El día había sido espectacular: una buena cocinada, un bañito en el mar, risas, recuerdos… todo estaba sobre la mesa. Grillo se sentía muy agradecido por poder compartir eso, y por la normalidad. Nadie había hecho preguntas que lo hicieran sentir como el centro del universo: era uno más.
Alguien bueno, parte de la familia, de los amigos.
—¿Qué tal si nos vamos a bailar? —comenta Verónica, quien está sentada entre Grillo y Tamara.
—Hoy no, tenemos que ser buenas hijas.
—¿Qué tal una película, con el proyector?
—¡La princesa y el vago! —grita Verónica, y Grillo se ríe porque hace cinco segundos quería irse.
—No, tú elegiste la última vez —responde Lucía, y su mamá rueda los ojos.
—Por Dios, por Dios, algo que no sea de Disney —pide Franco—. Ustedes no opinan.
Patrick se ríe y niega con la cabeza antes de comentar que, si él no le lleva la contraria a su mujer, ellos no tienen derecho alguno de siquiera pensar en llevarle la contraria a sus hijas. Alma asiente y los felicita.
—Yo creo que todos deberían poner el nombre de su película favorita aquí, hacemos una ruletita y hoy vemos lo que salga al azar.
Todos aceptan: las chicas primero para la suerte, luego su padre y los chicos. La ruleta gira, y salen Los cuatro fantásticos uno y dos. Tamara se proclama como ganadora. Verónica observa que su película está tres veces, su mamá le da un abrazo y un beso y le promete que la verán luego, las dos juntas.
—Hija, ni me veas, yo estoy harto de La dama y el vagabundo, La princesa y el sapo y Blanca Nieves y los siete enanitos. —Todos ven a Franco y se ríen. Verónica mira a Fabio y él sonríe: se sabe la película tan bien como ella, pero conoce a Vero; si la lleva a ver otra cosa, se queda dormida.
—Qué buena idea esa, iniciar una serie juntos —comenta Alma.
—Gracias —responde Grillo—. Soy de ideas brillantes.
—¡Buenísimo! Como palomitas artesanales, frescas.
—Vamos a comprar mantequilla y maíz.
—Hay mantequilla, Grillo.
—No, las palomitas artesanales que comemos en casa tienen extra mantequilla.
—¿Tú las haces? —pregunta Tamara, y Grillo se le queda viendo serio—. Te quedan espectaculares.
—Soy buenísimo con las palomitas, es mi superpoder. —Los dos se ríen y preguntan si alguien ocupa algo más. Verónica y Fabio deciden acompañarlos, para que Lucía tenga un momento de terapia con su mamá y su papá. Grillo y Tamara iban orejeando la conversación de Franco y Verónica.
—¿Por qué todos están tan obsesionados con casarse?
—Porque vamos a bodas mínimo un fin de semana al mes, es lo que esperan de nosotros.
—Yo no creo en el matrimonio.
—¿Desde cuándo, Franco?
—Mi mamá es la tercera esposa de mi papá, tengo otros hermanos, tu hermana es la segunda esposa de tu cuñado… Es raro, el matrimonio daña las cosas.
—No me vengas con eso porque sabes, todo el mundo sabe que quiero casarme y tener bebés. Franco, ¿qué crees que he estado esperando? ¿A que vuelvas por el mundo o te crezcan alas?
—No te enojes tanto, solo estoy diciendo que podríamos tener una confirmación del amor.
—No.
—Escúchame.
—Replantéate la mierda que tienes en la cabeza y la crisis que estás pasando, porque voy a dejarte clara una cosa: yo no voy a renunciar a mis sueños ni a mis beneficios por mucho que te ame.
—No es muy invitador esto de que no valgo la pena.
—Yo me acuerdo que antes de empezar conmigo saliste con dos de mis amigas, así que, si tú no lo tienes claro, si siempre voy a ser el plan C de tu vida, déjame ir.
—No voy a pedirte matrimonio porque tus papás o mis papás dicen, porque tú vas a decir que no vale tampoco. Compré un anillo que no te puedo dar porque todos tienen una opinión.
—¿Y en dónde lo tienes? ¿En casa de tu amante? Porque ya revisé toda nuestra casa y no está.
—Lo tuyo es serio… qué amante. Lo tengo en mi maleta de viaje, por eso no te dejo tocarla y sé que estás buscándolo, psicópata.
—Ja… ¿qué corte es?
—Princesa —responde.
—Ah, como el de Linda.
—Sí, es el anillo de mi bisabuela. Ya sabes, con historia familiar y para toda la vida, con algunos cambios para que te guste bien.
Verónica le cubre la boca.
—No me digas más, ya. Los dos lo tenemos claro.
Tamara se ríe y Grillo niega con la cabeza.
—La gente se compromete en mis conciertos, pero esta es la primera vez que alguien se compromete en mi auto.
—No estamos comprometidos —asegura Verónica—, pero mañana voy a hacerme las uñas solo por si quieres aprovechar.
—No es cuando tú digas, es cuando yo diga. —Verónica rodó los ojos, negó con la cabeza, se bajó del auto y dio saltos con su hermana.
—¡Me voy a casar, me voy a casar! —canturrea, y Grillo se ríe—. Estás invitado, ¿quieres tocar mientras hago la marcha nupcial?
Franco se enoja un poco con ella por arruinar su momento, pero le da un beso, la llena de besos y los dos ríen.
—No me imagino una vida sin ti —responde—. Y tienes amigas carentes de sentido del humor. —Ella rueda los ojos y le da un beso. Tamara sigue hacia el súper con Grillo, y van a comprar todo lo que necesitan mientras su hermana sigue preguntando sobre colores de uñas que digan me caso. Los tres tratan de convencerla de no decir nada a sus padres cuando regresen, porque en teoría no se lo han pedido, pero Verónica no les dice nada; solo grita mientras se lo cuenta a Lucy y Patrick, quienes ven a Franco confundidos.
Alma y Franco ven a su yerno, a su hija y de nuevo a su yerno.
—No ha sido una pedida oficial, ha sido una discusión sobre pedírselo.
—Pídemelo, pídemelo antes del lunes, ¿sí? —dice Verónica, y su mamá se ríe.
—Tomemos champán, de precelebración.
—No me va a saber igual sin el anillo.
—Mujer, no vas a abrir una botella cara por una persona que está comprometida en su cabeza.
—Sí, la verdad que no —responde Alma.
—Ni me has pedido permiso —le dice Franco.
—Quería…
—No. Yo no soy ella.
—Esta mañana querías dejarle —le recuerda Lucía.
—Le quiero dejar todos los días desde que le conocí.
Grillo y Tamara se van a preparar toneladas de mantequilla. Ella le ve con atención, toma una foto con su celular y ve el mensaje de Igor.
Igor: Tamara? Tamara. Lo siento, han pasado cosas, mi mamá tiene un altar para que mi hermana se case y le dé un nieto, y me ha dado un pase por el fin de semana. Mi hermana se peleó con su novio en el carro y se autocomprometió, pero estoy segura de que le contará una historia diferente a sus nietos. Está loca. Yo, obvio, le fui bien.
Tamara: Vale, yo también he llegado bien.
Tamara: ¿A dónde? Tu vuelo fue tan rápido.
Igor: He venido a verte, porque me preocupé.
Tamara: ¿Estás bromeando?
Él le manda una foto del hotel.
Tamara: Wow. No tenías que trabajar.
Igor: Sí, pero no contestabas, y entonces pensé en venir a verte, y me traje mi reunión de negocios así. Mis socios y mi hermano están aquí. Espero poder verte en la mañana, quizá desayunar juntos.
Tamara: Almorcemos, tengo negocios que atender mañana con mi familia. Pero me alegra mucho que estés ahí.
—Viene el caramelo —comenta Grillo.
Y ella presta su atención, al igual que Lucy y Alma. Las dos están encantadas con la receta y planean hacerlo. Tamara pretende que Grillo lo haga por la eternidad. Todos disfrutando de la película, las palomitas, la compañía. Patrick, quien ha madrugado para conducir, es el primero en caer rendido. Los recién comprometidos han estado bebiendo a escondidas para celebrar algo que no está hecho, y Alma manda a todos a dormir. Grillo no parece cansado y Tamara tampoco. Se despide de sus papás para quedarse fuera, y Alma les da un beso a ambos en la frente.
—Cada uno en su habitación —refuerza las normas, y los dos asienten tranquilamente.
Grillo pone su playlist favorita, y Tamara sonríe antes de volver a acomodarse a su lado. Él la cobija y le acaricia el hombro. Tamara le pregunta por qué está tan serio, y él se encoge de hombros antes de comentarle su tema de la terapia, sus padres, tenía tanto de no pensar en ellos y ahora viene al paraíso marital y paternal: Alma y Franco son lo que ya casi no se ve, un matrimonio de 39 años, sin apariencias, infidelidades o drama, solo amor y buen trato. Tres hijas trabajadoras e independientes.
—Algo bueno tiene que tener.
—Mi papá me llevaba a caminar todos los días antes del cole. Me encantaba, me relajaba.
—¿Y tu mamá?
—Me acariciaba siempre el pelo y parecía sorprendida.
—¿Sorprendida?
—No sé, para ella era como una aventura —responde.
Tamara le peina el cabello y los dos comparten una mirada. Grillo se ve triste, roto.
—¿Cómo fue? —pregunta Tamara—. ¿Cuando te dejaron?
—No sé, fue un día raro. Ellos estaban discutiendo, se veían preocupados. Me sacaron antes de práctica de taekwondo. Mi papá conducía a toda prisa, veía mucho los retrovisores. Mi mamá iba atrás conmigo, llorando, me tenía abrazado mientras lloraba desconsolada y le rogaba a mi papá que por favor me llevaran, que no hicieran eso. Mi papá estaba furioso, decía que no había otra salida. Cuando estaba llenando los papeles me dijo que era lo mejor para mí, incluso si no lo entendía hoy o nunca. —Tamara se limpia las lágrimas, contagiada de tristeza y dolor. Él le quita una lágrima de los ojos, y sonríe con dolor en la mirada—. Me dejaron.
Tamara le abraza con todas sus fuerzas. Grillo le abraza de vuelta.
—No estoy llorando porque sienta lástima por ti, estoy llorando porque creo que no entiendes lo que pasó.
—Dime qué pasó, según tú.
—Tu mamá y tu papá tenían que irse, no te abandonaron. Algo iba mal, y lo más rápido para asegurar que a tu abuelo le dieran la custodia era eso. Tu mamá no quería dejarte.
—Pero me dejó, Tamara.
—Lo hizo, pero no quería.
—Me dejó. Todos se cansan y me dejan.
Ella le abraza con más fuerza y Grillo llora entre sus brazos. Tenía años sin llorar al respecto. Había hecho las paces con el desinterés de sus padres, con su falta de amor y de ganas. Había hecho las paces con el dolor del abandono, pero se sentía con miedo y dolor: era a que Tamara le dejara, a que ella le soltara. La joven le limpió las lágrimas con la cobija, le dijo que estaba sonando su canción favorita. Él sonrió y se limpió el rostro. Tamara se puso en pie y le dio la mano. Grillo la siguió, bailó con ella despacio, mientras sonaba la canción en la que el cantante solo buscaba un lugar feliz: ¿a dónde vamos?, ¿por qué no hablamos? Hablemos del lugar en el que solo nosotros sepamos.
Los labios de Grillo rozan la mejilla de Tamara. Ella le acaricia la espalda y lo ve a los ojos. Los dos se quedan mirándose hasta que la canción acaba. Grillo ve a Tamara y ella a él.
Tamara se queda donde está y Grillo intenta alejarse.
Los dos saben que no está bien.
Sus corazones laten con fuerza.
A ella le cuesta respirar.
—¿Estoy interpretando mal... las señales...?
—¿Qué estamos...
Las luces del jardín y de la casa se encendieron al mismo tiempo que al alarma de la casa, los dos saltaron y se separaron, vieron ahcia el interior y se encontraron con Verónica asustada cerca de la caja de control del sistema de seguridad.
Su madre baja furiosa, su cuñado viene detrás de ella listo para afrontaer a un atacante. Alma ve a su hija del medio y entiende que no están en riesgo inminente de muerte.
Al menos solo Verónica estaba en riesgo.