POV Atlas Baxter
Me remuevo con pesadez sobre la cama en cuanto escucho el inconfundible chirrido de la puerta abriéndose y el golpeteo firme de unos tacones resonando en la habitación. Cada paso, un recordatorio de que ya no estoy en Claymore, de que el olor a heno y cuero fue reemplazado por cemento, aire acondicionado y lujo.
―Ya es de día, Atlas. Tienes que alistarte para tu primer día como ejecutivo de Baxter Company ―anuncia mi madre con ese tono de entusiasmo forzado que siempre usa cuando intenta aparentar que todo es perfecto. Entra como un torbellino de perfumes caros y energía maternal, disipando con su sola presencia cualquier rastro de la calma que todavía intento mantener pegada a la piel.
Gruño como respuesta en cuanto activa las malditas cortinas automáticas. Estas se despliegan con un zumbido silencioso, dejando que la luz del sol irrumpa en mis párpados cerrados con una violencia innecesaria. Abro los ojos entrecerrándolos, el resplandor me obliga a adaptarme, y lo primero que veo es un grupo de personas entrando con percheros llenos de trajes que claramente no escogí. Telas costosas, zapatos brillantes, corbatas de seda…Todo dispuesto para convertirme en lo que no soy: un empresario.
―Madre. ―Mi voz es tajante, llena de advertencias que no necesito explicar. Ella solo sonríe más. Siempre tan impecable, con sus perlas brillando como si fueran parte de su piel, y sus diamantes reflejando la luz con descaro.
―Mi querido Atlas, ven aquí. ―Se acerca y me envuelve en un abrazo apretado, pegándome una serie de besos en la cara como cuando era niño, como si pudiera convencerme de ser feliz a fuerza de nostalgia.
Me alborota el cabello con ternura, y chasquea la lengua al verlo.
―Hace falta un corte ―murmura, desaprobando.
―No, eso sí que no ―gruño con un deje de amenaza.
―Pero ya no eres un cantante rebelde.
―Tampoco soy un empresario. Nunca lo seré. Esto solo lo acepté por mi abuelo…aún no sé si cumpliré con su petición ―respondo con honestidad, sintiendo de nuevo esa presión sofocante en el pecho. “Una esposa y un heredero”, eso dijo. Tres malditos meses. ¿Cómo carajos voy a lograr eso?
Me quito las sábanas de encima con un manotazo cansado y camino hacia el baño, sin dignarme a ver a los asistentes que esperan con cintas métricas y catálogos.
―Que ni se les ocurra interrumpirme ―espeto, y cierro la puerta del baño de un portazo, dejando afuera el caos.
Apoyo la espalda en la puerta, dejo escapar el aire de golpe.
―Mierda ―murmuro, hundiendo los dedos en mi cabello revuelto.
Abro la ducha esperando que el agua arrastre la ansiedad. Que me devuelva algo de mí mismo, aunque sea una migaja.
**
Estoy en el tercer traje. Me toman medidas, me giran como a un maniquí, mientras mi madre se deshace en suspiros entusiasmados, revisando cada combinación de corbata como si se tratara de una boda real. Como si esta versión de mí fuera su gran obra maestra. Ella cree que por fin su hijo sentará cabeza, seguirá el legado de su difunto padre. Yo solo quiero largarme.
―Esto no será para siempre. Yo tengo un hogar en Claymore, personas a las que les pago para que cuiden el rancho y mis caballos ―digo de pronto, tomando sus manos entre las mías, intentando hacerle entender.
Ella levanta la mirada. Sus dulces ojos, tan distintos a los míos, me observan con cariño genuino.
―No sé cómo te gusta estar en ese lugar…caballos, vacas, estiércol y tierra ―hace un gesto de asco tan teatral que me hace soltar una risa baja―. Aunque…todo eso es mejor que la angustia que viví cuando estuviste en la guerra.
Ese comentario me atraviesa como un proyectil. Los recuerdos me golpean sin piedad. El olor a pólvora quemada, los gritos desgarradores, la sangre caliente sobre mis manos…Parpadeo con fuerza, me obligo a no hundirme. Me niego a revivirlo.
Me acerco a ella, le sostengo el rostro con ambas manos y beso su frente.
―Maddy Baxter, como siempre tan espectacular ―le digo, y ella sonríe con ese orgullo que no sabe ocultar.
―Soy una “diva”, así me decía tu padre…Dios, cómo le extraño ―suspira, y ese suspiro lleva consigo una nostalgia que me desarma.
Mi mirada se desliza al espejo. El reflejo que me devuelve ya no es el de Zeus Potter, el cantante rebelde que se subía a escenarios, que vivía en canciones, que sanaba heridas con melodías. Ahora soy otro. Uno que dejó de escribir, de componer, de vivir realmente.
―Tu padre amaba tus canciones…Estaba tan orgulloso del artista en que te habías convertido. ¿Por qué no sigues haciendo música? ¿Qué sucedió con Zeus Potter? ―pregunta de pronto.
Trago saliva, aclaro la garganta.
―Se fue de vacaciones ―respondo con un intento de sarcasmo.
―¿Seis años de vacaciones? ―cuestiona, alzando una ceja―. Hijo, tienes que vivir. Es lo que tu padre hubiera querido. La vida pasa muy rápido. Mira lo de tu abuelo…
Su voz se rompe y me giro hacia ella.
―No hablemos de cosas tristes, o arruinaré mi primer día en la empresa ―le propongo, y ella asiente, volviendo a centrarse en mi corbata.
―Esta es perfecta ―susurra, acariciando mis solapas con ternura―. Te ves tan guapo así. Pero no te atrevas a colocarte unas botas vaqueras sucias con este traje ―Me amenaza con el dedo.
Niego con la cabeza, conteniendo una sonrisa. Me miro de nuevo en el espejo. Arrugo el ceño. Ya no soy yo…pero debo hacerlo. No puedo fallarle a nadie, sobre todo a él. A mi abuelo.
**
Camino por los pasillos del edificio con paso lento, mientras Julieta Benz me da un recorrido como si esto fuera nuevo para mí. Pero lo conozco de memoria. De niño, solía correr por aquí, escondiéndome entre escritorios, jugando mientras mi padre trabajaba en la junta directiva y mi madre desfilaba en pasarelas o posaba para la revista Luxe.
―Genial. Tendremos la primera reunión con los departamentos ―anuncia Julieta con una energía casi contagiosa. La sigo sin discutir―. Te presentaremos.
―¿Y mi abuelo? ―pregunto incómodo. Me incomoda su ausencia. Me incomoda todo.
―Vendrá más tarde, está…haciéndose unos exámenes ―responde sin dar detalles.
Frunzo el ceño.
―De verdad no sé qué se hace en una reunión como esta ―confieso, adelantándome unos pasos, intentando frenar el temblor en mis manos.
―No lo arruinarás. Tu abuelo me dejó indicaciones…y cito lo que dijo: “si no sirve para esto, oblígalo a traer de vuelta a Zeus Potter. Pero no volverá al rancho huyendo de las responsabilidades como siempre” ―dice con una sonrisa provocadora, y sigue caminando.
Agradecería más una guitarra. Que me pusieran bajo el foco y me pidieran cantar. Eso lo podría soportar. Pero esto…esto no.
Entramos a una gran sala de juntas, con una mesa larga al centro, rodeada de sillas ejecutivas. Pantallas empotradas cubren las paredes y el aire acondicionado está tan fuerte que apenas y siento las palmas húmedas. Me siento donde Julieta me indica, intentando disimular los nervios. Uno a uno, los ejecutivos comienzan a entrar. Siento sus miradas clavarse en mí como agujas, reconociéndome, juzgándome, preguntándose si estoy aquí por méritos o por apellido. Me aflojo ligeramente la corbata y respiro hondo.
Entonces, aparece un grupo de mujeres, todas vestidas con elegancia, probablemente del departamento de moda o relaciones públicas. Entre ellas está Sofía Greidy, quien al verme de traje se detiene por un segundo con una expresión de sorpresa. La única vez que me vio así fue en el funeral de mi padre. Trago saliva.
Pero es entonces cuando la veo a ella.
Mi cuerpo entero se tensa al instante. Es como si el mundo dejara de girar por un segundo. Su cabello rubio cae como cascada dorada sobre los hombros, y lleva un vestido celeste que resalta la palidez de su piel y el azul de sus ojos. Es imposible no reconocerla. Mirabella.
Mi pecho se contrae con fuerza, y por un instante olvido dónde estoy, qué hago aquí y por qué me siento tan malditamente atrapado. No sé si es la indignación por verla de nuevo frente a mí, como si el pasado viniera a escupirme en la cara, o la atracción que todavía me provoca. ¿Qué demonios hace aquí? ¿Vino a buscar otra forma de conseguir dinero? ¿A denunciarme? ¿A vengarse? Mis puños se cierran lentamente sobre la mesa.
Porque verla aquí, tan tranquila, tan jodidamente hermosa, me hace perder el control.
Las dudas me inundan de golpe, y entonces sus ojos se posan en los míos. Hay sorpresa en su mirada. ¿Demasiada? O tal vez simplemente es una buena actriz. Porque después de lo de ayer, no logro explicarme su presencia aquí.
―Bien, empecemos ―anuncia Julieta, con voz firme―. Quiero que le den la bienvenida a Atlas Baxter. Estará reemplazando en las reuniones al señor Ulises Baxter. Esta vez solo se hablará de la revista Luxe, porque hemos tenido bajas significativas en su plataforma digital y necesitamos innovaciones.
El departamento de marketing toma la palabra, pero no escucho ni una sola palabra. Toda mi atención está clavada en la chica al frente. Intento no mirar su escote con todas mis fuerzas, lo juro. Pero es inevitable…tiene dos grandes razones que compiten con todo lo demás en la sala. Parezco un maldito sujeto que no ha estado cerca de una mujer hermosa en siglos. Vamos, Atlas, quita tu mirada de allí. Contrólate.
―¿Te parece bien? ―pregunta Julieta, y pestañeo, girando el rostro como si me hubieran atrapado robando.
Me acomodo en la silla y carraspeo.
―Si a ti te parece bien…
Ella sonríe, encantada.
―Me parece una gran propuesta, si me lo preguntas.
―Entonces…sí, pienso lo mismo ―respondo sin tener idea de qué propuesta estamos hablando.
―Perfecto. ¿Cuándo podrían tomarte las fotos? Pactaré con la editora para que te hagan la entrevista de “El regreso de Zeus Potter”.
Mis ojos se abren de par en par.
―¿Qué? ―escupo.
―Pasemos al departamento de moda, quienes se encargarán de las fotografías. ¿Podrían diseñarle algo que sea perfecto para nuestra estrella de country? ―continúa Julieta, como si no hubiera escuchado mi tono.
―Espera…¿qué carajo? ―murmuro, desconcertado.
―Solo será un artículo. Es una excelente idea para impulsar la revista, y que estés en la portada…enloquecerá al público.
Sofía interviene con una sonrisa encantadora.
―Tengo dos nuevas asistentes y diseñadoras. Harán unos bocetos, y el que elija el señor Baxter será el que usaremos para las fotografías. Si le parece bien, también nos encargaremos de la sesión.
¿Esto es una trampa? ¿Una jodida emboscada?
Vuelvo la mirada hacia Mirabella. Está anotando algo en su libreta, tranquila, como si nada de esto la afectara. ¿Ella será una de esas diseñadoras? Si pudo conseguir un puesto como ese… ¿por qué el bolso envejecido? ¿Por qué no tenía dinero? Hay tantas contradicciones en ella que me desconciertan. Me confunden. Me joden.
La reunión finalmente termina. Me levanto, espero a que la sala se vacíe un poco y me acerco a Mirabella, justo cuando está por salir. Sostengo su brazo. Ella se gira con el ceño fruncido, desconfiada.
―Señor Baxter ―dice con esa voz que, sin razón lógica, calienta mi nuca.
―¿Eres la asistente de moda? ―pregunto, la voz ronca. Ella asiente.
―¿Sucede algo, Atlas? ―interviene Sofía, acercándose junto a otra chica de cabello oscuro que se detiene a mirar.
―Ella me hará unas preguntas para el diseño ―respondo, recordando cuando hacía esto con la misma soltura.
―Señor, soy Lily Fox y también…
―Primero ella. Tú lo harás más tarde. Dennos un momento, por favor ―interrumpo sin filtro.
Sofía lanza una mirada rápida a Mirabella y, tras un gesto sutil, ambas se alejan, dejándonos a solas. Ella se mueve inquieta, cabizbaja, evitando mirarme a los ojos.
―¿Qué haces aquí? ¿Vienes a sonsacarme dinero? ¿A amenazarme? ―le espeto sin rodeos―. Lo de ayer no fue un accidente, y no fue mi culpa.
Soy un idiota. Lo sé. Pero no sé cómo ser diferente con ella. Me desarma, me desordena.
Finalmente me mira. Y lo que veo no es dulzura. Es fuego.
Doy un paso atrás, como si esperara otra bofetada.
―Con todo el respeto, señor Baxter, sus insultos se los puede meter por la raja ―espeta, marcando cada sílaba con rabia―. Estoy aquí de forma digna, en un puesto por el cual debo destacar y esforzarme. Porque ayer celebraba que, al fin, tendría algo seguro…y resulta que no. Así que, si me disculpa, tengo cosas mejores que hacer que escucharle decir tonterías.
Me deja helado. Pero no ha terminado. Se gira, como para marcharse, pero se detiene. Da media vuelta y me señala con el índice, con esa fuerza que sólo dan la dignidad y el coraje.
―Ni mi hija de seis años se comporta así. Y si piensa despedirme, que sea porque fallé en mi trabajo, no por su ego. Que tenga buen día.
Se da la vuelta y se marcha como si nada. Como si no me hubiera dejado clavado al piso, sin poder articular palabra. ¿Qué carajo?
Me dejo caer en la silla con un resoplido. Estoy perplejo. No por lo que dijo, sino por cómo lo dijo. Por lo jodidamente linda que se veía mientras me decía que me metiera las palabras por la “raja”.
**
POV Mirabella Winter
Refunfuño entre dientes mientras recojo las muestras de tela. ¿Pero quién se cree ese idiota? ¿Cómo se atreve a seguir insultándome? No lo abofeteé de nuevo solo porque ahora resulta que es mi jefe. ¿En serio, Dios? ¿Soy tu guerrera favorita o qué? Porque últimamente me estás mandando unas pruebas que ni el más fiel de tus soldados podría pasar sin volverse loco.
Lanzo un suspiro al techo, rogando por un poco de paz mental. Porque sí…puedo perder este trabajo solo por haberle tirado el café encima, por haberlo golpeado, e insultado…más de una vez. Bien ahí, Mirabella, vas de maravilla en tu primer día.
―¿Todo está bien, Mirabella? ―pregunta Sofía, mi jefa, sacándome de mi espiral mental.
Enderezo la espalda con rapidez, trago saliva y sonrío como si todo estuviera bajo control. La sonrisa más falsa del universo, pero eficaz.
―Sí, claro. Perfectamente.
―Genial, porque esta será la primera tarea de ambas. El diseño que elija el señor Baxter tendrá mayores posibilidades de definir quién se queda con el puesto ―anuncia, y mis ojos se abren como platos.
¿Perdón? ¿Cómo que el diseño definirá el puesto? ¡Y yo ni siquiera le pregunté qué demonios quiere!
Mi mente da vueltas. No sé sus medidas, sus gustos, sus colores favoritos, ni si prefiere cuero o lino. Tampoco creo que quiera volver a darme una entrevista…no después de que lo comparé con una niña. Bravo, Mirabella. Impecable estrategia profesional.
―Iré a hablar con él ―anuncia Lily con esa sonrisa suya de loba en cacería, sosteniendo su Tablet. Me lanza una mirada con una ceja arqueada y se va como si ya hubiera ganado.
Cubro mi rostro con las manos. Voy a tener que desvelarme investigando todo lo que encuentre sobre él en Internet. Por favor que alguna entrevista antigua me salve…
―Ordena estas muestras ―Me indica Sofía.
Asiento en automático y me pongo a trabajar, aunque mi cabeza esté a mil por hora.
―¿Atlas y tú se conocen de algún lugar? ―pregunta de pronto.
La miro, completamente descolocada.
―¿Qué? No, no… ―digo, negando incluso con la cabeza.
―Creía ver algo allí ―murmura con una sonrisa críptica que me deja más nerviosa de lo que ya estaba.
En eso, alguien entra.
―Sofía, la modelo no vendrá. Tiene indigestión.
Me giro y me encuentro con un hombre de piel morena, calvo, con gafas extravagantes y estilo llamativo. Lo reconozco de inmediato.
―¿Es para Savage, la marca de lencería? ―pregunta Sofía.
―Sí, y necesitamos que hayas seleccionado las prendas para mañana. Con las medidas de las modelos―responde―. ¿Quién es esta hermosa rubia? ―pregunta él, mirándome de arriba abajo sin una pizca de sutileza.
―Es una de mis asistentes, Mirabella Winter.
Le tiendo la mano con una sonrisa.
―Un placer. ¿Eres el gran fotógrafo Thomas David Chen? ―pregunto, un poco emocionada. Soy fan de su trabajo desde que tengo uso de razón, y también de sus espectáculos como “Pamela Anderson”.
―Dime “Tommy”, cariño. ―Me guiña un ojo y noto el rímel rosa en sus pestañas.
Le sonrío, fascinada.
―¿Qué talla eres? ―pregunta de pronto, caminando a mi alrededor como si fuera un maniquí.
―¿Yo?
―Tommy, ella no es…
―Que se pruebe la lencería y me envíe fotos. Ahora también debo hacer el trabajo del departamento de moda ―murmura él, ya alejándose sin dar tiempo a réplicas.
―Sofía, yo no soy modelo. No tengo el cuerpo para esto ―susurro con las mejillas encendidas.
Ella me da unas cajas que me hacen trastabillar.
―Te enviaré el número al que vas a enviar las fotos. Puedes cambiarte en el cuarto de moda.
Asiento, tragando saliva. ¿Y si me niego? ¿Y si me despiden?
Me dirijo al cuarto donde guardan las prendas de diseñador. Las más exclusivas, las de moda emergente…y quizás, un día, los míos. Bajo las cajas y tiemblo mientras abro la primera, sacando un pedazo mínimo de encaje n***o. ¿Esto es legal?
Recibo el número de “Tommy” y lo agendo mientras suspiro. Empiezo a desvestirme, temblando por dentro. Me pongo la primera pieza, y como si el universo quisiera añadirle más drama a mi día, suena mi celular. Número desconocido.
Desconocido: Lo siento, fui un idiota. Me merecía otra abofeteada.
Mi corazón se acelera. ¿El señor Baxter? ¿Atlas?
Yo: Disculpas aceptadas.
Lanzo el celular sobre una de las cajas mientras intento batallar con los broches del sujetador. Miro mi reflejo. No está tan mal…Solo un poco apretado en el pecho. Me tomo una foto. Otro mensaje, pero ahora lo he agendado.
Jefe Malvado: ¿Segura que me has disculpado? ¿O fue para salir del paso? No me enviaste ningún emoji, y los de tu edad envían emojis.
¿Está bromeando?
Yo: Estoy ocupada. Pero sí, le he disculpado, señor Baxter.
Jefe Malvado: Otra vez, sin emojis. Tienes todo el derecho de estar molesta. No me digas “señor Baxter”. Solo “Atlas”.
Me muerdo el labio. ¿Qué está haciendo? ¿No debería estar con Lily ahora? Me pongo el otro conjunto y tomo otra foto.
Yo: No puedo llamarle así, es mi jefe. Y no, no estoy molesta.
Mi mente da vueltas con su comportamiento, es un sujeto muy extraño y lo peor de todo es que es muy guapo. Recibo unas llamadas de mi padre y cuelgo, una tras otras, estresándome. Sé que espera que done más sangre porque mi madrastra se ha estado sintiendo débil. Pero, ¡¿Y yo?! Casi muero ayer si él no hubiese detenido el auto a tiempo.
La vergüenza me invade, y yo soy la que se debería de disculpar por cómo me he comportado por toda la presión sobre mis hombros. En medio de mis maniobras para cambiarme, colgar las llamadas de mi padre y pensar en enviarle un mensaje disculpándome a Atlas, le envío las fotos a Tommy y dejo el celular boca abajo para cambiarme a los últimos conjuntos que se ven más complicados que los anteriores. Resoplo, ignorando la llamada, tragándome las lágrimas. Estoy agotada, presionada, herida…y ahora también medio desnuda mientras me mensajeo con mi jefe malvado y bipolar que parece tener una crisis existencial. Me concentro en no llorar. No ahora, no cuando estoy tan cerca de algo real, algo mío.
―Todo sea por este puesto ―murmuro con la cabeza en alto.
Y también…por sobrevivir a Lily Fox y a un jefe que me hace sentir cosas que no tengo tiempo para sentir.
**
POV Atlas Baxter
Escucho a la mujer de cabello oscuro y ojos claros—la que se apellida como un zorro y habla como si estuviera diseñando para una película de ciencia ficción—mientras sigue mostrándome ideas que no tienen absolutamente nada que ver con lo que quiero. Me habla sobre un diseño innovador, futurista, con púas, luces y no sé cuántas cosas más…y solo puedo pensar en lo mucho que detesto estar sentado en esta sala, fingiendo que quiero estar aquí.
―Todo debe mantenerse clásico ―murmuro, cortante, sin apartar la vista de la pantalla de mi celular.
Estoy más concentrado en el último mensaje que me respondió Mirabella. Frío. Cortante. Sin un solo maldito emoji. ¿Qué tan difícil es poner un corazón, una carita feliz, un simple guiño? Lo que sea. Algo que no suene a que me está hablando como si fuera un profesor de universidad. Demonios…hasta me escribió “señor Baxter”. Qué formalidad tan innecesaria.
Soy yo el que debería escribir como viejo anticuado, no ella.
―Señor Baxter, ¿qué prefiere? ¿Flecos o púas? ―pregunta la mujer, con su tableta lista para apuntar.
Levanto la mirada, molesto por la interrupción a mis cavilaciones.
―Flecos ―respondo seco, soltando un resoplido que intenta disfrazar la incomodidad creciente que me hierve bajo la piel.
Ella asiente y se dedica a escribir, probablemente convencida de que está colaborando con alguien que realmente sabe lo que hace. Pero no soy un jefe. No soy diseñador. Ni siquiera estoy aquí porque quiero.
Estoy aquí porque mi abuelo me tiene acorralado. Y justo entonces, suena una notificación en mi celular. El nombre “Mirabella” aparece en la pantalla, y algo dentro de mí se endereza como un resorte. ¿No estaba ocupada? Dijo que lo estaba.
Entonces mi cuerpo entero se tensa. Suelto el celular por un segundo, como si me hubiera quemado.
Sus labios entreabiertos. Ese conjunto de encaje. Su piel suave contrastando con el n***o de la lencería. El ángulo frente al espejo. El leve rubor en sus mejillas. Jodido infierno. Mi corazón no solo late…golpea. Y lo hace justo en mi entrepierna. Una descarga eléctrica me recorre de los muslos al cuello, y tengo que cruzar las piernas bajo la mesa, disimuladamente, porque el calor que me invade no es nada profesional. Nada.
Acaricio mi barba con la mano y me obligo a cerrar la foto, pero la imagen ya está tatuada en mi mente. Una parte de mí quiere preguntarle por qué me la envió. Otra parte, la más primitiva, quiere más. Pero, ¡¿qué carajo está pasando?!
Ella dijo que estaba ocupada. Que no podía llamarme Atlas. Que yo era su jefe. Pero me envía eso…¿fue accidental? ¿O fue intencional? ¿Estaba jugando conmigo o simplemente no sabía que había cometido un error?
―¿Señor Baxter? ¿Le muestro la propuesta con púas ahora?
Me incorporo de golpe.
―No. No quiero púas ―digo con la voz rasposa, seca.
Me levanto del asiento como si el oxígeno se hubiera vuelto escaso en esa oficina. Camino hacia la ventana, tratando de bajar la temperatura de mi cuerpo, mientras mis pensamientos se arremolinan como un tornado. Maldita sea, Mirabella.
No puedo sacar esa imagen de mi cabeza…y eso me va a meter en muchos problemas. Muchos.