más de ese estúpido decoro y etiqueta que debía seguir al pie de la letra, cuando ellos no eran más que unos hipócritas, y mucho menos que cada vez que hiciera algo que para ellos estuviera mal me castigaran de esa forma: dejándome en la calle.
Tampoco iba a pedirle ayuda a mis padres. Para mí, estaban tan muertos como los Hamilton, después de las cosas que mi padre había dicho. Que me dieran la espalda y se pusieran de parte de ellos, era algo que no les iba a perdonar jamás.
¿Regresar a mi antigua vida, para recuperarlo todo?
«No, gracias».
Ya había tenido suficiente y ya me había quitado la venda de los ojos. Prefería estar abandonada y debajo de un puente pidiendo limosnas, que continuar rodeada de todas esas víboras traidoras.
Además, quería vivir la vida a mi manera, sin restricciones, y quería tomar mis propias decisiones y errores a lo largo del camino. No me iba a engañar a mí misma al creer que empezar de nuevo y sin nada sería cosa fácil, pero de alguna manera, iba a encontrar la manera de ser independiente y exitosa, sin el apoyo financiero de los Hamilton. Necesitaba encontrarme a mí misma, la mujer que realmente era, sin los confines y restricciones de la gente pudiente. O sin las demandas de mis padres que siempre habían exigido que yo siempre fuera o me comportara de cierta manera, para que ellos pudieran conseguir el estatus social que siempre habían ambicionado.
Pero antes de que pudiera hacer cualquiera de esas cosas, necesitaba sacar mi trasero de la cama y enfrentar el día. Y en especial, al hombre sexy y caliente que había sido mi salvador la noche anterior.
Podría estar mortificada, pero sabía muy bien que sin él y sin su amabilidad, no tenía ni idea de dónde me habría despertado esa mañana o qué me habría pasado en el estado en que me había metido.
Con esfuerzo, me senté en el borde del colchón y esperé unos segundos a que mi cabeza dejara de dar vueltas. Mi estómago mareado gruñó, recordándome que estaba vacío por dentro, y mi boca sabía a...
No, ni siquiera quería pensar en ello.
Al ver las únicas cosas “de valor" que había sacado de la habitación de hotel, en la mesita de noche, me consideré una vez más afortunada de que un tipo decente hubiera venido a rescatarme.
Comprobé la hora, sorprendida al darme cuenta de que eran casi las once de la mañana. Me pasé una mano por el pelo y me estremecí cuando mis dedos se engancharon en las hebras enredadas.
Obviamente, mi sexy salvador no había usado acondicionador cuando me fregó el cabello en la ducha, pero estaba agradecida de que al menos este oliera a limpio y bastante masculino, teniendo en cuenta el hecho de que mi piel tenía restos de un jabón corporal con fragancia a cítricos.
Sintiendo el tirón de una sonrisa por ser tan quisquillosa, cuando debería de agradecer no estar tirada en una acera o en un basurero, tumbada sobre mi propio vómito, me puse de pie con cautela. La camisa de hombre que llevaba puesta encima cayó hasta la mitad de mis muslos, pero fue la caricia del aire fresco en mi sexo desnudo lo que me trajo otro bochornoso recuerdo, de haber sido despojada de mi húmedo sostén y de mis bragas por manos muy grandes, cálidas y capaces. Aquel hombre había sido nada menos que un caballero toda la noche, a pesar de que yo me había destapado desvergonzadamente con él y le había dado todas las señales imaginables de que estaría dispuesta a hacer todo lo que quisiese. Él no se había aprovechado, y no podía estar más que agradecida por ello.
No recordaba haber sido tan coqueta y desvergonzada con un hombre antes, ni siquiera con Nick, pero el alcohol había aflojado mis inhibiciones, y para qué negarlo, mi fuerte atracción por él, ayudada por mi recién descubierta confianza, había reforzado mi coraje y había alentado a mi descarado comportamiento.
«La noche ha terminado, y no tengo más remedio que enfrentarme a él», pensé.
Me dirigí al baño contiguo para asearme y refrescarme. Considerando lo que recordaba que había pasado en esa habitación la noche anterior, me di cuenta de que todo estaba ahora limpio y ordenado. Usé el retrete para vaciar mi vejiga y después de que me lavé las manos, vi un cepillo de dientes nuevo en su embalaje original junto al lavabo.
Agradecida por la consideración de aquel extraño, me cepillé vigorosamente los dientes e hice gárgaras con el enjuague bucal que había en el tocador. Cuando finalmente me miré en el espejo, el reflejo que me miraba fijamente me asustó muchísimo. Era un completo desastre.
Mi pelo rubio, normalmente liso, estaba despeinado y convertido en una maraña que no tenía ni principio, ni fin; muy lejos del estilo suave, liso y sedoso que me gustaba llevar. La piel de mi cara estaba limpia y pálida, excepto por las manchas oscuras alrededor de mis ojos, que evidenciaban la mala noche que había pasado.
Se suponía que ese día era mi gran día: mi boda con el hombre de mis sueños, y debía lucir un rostro fresco y radiante, pero yo estaba lejos de ser la novia perfecta y más lejos aún de casarme.
Tenía unos cuantos artículos de maquillaje en mi bolso, pero no tenía ni idea de dónde estaba este. O mi ropa, aunque encontré mi sostén y mis bragas colgando sobre la barra de la ducha. Estaban secos al tacto, y me los puse, para sentirme mucho mejor y confiada al ir a saludar y a agradecerle al caballero blanco que me había salvado y ayudado.
Con un aliento profundo y fortificante para calmar el repentino revoloteo de mariposas nerviosas en mi estómago, abrí la puerta del dormitorio, que conducía directamente a una pequeña sala de estar y a la cocina anexa. El lugar era increíblemente compacto y escasamente amueblado, y por eso lo encontré con bastante facilidad.
Estaba sentado en una pequeña mesa de comedor con cuatro sillas, era difícil no verlo. No por su tamaño —ya que era alto y bien construido en todas partes— sino por su presencia dominante que me hacía muy consciente de él físicamente.
Me miraba desde el otro lado de la habitación, con una mirada especulativa.
Su cabello era de un rico color marrón chocolate, sus ojos igualmente oscuros e intensos. Por no hablar de lo astuto y perceptivo que era. Incluso desde la distancia, su mirada perspicaz me hizo temblar. Mi piel se erizó, y todo mi cuerpo se enrojeció con el calor, dejándome sin aliento.
Tomé una profunda inhalación de oxígeno muy necesaria, y mis pechos se elevaron bajo la camiseta de algodón que llevaba puesta. Su camiseta. Mis sensibles pezones rasparon el material, provocándome un delicioso cosquilleo.
Incluso a la luz del día, sin la interferencia de ningún licor, noté que mi atracción por él era instantánea e innegable. Emocionante y diferente a todo lo que había sentido o experimentado con cualquier otro hombre, incluso Nick.
Un calor sofocante se instaló en lo profundo de mi vientre, y una repentina necesidad de dolor se enroscó entre mis muslos.
«Oh, sí, mi salvador es un tipo muy sexy y caliente».
El pensamiento era increíblemente fascinante. Tiré distraídamente del dobladillo de la camisa y me mordí el labio inferior.
—Buenos días —susurré, mientras me forzaba a moverme hacia él. Sonreí, sintiéndome de repente tímida porque el hombre me había visto literalmente en mi peor momento.
—Buenos días —murmuró con una voz baja y profunda que era más sexy de lo que recordaba y combinada con la oscura y rugosa melena de su mandíbula cincelada, el hombre era la fantasía pecaminosa hecha realidad para cualquier mujer.
Tenía un toque de chico malo que tentó a la chica buena que había en mí a dar un paseo por el lado salvaje.
No tenía ni idea de qué esperar de él, pero al menos no me echó de inmediato, pues estaba segura de que debía de estar molesto por el mal rato que le había hecho pasar, al tener que cuidar de una extraña y todavía borracha y en condiciones avergonzantes.
🔥🦸🏻♂️SEBASTIEN🦸🏻♂️🔥
A juzgar por la forma en que mi mirada bajó ligeramente por su cuerpo y el casi insignificante apretón que noté en mi mandíbula, también me di cuenta de la respuesta que tuvo mi cuerpo.
Cerré el portátil que tenía abierto sobre la mesa delante de mi y levanté los ojos hacia su cara, tratando de mantener una expresión cuidadosamente compuesta.
—Toma asiento —le pedí e hice un gesto hacia la silla que estaba al otro lado de la mesa.
Cuando ella se instaló en la silla, me levanté y entré en la cocina, dándole la espalda. Llené un vaso con agua, y luego sacudí las pastillas de una botella de analgésicos, antes de dirigirme hacia ella.
—¿Cómo te sientes esta mañana? —pregunté, colocando el agua y el ibuprofeno en la mesa delante de ella.
Mi pregunta era retórica, ya que sabía exactamente lo mucho que debía estar sufriendo por la resaca.
—Mejor que anoche —admitió tímidamente—. Pero mi cabeza palpitante y mi cuerpo adolorido protestan claramente por todas esas bebidas que me he tomado.
Un leve indicio de diversión me movió las comisuras de la boca.
—Sí, definitivamente eres una bebedora ligera —comenté con diversión.
Sus mejillas se tiñeron de rojo y agachó la cabeza, escondiendo su expresión avergonzada, justo antes de que se metiera las cuatro pastillas en la boca y se las tomara junto con la mayor parte del agua que había en el vaso.
—¿Pudo saber por qué razón has bebido de esa forma tan inconsciente, si eres un peso ligero y no puedes manejar tu licor?
No podía ofenderse por mi pregunta, porque era la verdad. De no ser por mí, habría terminado en el baño de aquel bar, siendo tomada a la fuerza por aquel asqueroso motorista y solamente Dios sabía qué otra cosa.
Tomé la taza en la que había estado bebiendo café y regresé a la cocina.
—¿Quieres un café? —Le pregunté mientras rellenaba mi propia taza.
No estaba seguro de que el café le ayudara con su resaca, pero con suerte la cafeína le daría una muy necesitada sacudida de energía para pensar en las tonterías que había hecho la noche anterior.
—Claro. Con crema si la tienes —respondió.
Me moví por la cocina durante unos minutos, hasta que tuve listas las dos tazas de café y algo de comida para ofrecerle.
—Aquí tienes —le dije, colocando la taza de café, junto con un plato con tostadas francesas—. Necesitas algo en tu estómago.
—Gracias... —Sus palabras se quedaron atrás, como si estuviera pensando algo—. Ni siquiera sé tu nombre. Aunque de alguna manera conoces el mío, porque recuerdo haberte escuchado usarlo anoche.
—Es Sebastién. —Me recosté en mi asiento y tomé un trago de mi café humeante.
Hubo una ligera pausa, hasta que ella volvió a hablar.
—Entonces, ¿esta es tu casa?
—Sí —respondí secamente.
No era muy conversador, pero ¿qué esperaba ella? No era como si tuviéramos algún tipo de relación y ya había hecho mucho al ayudarla y dejarla pasar la noche en mi casa y en mi cama.
Ella tomó una de las tostadas y le dio pequeños mordiscos, mientras parecía buscar algo para llenar el incómodo silencio entre ellos.
«¿Qué tan difícil es abordar lo principal? Una disculpa, un gracias...».
Valerie se comió la última tostada mientras yo observaba su rostro y su cuerpo, como lo había hecho la noche anterior y mientras una pregunta rondaba mi cabeza: «¿Qué se
sentiría si la palma de mi mano se deslizara por su cuerpo y mis dedos la tocaran
muy atentamente?».
La seductora imagen que se formó en mi mente me hizo moverme inquietamente en mi asiento, y forcé mis pensamientos a un tema mucho más seguro. Sin embargo, ella se adelantó a actuar.
Aclaró su garganta, lo que causó que cambiara mi atención de las imágenes en mi mente a su cara. Mi mirada oscura se centró en su boca más tiempo del que era cortés o casual, y luego me dirigí a sus ojos.
Parecía haber el suficiente calor en las profundidades que escondían sus muslos y tal parecía que la loca fascinación que
sentía por ella era mutua, pues no dejaba de removerse inquietamente sobre el asiento, de morderse el labio inferior y de contemplar los músculos de mis brazos y de mis pectorales. Yo era muy bueno para mantener mi atracción bajo control y decidí mantenerlo así.
Valerie se lamió distraídamente el labio inferior y habló mientras aún tenía mi atención.
—Sebastién... siento mucho lo de anoche.
Levanté una ceja.
—¿Qué parte?
—Todo. Absolutamente todo, pero sobre todo lo de ponerme mal y que tuvieras que lidiar con que yo me quedara aquí en tu casa porque no tenía otro sitio al que ir.
—¿Adónde vas a ir esta mañana? —indagué.
—Yo... —Guardó silencio y se quedó sopesando su respuesta, como si de verdad estuviera pensando dónde ir.
En mi frente se formó un ceño, y aunque quería evitarlo, porque no era de mi incumbencia, la preocupación apareció.
—¿Valerie, estás en algún tipo de problema? —pregunté directamente—. Anoche dijiste algo sobre el hecho de que unas personas te dejaron en la calle.
No era mi maldito problema, pero considerando todo lo que había hecho por ella hasta ahora, me debía una explicación.
—No estoy en un verdadero problema del todo —respondió—. Se suponía que hoy iba a casarme con el hombre perfecto. —Parpadeé desconcertado, pues esa sí que era una respuesta que no me esperaba—. Pero anoche lo sorprendí teniendo sexo con otra mujer. Una de las mucamas del hotel en el que se iba a llevar a cabo la boda.
—Entiendo —murmuré y era verdad.
Ahora entendía el estado deplorable en el que se había sumergido la noche anterior. Era bastante entendible el que se haya puesto así, después de una traición, sobre todo la traición del hombre al que debía amar.
—No. No lo entiendes del todo —replicó con voz ahogada, como si quisiera ponerse a llorar. Los ojos se le pusieron rojos y el labio le tembló—. No fue solamente el engaño de Nick lo que me puso así. Fue la traición de mi propia familia.
—¿Tu familia?
Desde el otro lado de la mesa, seguí viendo a Valerie luchar con algún tipo de batalla interna, y silenciosamente la dejé ordenar las cosas en su cabeza. Ella me confió su bienestar y cuidado anoche, aunque, en realidad, estaba demasiado borracha para hacer nada excepto dejar que yo hiciera lo que me diera la gana.
Apreté la mandíbula al pensar en lo que podría haberle pasado si alguien que no fuera yo la hubiera encontrado en un estado tan embriagado e indefenso. Aún así, esperaba que ella llegara a la conclusión de que podía
confiar en mí ahora, para asegurarse de que permanecía a salvo.
Después de unos momentos más, exhaló un profundo aliento, se encontró con mi mirada y habló:
—Mi padre quería obligarme a contraer matrimonio con Nick, a pesar de la infidelidad.
—¿Él lo sabía? Quiero decir, ¿tu padre se enteró de que ese tal Nick te fue infiel?
—Por supuesto —respondió con un tono indignado—. Todos, la familia de él y la mía, lo vimos en la cama con ella.
«Mierda. Pobre tipo más imbécil», pensé. Aunque luego me retracté de mi pensamiento, ya que la pobre era Valerie que tuvo que pasar semejante vergüenza frente a todas esas personas.
—¿Y por qué quería obligarte tu padre, si él vio con sus propios ojos lo que estaba pasando?
—Por el asqueroso dinero de los Hamilton.
—¿Los Hamilton? ¿Estás hablando de Los mismos Hamilton de Hamilton Global?
—Esos mismos —musitó, como si le avergonzara admitir que tenía relación con una de las familias más poderosas del Estado y probablemente del país.
—Vaya —fue lo único que pude decir, ante la sorpresa que me invadió.
—Sebastien, siento mucho todas las molestias que te hice pasar. Te prometo que voy a pagarte por todo una vez que pueda conseguir dinero.
Otra duda llenó mi cabeza.
—¿Te referías a ellos anoche, cuando dijiste que te habían dejado en la calle? ¿Ellos te bloquearon las cuentas?
—Imagino que sí. Después de que les dije que no habría boda, prometieron arruinarme y dejarme en la calle para amedrentarme y acorrarlarme contra la pared. Ya sabes...
—Así no tendrías más opciones.
—Exacto. Pero están locos si piensan que regresaré a ser una cuernuda. —Alzó la barbilla en un gesto de coraje y valentía, lo que me agradó más de lo que debería.
—¿Y cómo vas a hacer si tú familia te dio la espalda? —No entendía por qué razón le estaba dando tanta importancia al asunto. No debería de importarme lo que va a hacer.
—Tengo una amiga, Samantha. Ha sido mi mejor amiga desde siempre y sé que puedo confiar en ella. Ella me prestará el dinero para pagarte lo que te debo del bar.
—No te preocupes.
—Claro que sí. Hiciste demasiado y lo menos que puedo hacer, es pagarte tu dinero. Y cuando tenga más, espero invitarte algunas cervezas en ese bar.
Su ofrecimiento me causó risa y no pude evitar bromear.
—Mientras no vuelvas a beber hasta perder la conciencia.
—Lo prometo —dijo.
Se puso en pie, levantó el plato, la taza y el vaso, y los llevó al fregadero. Mis ojos viajaron hasta su trasero apenas tapado por mi enorme camiseta que le quedaba como un vestido muy corto.
Mientras lavaba los trastes, contemplé sus piernas largas y torneadas y tuve que forzarme a alejar mi vista de ellas, antes de que mis pensamientos volaran.
—Oye, Sebastien —dijo de repente, llamando mi atención. Ya había terminado de lavar los trastes y caminaba de regreso a la mesa—. ¿Puedo abusar un poco de tu confianza?
—Dime, ¿qué necesitas?
—¿Puedes prestarme más dinero para coger un taxi e ir a la casa de mi amiga?
Ladeé una sonrisa y en vez de prestarle el dinero, me ofrecí a hacer algo más grande.
—Puedo llevarte yo mismo, ¿si gustas?
No entendía qué diablos pasaba conmigo, que me interesaba demasiado el bienestar de esa chica.
Sonrió y asintió.
—Supongo que quieres asegurarte de que de verdad te pague tu dinero.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza, pero asentí, para que de verdad pensara que era esa la razón y para mí mismo hacerme a la idea de que era esa la única razón.
🦋✨VALERIE✨🦋
—Espérame aquí un momento —le dije cuando se estacionó a un lado de la acera, al otro lado de la calle en la que estaba el edificio donde Samantha vivía—. Mi amiga vive allá arriba. Iré a traer el dinero y lo traeré para ti.
—De acuerdo —dijo, quitándose el casco de la cabeza.
Se veía verdaderamente sexy encima de esa enorme moto y con su chaqueta de cuero n***o. Era el tipo de chico malo que cualquier chica buena quisiera que la corrompa.
Con la imagen de su cautivadora sonrisa en mi mente, me di la vuelta, crucé la calle corriendo y entré al edificio sin anunciarme, porque ya me conocían.
Subí al ascensor y llegué al quinto piso. Una vez que las puertas se abrieron, salí y caminé hasta la puerta. Tenía llave, así que la abrí, entré y lo primero que pensé es que Samantha no estaba allí, pero el sonido de unas voces provenientes de la habitación llamó mi atención y afiné el oído para escuchar lo que decían, porque reconocí la voz de Nick, hablando.
Avancé hasta la puerta. Esta estaba entreabierta y entonces pude escuchar claramente lo que Samantha le decía:
—Entonces, cariño, ¿si ya no vas a casarte con la estúpida de Valerie, no crees que es momento de que me des mi lugar? Llevamos cuatro años juntos y acepté que la hayas elegido a ella por encima de mí. También acepto que tengas tus romances con otras. Sabes muy bien que no soy celosa y que lo único que quiero...
—Es mi posición —la interrumpió Nick.