Cassie seguía sorprendiéndome, y por ello estaba muy satisfecho. Ella había ensillado su caballo y alistado a la yegua antes de que pudiese poner la manta sobre el lomo de mi nervioso animal. En ese punto me apartó fuera del camino rápidamente y cumplió con la tarea ella misma en la mitad del tiempo que habría necesitado. Los dos caballos la seguían dócilmente fuera del granero, como si fuesen mascotas entrenadas en lugar de enormes bestias. Ella había llenado las bolsas de la montura con algunas pertenencias, metió el rifle que había estado sobre la puerta de la cocina y luego montó su yegua y me miró desde arriba como una reina sentada en un trono. Incluso ahora miraba sus movimientos, intentando imitar el suave deslizamiento de su cuerpo en la montura. Y mi Cassie no rebotaba o se resba

