CAPÍTULO 6.

2886 Words
★★★★★ LA DISCUSIÓN. Todo el personal de la oficina observó detenidamente cuando llegó con Diana a la empresa. Murmullos, y bajos comentarios se escuchaban a sus espaldas. Ian decidió hacer la reunión en ese mismo momento, para que los empleados dejaran de hacerlo. Le molestaba ver el rostro de ella preocupada. La reunión solo duró cuarenta y dos minutos, lo indispensable para dejar claro que Diana seguía siendo la coordinadora del proyecto. Lo que hizo que se escuchara en la sala una fuerte cantidad de susurros apenas audibles con comentarios malintencionados, todo el personal quedó en silencio cuando dio la última información que ella estaba bajo su protección. Ian apenas se había sentado en su escritorio, cuando la puerta se abrió de un solo golpe. —¿En qué coño estabas pensando? Sin levantar la mirada al recién llegado. —¿Por qué cojones entras así a mi oficina? —La estás protegiendo, Ian. —Es mi amiga, lo sabes bien. No tengo que darte explicaciones para ayudarla —dijo enarcando una ceja—. Siempre lo haré le guste o no a los demás. Eso te incluye, Andrew. —¡Es mi prometida! —exclamó frustrado. Al escuchar aquellas palabras, Ian dejó de hacer lo que estaba haciendo y apretó los puños. —¿Tu prometida? La que engañaste durante todo este tiempo. La que acusaste de ser una caza fortuna. ¿A esa es la que llamas “prometida”? —enarcó una ceja. —Ella también me engaño. ¿Recuerdas? Está embarazada de otro —Andrew parecía dolido. —Ya lo de ustedes había terminado —le recordó. —No —negó con la cabeza. —Estábamos disgustados, pero todo se iba a solucionar, estaba trabajando en eso cuando ella decidió irse de la empresa —caminó hasta la ventana. —Yo no terminé con ella. Por vengarse de mí ella se fue a los brazos de ese bastardo y la embarazó —Andrew hizo gesto con las manos. —Lo mismo. Ya no eran nada. Ella estaba libre de hacer lo que quería, y con quien le diera la gana —Ian estaba cada vez más molesto. —Diana siempre será tu amiga. ¿Cierto? —dijo con sarcasmo—. Porque te ayudó a graduarte —enarcó una ceja hacía él—. Es lo que siempre le dices a todo el mundo de tu conexión con ella. —Así mismo. Tampoco me importa lo que opinen los demás y no le daré la espalda, ahora que más me necesita —le dijo firmemente. —Sé que ustedes son muy cercanos. Ella confía mucho en ti. ¿Te ha dicho quién es el padre del hijo que espera? Ian se quedó sin hablar por algunos minutos. Quería decirle que Diana ya no era de él, quería decirle que ahora ellos estaban juntos y sobre todo quería decirle que, aunque fue un error... el error más perfecto. Él era el padre del hijo que ella estaba esperando, se controló con mucho esfuerzo. Pero lo logró. —No. —Se pasó la mano por la cabeza al negar en voz alta a su propio hijo. —No tengo la menor idea de quién puede ser —terminó diciendo con los dientes apretados. —Voy a encontrar a ese bastardo, va a pagarme esta humillación. —¿Qué ganarás con eso? —Sacarlo de su vida. Él no se quedará con ella. —A estas alturas deberías de aceptar lo que sucedió y dejarlos en paz. —Ella será mi esposa. —¿Hasta cuándo tendrás esa fijación? ¡Lo de ustedes se terminó, ella ahora es la mujer de otro hombre! —exclamó. —Entra en razón, Andrew. Tendrá un hijo de él, tal vez se casen. —No. Si puedo impedirlo. Podrá estar embarazada de otro, pero es mía —agitó la mano para luego señalarlo con el dedo. —No estoy dispuesto a renunciar tan fácilmente a ella —con eso salió de la oficina dando un portazo. ¡Maldito bastardo! A partir de ese instante, debía tener más cuidado con Diana. Sabía que Andrew era un hombre inestable emocionalmente. Recordó el moretón que le había visto en el brazo, no era tonto para saber que había sido él. Quería partirle la cara por abusador. No le gustaba la forma en que sentía que Andrew estaba obsesionado con Diana. Que ganas de gritar al mundo que ella era su mujer. Necesitaba calmarse, fue a prepararse un trago, dio un sorbo y luego tiró todo al suelo de un manotazo. Se escuchó como el vaso se estrellaba contra el suelo y se volvía añicos. —Señor. ¿Ocurre algo? —la voz de su secretaria le hizo recordar que estaba en la empresa. —Para nada —contestó sin mirarla—. Diles a los de mantenimiento que suban y limpien este desorden. —Lo que usted ordene, señor. La puerta estaba abierta cuando él se giró y vio pasar a Diana seguida de Andrew hasta su oficina. —¡Qué lo hagan en este preciso momento! —indicó a su secretaría. Salió en busca de Diana antes de llegar a la puerta pudo escuchar. —¿Dónde y con quién te estás quedando? —No es de tu incumbencia, Andrew. Hace ya mucho tiempo que se terminó lo nuestro —escuchó como Diana le decía—Deberías pasar por el departamento de mercadeo ahí puedes encontrar a quien molestar. —No te hagas la listilla conmigo, Diana. No estoy para tus jueguitos. —Estamos en el trabajo, Andrew deberías compórtate como un hombre. —¡Me importa una mierda! Soy el bufón de esta empresa —le estaba reclamando—. Todos aquí saben que me engañaste. —¡Eres un maldito imbécil! ¿Saben ellos con cuantas me has engañado todos estos años? —preguntó furiosa. —Dime una cosa, Diana... ¿Sientes algo por ese tipo? —preguntó— ¿Salías con él mientras estabas conmigo? —Idiota... Si siento algo. Me ha demostrado que es él es mucho más hombre que tú, y para tu información siempre de estúpida yo te respeté durante el tiempo que duramos juntos, cuando queda claro que no te lo merecías —se escuchaba la furia en su voz. —Por eso te fuiste corriendo a los brazos de él, luego de que me dejaras; porque es mejor que yo —afirmó. —¡No! De verdad que a veces eres un imbécil. Le di una oportunidad porque tú me dejaste libre cuando me engañaste con Amanda. Así que puedo estar con quien yo quiera. No tengo nada contigo. Se escuchó como caían al suelo algunas cosas. —¿Quién es él, Diana? —gritó— ¡Contéstame! ¡Maldita sea! —Me estás haciendo daño, Andrew —suplicó— ¡Suél-ta-me! ¡Por favor! Ian no pudo aguantar más e irrumpió la oficina de Diana. Lo que vio le hizo hervir la sangre y ver todo rojo. Andrew la tenía acorralada en un estante de la oficina. Con una mano la agarraba fuertemente de los cabellos y con la otra del hombro zarandeándola. —Quita tus sucias manos de encima de ella. La voz de Ian tenía un toque de peligro. Lo agarró del cuello y lo giró hacía él y le dio un puñetazo en el rostro y otro en el abdomen. Diana no sabía qué hacer. Todo aquello estaba ocurriendo por su culpa. —¿Cómo te atreves a interferir en una discusión con mi mujer? —¡Maldito bastardo! Ahora sí te voy a partir la cara —dijo Ian con furia contenida. —¡No es tu mujer! ¡Joder! ¿Cómo te atreves a maltratarla y más aún que está embarazada? ¿Acaso te has vuelto loco? Ella no sabía cómo actuar. La oficina estaba siendo destrozada por ellos. Así que no se le ocurrió otra cosa que meterse entre ambos hombres para tratar de dejar que siguieran peleando. Diana no lo vio venir, tampoco Ian tuvo tiempo de hacer algo. Cuando Andrew le estampó un puño en el rostro de ella que la desmayó. —¡Diana! —gritó Ian— ¡Maldita sea! —miró a Andrew—. Ahora sí que la jodiste. ¡Cabrón! Se volvió hasta el hombre y le propinó una golpiza que lo dejó inconsciente. Se acercó a Diana que aún estaba desmayada. Fue entonces cuando observó que Daren estaba en la puerta. —¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó un poco alarmado cuando vio a Diana y Andrew desmayados en el suelo. —El cabrón de tu hijo —acusó—la golpeó. Terminó de decir mientras tomaba a Diana del suelo. Una fuerte maldición se escuchó de los labios del padre de Andrew que se acercaba a su hijo. —Hay que llevarla rápido a urgencias —Daren habló mirando a Diana. —Eso haré. —Se dirigía a la puerta con Diana en brazos—. Ocúpate del infeliz de tu hijo. Esto que ha pasado no puede quedarse así. Todo el personal miraba aquella escena sorprendido de los acontecimientos. Siempre se había sabido que Ian Cooper era conocido por estar siempre controlado en las situaciones más extremas, pero al parecer lo que había hecho Andrew Thomas está vez había roto todo el autocontrol por el cual era admirado. Salió del edificio con Diana en los brazos aún inconsciente cosa que le preocupaba enormemente. Subiendo a su vehículo y dando instrucciones a su chófer de que se dirigiera al hospital más cercano. —¡Vamos, Diana! —acariciaba suavemente su cabello—. Cariño, despierta. En pocos minutos después serpenteando el tráfico llegaron a urgencias. Ian habló con todo el que fue necesario y utilizando sus influencias para que ella fuese atendida de una vez. Ella se removió en los brazos de Ian cuando iba a ser trasladada a la camilla. Abrió lentamente los ojos. No sabía por qué le dolía mucho la cabeza. —Ian... —su voz era apenas audible— el bebé... —Todo estará bien, cariño. No le ha pasado nada —habló suavemente para calmarla. Ella puso las manos en su vientre y una lágrima rodó por su mejilla. —Tú y el bebé estarán bien. Te lo prometo. En ese momento iba llegando la doctora. —Bonito maquillaje, pero no es Halloween —dijo mirando a Diana y luego a Ian. No le gustó el sarcasmo en la voz de la recién llegada, por muy profesional de la salud que fuera. —Usted ha hablado en tono irónico. ¿Acaso usted está insinuando que yo le he hecho esto... a mi mujer? —Yo no estoy insinuando nada, y haga el favor de bajar el tono de voz que usted no está en su casa. —¡Basta! —exclamó Diana mirando a ambos—. No quiero más discusiones. Lo único que quiero es saber si mi bebé está bien —culminó con voz quebrada. —Eso ya lo veremos —le dijo amablemente la doctora, mientras preparaba las cosas para hacerle una ecosonografía. —Aun no entiendo, Ian. ¿Por qué tenías que atacar de esa manera a Andrew? Ian la miró como si se hubiese estuviera mal de la cabeza. —Tú definitivamente estás loca, si crees que iba a permitir que él te siguiera maltratando. —Si continúan con esas discusiones. El personal de la empresa se va a enterar. —¿Crees que me importa una mierda lo que los demás piensen si se enteran que eres mi mujer? —¿Has visitado a algún médico? —interrumpió la doctora tratando de que cambiara el ambiente en aquel consultorio. —Sí. Hace unas semanas atrás. —Me parece bien, pero debo hacerte un chequeo de todos modos. ¿De acuerdo? Diana asintió con la cabeza. Ian se movía de un lado a otro. La doctora miró hacia él con confusión cuando vio los moretones que tenía ella en su cuerpo. —Cómo puede usted ver —habló señalando a Diana—, ella pretende que no haga nada cuando ese bastardo la está maltratando. —Ya veo —dijo la doctora— ¿Es usted su marido? —Sí —contestó inmediatamente y Diana soltó un jadeo que hizo que la doctora los mirara a ambos. —¿Él es el padre de tu hijo? —Sí —contestaron ambos en unísono. —Está bien, la salud de su hijo es lo principal, espero que entiendan eso. Dijo la doctora mientras colocaba el gel en el abdomen aún plano de Diana. Ian miró la escena como si estuviera armando un puzzle, y cuando la doctora comenzó a realizar la ecosonografía, se quedó sin respiración. —Vamos a ver... —les dijo, al menos había encontrado la manera de que ambos padres se calmaran apareció la imagen de su hijo—¿Quieren escucharlo? Diana sonrió a Ian que tenía el rostro iluminado. —Sí. Claro —contestó él por ambos. Y escuchó el sonido del corazón de su hijo. Fue lo más hermoso que había escuchado en su vida. Jamás se había sentido más orgulloso como hombre. Se sentía en ese momento el dueño del mundo. —Es perfecto… —no supo que había dicho esas palabras en voz alta. —Sí —anunció la doctora—, es un embarazo perfectamente normal de nueve semanas y cuatro días. —¿Todo está bien entonces? —preguntó Diana. —Sí —afirmó la doctora—, pasaste un buen rato inconsciente por el golpe y también porque te dio uno de los síntomas causados por el estrés —la miró seria. —Debes dejar a un lado las preocupaciones y disfrutar del embarazo —los miró a ambos. —Pondrás en riesgo al bebé si no dejas que las cosas fluyan, algunos de los riesgos son: parto prematuro, los bebés de las madres estresadas pesan menos, la ansiedad de la madre con estrés influye también en el desarrollo intelectual del bebé, incluso... puede llegar hasta la muerte fetal cuando el estrés es muy elevado. —¡Oh por Dios! —exclamó tapando su boca. —¿Pero todo por ahora está bien? —Esa vez preguntó de nuevo Ian. —Sí —les sonrió amablemente al ver su cara de preocupación—. Todo está bien. Solo debes cuidar de tu mujer y tu hijo. —De acuerdo eso haré —contestó él firmemente. —Bueno ya terminamos aquí —concluyó guardando las cosas, la doctora— ya puedes cambiarte. Iré al otro lado del consultorio para colocarte algunos medicamentos. —Lo haré —dijo Diana. En cuanto la doctora se fue Ian no pudo contenerse y se acercó a Diana tomó el rostro entre sus manos y la besó. Fue un beso dulce, tierno, delicado. Lo que la hacía sentirse protegida y cuidada. Ian rompió el beso y colocó su frente junto a la de ella. —Todo saldrá bien, cariño —le dio otro beso, pero esta vez en la frente—. Solo tienes que confiar en mí. Ella asintió. En ese momento estaba relajada en los brazos del hombre que siempre había estado enamorada. Iban saliendo animados del hospital. Según la política debía salir en sillas de ruedas. Su chófer Mark estaba a su lado. Estaban relajados y divertidos cuando se acercaron dos oficiales de la policía. —Señor Ian Cooper —uno de los oficiales habló, no preguntó. Afirmó. —Debe usted acompañarnos. Ian miró al oficial de policía que le había hablado con total confusión. —Es una rutina debemos hacerle unas preguntas en cuanto al estado físico de Andrew Thomas —intervino el otro oficial. Ian apretó fuerte la mandíbula. —¿Debo ir a la estación o me hará las preguntas aquí mismo? —Como dijo antes mi compañero, debe acompañarnos a la estación, solo por rutina. —Se excusó el oficial. Él asintió. —No tengo problema alguno en ir con ustedes —miró a Diana y Mark—. Solo me gustaría que me dieran un momento para darle algunas indicaciones a mi chófer antes de que lleve a mi mujer hasta nuestra casa. Los oficiales miraron confundidos. —La señorita Diana Miller es su... Uno de los oficiales no pudo terminar la oración. —Sí, es mi mujer y está esperando un hijo mío. —Con más razón debe acompañarnos —le dijo uno de los oficiales—. Porque el señor Thomas afirma que usted se interpuso en una discusión con su prometida. —El oficial confundido miró a Diana. Esta vez fue ella quien habló, levantándose de la silla de ruedas. —¿Acaso se ha vuelto loco ese idiota bastardo? —dijo— Yo no soy nada de ese animal, por su culpa estoy aquí en este hospital. —Está bien cariño. —La abrazó y la besó por encima de la cabeza—. Iré a ver qué es lo que está sucediendo. Mientras, ve al ático y descansa —la miró serio—, ya sabes lo que ha dicho la doctora. —Como digas —suspiró—, me iré a casa, pero debes mantenerme informada.
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