Si pudiera congelar un instante en el tiempo, sin duda sería este. Me excita su desnudez, me encanta su cuerpo y su tono de piel, pero no es por lo que veo o lo que pueda sentir físicamente cuando mis manos recorran su cuerpo, mis labios se vuelvan exigentes o cuando por fin pueda estar dentro de ella. Es el significado de este momento lo que lo convierte en algo especial para mí.
Desde esta noche, Juliana será mi mujer, será solo mía y no lo será debido al calor de una noche o tragos, no lo será porque alguno de los dos se sienta presionado, sino por elección de los dos. Ella será desde este momento mucho más que mi mujer, será mi amiga, mi aliada, mi amante, pero sobre todo, será mi hogar. Por fin existirá un lugar al cual pueda llamar hogar.
La recorro con la mirada y sé que estoy mostrando abiertamente cuanto la deseo. Me acerco a ella y pruebo sus labios, lento, tan lento y suave como nunca lo había hecho. Se sorprende con mi ritmo, pero lo sigue a la perfección e incluso incluye una suave mordida a mi labio inferior, lo cual me genera una sonrisa. Mi mano se enreda en su cintura desnuda y la junto completamente a mi cuerpo, pudiendo sentir así, toda la suavidad de sus senos en mi pecho.
Halo ligeramente de su cabello haciendo que incline hacia atrás la cabeza y recorro con mis labios su suave cuello, mientras la hago retroceder hasta la cama.
—No tengo afán esta noche —le digo al oído —así que vamos a aprovecharla.
Sonríe pícaramente y se para en la cama.
—Yo tampoco Max —ahora es ella quien me recorre abiertamente con la mirada y eso me emociona —hazme el amor.
Amor me gusta que piense en que hagamos el amor, no en que tengamos sexo. Me está generando tantas buenas ideas, que es difícil decidirme, pero por fin lo hago.
—Vamos a continuar dónde lo dejamos la última vez.
Sin dejar de mirarme se acuesta en la cama y al igual que la última vez, jugué deliciosamente con sus senos, succioné, mordí, estiré, los apreté entre mis manos y al igual que la vez pasada mi mano baja hasta su sexo para encontrarlo hinchado y húmedo.
Sus sonidos son maravillosos y tan estimulantes que he decidido que los quiero más fuetes. Mi boca baja a reemplazar a mis dedos y eso la toma tan de sorpresa que intenta retirarme de ahí cuando me siente. Nunca le habían hecho sexo oral, es evidente por sus reclamos que es su primera vez.
—Max, no está bien, así, ahhh, ahhh, ahhh, Max, Max.
Sus dedos están fuertemente enredados en mi cabello y puedo sentir la tensión que está acumulando en su zona baja. Se está conteniendo, no se quiere venir en mi boca. La veo y sus expresiones son tan lindas, tan sensuales que ya empiezo a sentir la urgencia de estar en ella. Mi lengua se desliza de un lado al otro sobre su clítoris y dos de mis dedos por fin entran en ella.
Sus paredes se contraen de inmediato y mi sed se sacia temporalmente en ese momento. Poco a poco desaparecen los espasmos de su cuerpo, pero su respiración sigue agitada. Su mirada tiene una mezcla de reproche y vergüenza, pero no me importa, aun así, beso sus labios y hago que conozca su sabor.
—Malo —me dice devolviéndome el beso.
—Y puedo ser peor —le digo abrazándola mientras me acuesto a su lado.
—Eso me doy cuenta —pone sus piernas a lado y lado de mis caderas y de forma lenta y tortuosa me deja entrar en ella.
Es tradicional en cuanto al sexo, así que no creo que tenga mucha experiencia. Por ahora no tengo queja, todo es perfecto. Nuestros cuerpos sudados chocan de manera enérgica y el pico de liberación está tan cerca para ambos, que siento aumentar la presión en sus caderas y sus sonidos se vuelven nuevamente más agudos cuando su orgasmo llega.
Aquella última contracción es todo lo que necesito para alcanzar mi liberación, salgo tan rápido como puedo de ella, haciendo que mi semen caiga en su vientre.
—Eres mía Juliana —le digo casi sin aliento y llenando de besos su rostro.
—En ese orden de ideas, eres mío Maximiliano —lo dice sin realmente dimensionar el alcance de mis palabras.
Río ante sus palabras, pues es verdad, yo soy de ella. Nos damos una ducha, en dónde ya estoy listo para una segunda ronda, pero esta vez con menos preámbulo y en un abrir y cerra de ojos, ya es un día labora.
Regreso con energía renovada a mi rutina en la fábrica. A mi regreso, todo el mundo ya está enterado de la muerte de Rigoberto, pero aunque no tienen muchos detalles sé que este es un tema que los mantendrá entretenidos por algunas semanas, aun así, muchos sacan espacio entre su correría de chismes para felicitarme por haberme organizado con Juliana.
Ya estamos creando rutinas. Aunque llego solo en la moto, me devuelvo cada tarde con Juliana y eso me agrada. Al principio, disfrutaba de la variedad que la moto nos ofrecía para elegir lugares diferentes para cenar, pero Juliana insiste en que es más económico y saludable que cocinemos en el apartamento en la noche. Los almuerzos insisto en que se los sigamos pagando a mi suegra, pues apenas entre Juliana a estudiar, no tendrá tiempo para eso y yo soy terrible en eso.
Ella se burla de mí por pensar que las decisiones de la casa son de la mujer, dice que es machista y puede ser verdad, pero no pienso cambiar eso. Ahora ella hasta tiene un cuadro de excel en el que sagradamente anota todos nuestros gastos y me parece fantástico, pues eso refuerza mi teoría. La obligué a incluir entre el cuadro, cosas para ella, para que se mantenga bonita, pues me parece justo que si me va a tachar de machista, disfrute de los beneficios que eso tiene, así que hay un monto estimado fijo para que ella pueda gastar en cosas como el salón de belleza.
Hemos repartido las obligaciones diarias de la casa y obviamente yo me encargo del aseo en general y ella de la cocina y la lavada de la ropa, aunque creo que la lavada de la ropa es una tontería, pues esa la lava la lavadora. Juliana tiene un nuevo número de celular, así que ya no hay problema con los mensajes del tal Jeferson y no hemos vuelto a saber nada de él. Sería fabuloso que todo se mantuviera así.