Mis manos temblorosas evidencian los nervios que últimamente me invaden, pero... ¿Cómo podría estar bien con todo lo que está sucediendo?.
La enfermedad de mi padre avanza cada vez más rápido y no puedo hacer nada más para detenerla.
Marco dice que puso a su disposición a los mejores especialistas y eso es algo que sí le puedo conceder. Si hay algo en lo que fue diligente todos estos años es en el cumplimiento de su promesa. Puedo afirmar que a mis padres nunca les faltó nada en lo económico gracias a su querido y perfecto yerno.
—Marco— se me escapa su nombre de la boca — ¿Por qué tenías que volverte tan cruel?.
A veces intento recordar aquellos primeros momentos cuando nos conocimos. Su sonrisa me había parecido la más hermosa del mundo y su rostro el de un ángel tallado a mano. Era tan caballeroso e inteligente... aún lo es, muy inteligente.
Aprieto la mano en forma de puño porque siempre que el pasado se hace presente, una horrible punzada hace doler mi corazón, como si lo dejase en carne viva.
Solo deseaba una vida tranquila, una profesión que me apasionara, un marido al cual admirar y dos niños corriendo por todos lados.
Dos... porque yo sabía muy bien lo que era ser hija única y no poder compartir con nadie los juegos y las charlas.
Crecí en una enorme habitación solitaria, llena de juguetes lujosos que no tenía con quien compartir o disfrutar; juguetes que jamás fueron de mi interés, pero que iban acorde a la imagen de niña perfecta que mis padres habían creado.
Es hasta el día de hoy que odio el color rosa, tan insípido y monótono. No, yo no podía ser la hija perfecta, sin embargo lo intentaba, por ellos, porque los amaba con todo mi corazón. Y me dolía mucho no cumplir con sus expectativas, no ser la muñeca obediente y silenciosa que tanto les hubiese gustado.
Tal vez por eso la vida se burló tan cruelmente de mí impidiéndome tener hijos.
Tal vez por eso el destino se encargó de ir robando uno a uno todos mis sueños.
Porque no, tampoco pude estudiar lo que tanto amaba, ni tener un marido al que admirar con todo mi ser.
Y mi realidad terminó por ser un cuento de ficción donde todos portamos la máscara que mejor nos queda; es necesario si queremos sobrevivir en esta eterna competencia social.
Donde el poder y las pertenencias determinan el valor y el estatus de un hombre.
Pertenencia... eso es lo que soy para Marco, o al menos lo que me hace sentir.
Una esposa para exhibir como un trofeo en sus círculos sociales, una que acompaña a la perfección su imagen de hombre poderoso y viril.
—Señora— me asalta la voz de Karla, nuestra empleada— ¿Se encuentra bien?
—Si— respondo con una enorme sonrisa. Fingir se había vuelto un mal hábito— Estaba pensando en el regreso del Señor.
Carla hace un leve gesto, sabe que a Marco no le gusta que le diga así, piensa que es una más de mis provocaciones para sacarlo de quicio.
— Ya tenemos todo listo, no tiene de qué preocuparse. Los arreglos del salón están hechos con sus flores favoritas— sonríe tratando de alegrarme.
Me sorprendo por su comentario, no creía que alguien con tan poco corazón pudiera interesarse en mis gustos personales, a menos que fuera uno de sus pactos de paz. Y eso solo ocurre cuando el Señor necesita que me porte bien... lo que enciende una enorme curiosidad en mi interior.
Karla se da cuenta y niega con la cabeza, sabiendo que la pondré entre la espada y la pared.
— No puedo decirle nada, usted sabe lo estricto que es el Señor con estas cosas. Fue muy específico al ordenar que todo fuera una sorpresa.
Marco y sus dichosos eventos interminables. No es que los detestase, al menos las horas pasaban en algo más que ser una decoración dentro de la casa. Sino que nunca podía adivinar cómo se terminaría comportando mi esposo; si elaboraría su personaje de hombre abnegado, o si terminaría llevando a alguna de sus invitadas a su cuarto para pasar la noche, justo frente a mis narices.
Algo que me había aclarado con mucha solemnidad y en papel de víctima —Si no me das lo que necesito, no reclames cuando lo busque en otra parte.
Tenía razón, yo no quería cumplir con esa parte del trato, no obstante ambos sabemos que aunque lo hubiese hecho, de igual forma me hubiera engañado.
Un abogado exitoso con el cuerpo de una escultura griega, un sexapil que destila virilidad hasta en el aroma de su piel, llama la atención de cualquier mujer, de cualquier jovencita.
Evidentemente no se quedaría de brazos cruzados.
Subo las escaleras rechinando los dientes. ¿Por qué no deja que elija mi ropa? Mi gusto es mucho más refinado que el suyo, sin embargo es una forma de recordarme que estoy a su merced y su voluntad siempre estará por sobre la mía.
Los nervios se cuelan por completo en todo mi sistema cuando descubro la diminuta prenda negra sobre mi cama.
Respiro profundamente intentando disipar la ira que invade mis sentidos.
Un hombre. El invitado de la noche será un hombre.
Marco y su imperiosa necesidad de ser un camaleón, según la persona elegía el disfraz.
Muy pocas veces permitía que me vistiese con prendas cortas, si provocativas o insinuantes, pero cortas en muy escasas ocasiones.
Lo que significa que su invitado de hoy es alguien a quien quiere impresionar, demostrándole todo lo que tiene en su poder.
Por estas cosas es que considero mi belleza como un karma; gracias a ella nadie logra ver quién verdaderamente soy o lo que es peor, no les interesa.
El vestido n***o tiene el pecho en forma de corazón y unas mangas transparentes a juego con el tono. Su tela suave de terciopelo se ajusta a mi figura haciéndome sentir incómoda. Quiero llamar la atención por mis palabras, no por mi cuerpo.
—Maldito Marco—lanzo reprimiendo unas lágrimas. No le daré el placer de herirme, seré fuerte y daré vuelta la jugada.
Si quiere que me deseen, entonces lo harán ; tocaré su punto débil hasta hacerlo enloquecer.
Destruiré su orgullo y su cordura...