Una extraña bienvenida.
Bueno la primera impresión que tuve al llegar a la urbanización fue encantadora, sobre todo por la entrada, estaba llena de muchos árboles grandes que mantenían el lugar muy fresco.
Una señora que asumo era la dueña anterior estaba esperando a mi madre y le empezó a dar un recorrido por todo el edificio. Ella había comprado el apartamento por internet.
Mientras se acercaba el camión con la mudanza yo empecé a merodear el lugar. Se veía solitario pero acogedor. Muñeca se volvía loca por irse a revolver entre el montón de hojas secas, así que la solté.
Ella estaba divirtiéndose de lo más lindo hasta que apareció un niño como de mi edad, tenía su ropa rasgada y sucia. El rostro estaba cubierto de sudor y tierra.
—¿Es tu mascota? —Preguntó enarcando una de sus cejas, un poco fastidiado.
—Sí, es mía. —mencioné imitando el gesto de su rostro.
—Pues ahora tendrás que arreglar lo que ha hecho. Pase varias horas amontonando esas hojas y ahora ella las desparramó por todo el lugar. —A pesar de que podía notar el enfado en su rostro, era yo quien estaba llegando y pues había sido mi culpa, así que de nuevo le puse el arnés a Muñeca y la sujeté de una estructura metálica a la sombra.
—Bien, dame el rastrillo. Te voy a enseñar cómo se organizan hojas “niñato” —Empecé a ordenar aquel desorden y él con ambas manos en la cintura me supervisaba.
Una vez listo, le ofrecí una disculpa y me presenté:
—Soy Flor María, nos acabamos de mudar al edificio hoy. ¡Espero poder verlo de nuevo! Bueno aunque si se baña no lo voy a reconocer. Ja, ja, ja… —No me dejó terminar la frase y me empujó hasta hacerme caer en el montón de hojas y empezó a restregarme el cabello y a meter puñadas de hojas dentro de mi camiseta.
—¡Ya basta! —Le gritaba, pero él solo se reía y decía:
—Ahora estamos en igualdad de condiciones, No, espérate. ¡Falta un detalle! —Escupió en su mano y me la pasó por la cara. Ahora sí lo iba a matar.
Pero su risa contagiosa me desvaneció y también empecé a reír.
—¡Qué puerco eres! ¡Estás loco!—Me limpié la cara con mi camiseta, la sacudí, me levanté y añadí —. ¿Vives por aquí? Podríamos ser amigos.
Se levantó, sacudió su ropa y dijo:
—Si, mucho gusto soy Adrien, tengo trece años y vivo muy cerca. Supongo que son las nuevas dueñas del apartamento del último piso, dijeron que hoy se mudaban. —Después de escucharlo y ver esos ojos claros intenté ser simpática con él
—¿Y por qué recoges las hojas? Eres el conserje o algo parecido. Ja, ja ja…
—Tan boba. ¡Necesito dinero! Y los vecinos me pagarán por mantener la zona libre de hojas. —el olor de sus babas secándose en mi rostro me provocaba náuseas así que me fui corriendo a ver dónde era la nueva casa para asearme.
—¿Qué te pasó Flor María? ¿Por qué traes hojas secas en el cabello? Tenemos minutos de haber llegado y ya estás dando problemas. ¡Pasa a cambiarte de inmediato! —Dijo un poco desesperada porque el lugar empezaba a llenarse con cajas y su cabeza no asimilaba tanto desorden.
Bueno de algo servían todas esas etiquetas, la primera bolsa que encontré decía pijamas así que saqué una.
Era un lugar pequeño, solo dos habitaciones, una pequeña sala y la cocina de espacio abierto. Había un gran ventanal que tenía una buena vista y aunque era el último piso del edificio y había que subir una increíble cantidad de escaleras por ahora porque el ascensor estaba descompuesto, me agradaba nuestro nuevo hogar.
Elegí la habitación más pequeña y me desvestí, pase hasta la pequeña habitación de baño, abrí el chorro de agua y me percaté que el sistema de calentamiento estaba dañado.
—¡Ni modo, tocó agua fría! —dije metiendo únicamente los dedos de los pies. Si no arreglaban pronto ese problema, estaba segura qué me iba a duchar cada mes.
Me empezaba a desenredar el cabello cuando me acordé de Muñeca.
—¡Por Dios! ¿Cómo pude olvidarla? —Me levanté y descalza salí a toda prisa. Qué inhumana era como pude haber dejado a mi fiel compañera… Justo ahora sí estaba empezando a detestar tantas escaleras.
Llegué al lugar y por ahí no se veía nadie. Ni el chico, ni la gran danés. En su lugar había un letrero que decía:
“Si deseas a tu mascota de regreso pague recompensa”
—¡Ay caramba! Extorsionador y todo. —Con los datos que tenía de él podía averiguar dónde vivía. Pregunté a varias señoras del edificio y una de ellas me dijo que vivía en otro bloque del condominio, pero que no estaba segura de cuál era.
Lo cierto es que en medio de mi desespero se me ocurrió tocar en cada uno de los apartamentos preguntando por él.
Ya después de pasearme por tres bloques y de que en su mayoría me viesen como si estuviera loca decidí regresar al edificio donde estaba nuestro apartamento.
Por supuesto hice lo mismo pregunté en cada apartamento y nadie conocía a Adrien. Ya por último lugar estaba el último piso, pero ahí no iba a averiguar porque estaba en medio de una crisis por haber olvidado mi Muñeca, papá estaría muy decepcionado de mí si la perdía.
Abrí la puerta del apartamento y lloré sin control. Le conté a mamá lo que había sucedido y dijo que incluso era mejor que se la hubieran llevado porque en nuestra casa el espacio era muy reducido.
Eso me hizo sentir aún peor. De inmediato agarré unas cuántas hojas blancas y empecé a hacer letreros ofreciendo recompensa a quien me diera información. Bajé y los puse en sitios visibles, ahí puse el número de teléfono de mi madre para que se comunicaran.
Pero nadie llamaba. Horas después mi angustia se hacía más grande, mamá había organizado un poco y era el momento de la cena, pero yo no tenía hambre.
Escuché un ladrido muy cerca y de inmediato supe que era ella, salí corriendo para ver de donde provenía.
—¡Muñeca! —Grité varias veces y un nuevo ladrido se oyó justo al frente de nuestro apartamento. De inmediato empecé a golpear la puerta y el chico me abrió.
Se estaba ahogando de risa y me le fui encima a darle golpes. Muñeca salió y empezó a lamerme. Nunca había sentido tanto alivio al sentir aquella lengua rasposa.
—Te odio Adrien o como te llames. Me hiciste pasar la peor tarde de mi vida. ¡No quiero volver a verte en mi vida! —Agarré a mi mascota y la llevé a casa, justo antes de entrar me gritó:
—¡Eso no se va a poder! Todos los días tendrás que verme. Además, ya me debes… A partir de mañana iré a tu casa a cobrar la recompensa hasta que me pagues. Tú fuiste la que dejó al pobre animal olvidado. —Me volteé y le hice el saludo hawaiano primero, para al final enseñarle el dedo del medio. Golpee la puerta con fuerza y entré. No estaba furiosa, estaba muy emocionada porque el destino me lo había puesto muy cerca de mí.
Mamá ya se había acostado, había sido un día complejo por la mudanza Nuestro apartamento tenía una puerta que daba a la azotea y por allí me escabullí y aproveché para que Muñeca jugará un rato luego de que le di comida.
Me acosté en una cómoda a observar la noche oscura hasta que me venció el sueño, al otro día bien temprano mamá me llevó a la escuela y ahí estaba él con su gran sonrisa. Le respondí a su saludo, pero de su brazo estaba agarrada como una mona otra niña que desde ya iba a ser mi peor enemiga.
Cuando regresé a casa quise hablar con mamá:
—Por primera vez me enamoré, ya conocí al que será el amor de mi vida y padre de mis hijos, mamá es Adrien y va a ser mi novio así tenga que hacer lo que tenga que hacer. —Mamá se puso a reír y dijo:
—No te ha sanado el ombligo y ya estás pensando en esas cosas. Ahora solo debes ocuparte de estudiar y aprovechar para obtener las mejores notas, una beca no te vendría mal para aminorar tus gastos. —Sabía lo que estaba diciendo y a medida que pasaban los años mis sentimientos por él iban creciendo.